Alarde británico de puntualidad

Una perfecta organización del acontecimiento permitió que todo transcurriera sin sobresaltos y en su horario previsto

Alarde británico de puntualidad
Alarde británico de puntualidad
Gema Amil

30 de abril 2011 - 01:00

Con puntualidad y conforme a lo establecido. Así transcurrió el enlace de los duques de Cambridge, Guillermo y Catalina. Una unión que llenó de gozo y alegría a todos los británicos, apostados en los aledaños del Palacio de Buckingham y de la abadía de Westminster, desde primera hora de la mañana. Con hora española, alrededor de las 10.15, fueron haciendo aparición los invitados no reales a la ceremonia llenando de color la gran alfombra roja colocada en la puerta del templo. La misma por la que una hora más tarde irían haciendo entrada los representantes de las casas reales europeas y autoridades políticas.

A las 11.15 llegaba uno de los dos grandes protagonistas del día, el príncipe Guillermo, junto a su hermano y padrino del enlace, el príncipe Enrique, Harry en las fiestas. Apreciablemente nervioso, el novio entró en el templo por la gran puerta oeste y, saltándose el protocolo, saludó a parte de los invitados. Unos minutos después hacían aparición en el lugar del 'sí quiero' parte de la comitiva real, con el príncipe Carlos y la duquesa de Cornualles a la cabeza. Más tarde y con la marcha de Los Pájaros sonando en el recinto hacía entrada en la abadía la reina Isabel II, como manda la tradición.

Pasaban 45 exactos minutos desde que Guillermo de Inglaterra pusiera un pie en Westminster cuando la blanca y radiante novia bajaba del Rolls Royce entre una fuerte ovación. La todavía Kate Middleton, emocionada y sonriente, recorrió de la mano de su padre, Michael, los metros que la separaban del altar, con su hermana Pippa de dama de honor, de blanco, sosteniendo la cola. El propio Enrique intentaba tranquilizar a su hermano, a quien, nervioso, le dio por reír (motivo por el que la BBC desvió en ese momento las cámaras). Eso sí, cuando tuvo a su futura esposa cerca, le tendió la mano y le dijo: "estás preciosa". Era la hora de que John Hall, Rowan Williams y Richard Chartres oficialicen el matrimonio de los príncipes.

Una vez convertidos en marido y mujer, pasando pocos minutos de la una de la tarde, y tras firmar el registro de matrimonio sin la atenta mirada de los flashes, los recién casados salían felices de la abadía de Westminster en la carroza State Landau donde -gracias a que el tiempo acompañó, a lo justo- pudieron saludar a sus fieles camino a Buckingham, donde sellarían su matrimonio ante Londres y el mundo entero. A las 14.25, los novios unían sus labios, como esperaban todos, dejándose llevar por la emoción del momento, con dos besos reales que pasarán a la historia. Todavía les aguardaba una intensa jornada, con fiesta nocturna.

Su vida de casados empezó con un almuerzo en el palacio, con la reina Isabel como anfitriona en el que 650 invitados, de pie, degustaron canapés y endulzaron la jornada con la tradicional tarta nupcial. Diecinueve salones de Estado fueron testigo del amor y felicidad del joven matrimonio. Más tarde, alrededor de las seis, los novios se retiraban a descansar a Clarence House en un coche conducido por el propio novio, un original Aston Martin decorado para la ocasión, con globos.

Por delante les quedaba una cena para 300 invitados, familiares y amigos más cercanos, seguida de un gran baile. Todo organizado por el príncipe Carlos, orgulloso padre del novio. Pero con esto no terminó el día. Más tarde le llegó el turno al príncipe Enrique, a Harry, anfitrión de una fiesta para los más jóvenes. La opción ideal para los que no querían que este día tan especial llegara a su fin. Los prínicipes de Asturias regresaban por la tarde a Madrid, con prisas para el cumpleaños de Leonor.

Los de Cambridge, por su parte, tenían a la vista una party donde no iba a faltar el champán, la música y un suculento desayuno, con sorpresas musicales por parte de varias celebrities.

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