Academicismo, fiebre y lejía

Ignác Semmelweis, también conocido como ‘salvador de madres’, fue un célebre médico que en el Imperio austriaco de finales del XIX se planteó varias preguntas, dedicándose a observar la realidad en torno suyo para hallar respuestas. Se preguntaba por qué en su clínica la tasa de mortalidad por fiebre puerperal entre neonatos y mujeres en puerperio era mucho más elevada que en otras de la zona. Su hipótesis, basada en la relación con las autopsias practicadas en el mismo centro por forenses que ejercían de obstetras, relacionó desde el principio ambos hechos enfrentándose a la animadversión de sus colegas. Su deducción fue inicialmente olfativa: dado que el alcohol no bastaba para eliminar el permanente olor a cadáver de sus dedos, tampoco bastaría para hacerlo con las bacterias que pasaban de uno a otro acto médico, encontrando en la lejía la única forma de esterilizar con éxito las manos de los obstetras y la ropa utilizada.

Lajos Koltai, célebre director de fotografía húngaro interesado desde hace años en la dirección con el mismo espíritu que un taxidermista, hace en su última película el camino inverso al de su héroe, es decir, no se pregunta nada que ataña a la forma cinematográfica y tampoco se le ocurre ninguna idea sobre cómo contar una historia que no sea recurriendo al academicismo de época al que jamás se enfrenta ni cuestiona. Podía haberse preguntado por qué este pseudocine sigue sobreviviendo como feo ornamento totalmente demodé, e incluso por qué en sus giros de trama, dibujo de personajes, crescendos dramáticos y finales felices, copia sin éxito a la mala y vieja televisión, esa que siempre estuvo ahí para matarnos un poco más cada día.