La ficticia cercanía
TRANSAMAZONIA | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA
La ficha
** 'Transamazonia'. Sección Oficial. Drama, Bra-Ale-Fr-Sui-Tai, 2024, 117 min. Dirección: Pia Marais. Intérpretes: Helena Zengel, Jeremy Xido, Sabine Timoteo, Hama Viera, Pira Assurini.
Las primeras imágenes de Transamazonia convocan una amenaza y una promesa. La primera tiene que ver con la presencia vasta e indómita de un paraje natural que empequeñece al ser humano, especialmente al no autóctono. La segunda se relaciona con la terquedad de este para resistir y sobrevivir incluso en los escenarios más inverosímiles. Desde los planos aéreos que muestran las copas de los árboles, Pia Marais desciende a lo telúrico, con los de unas hormigas y una mano, la de una niña, única superviviente de un trágico accidente aéreo en plena espesura amazónica. Es como si desde el principio Marais quisiera dividir su película en dos mitades: la de la herida (convertida años después en visible cicatriz) que cruza el rostro de su protagonista o la de esa gran carretera que corta la selva en dos, separando a unas comunidades indígenas despojadas de su manto natural y expuestas al pillaje de recursos y materias primas por parte del hombre blanco.
Ese arranque de Transamazonia puede llevarnos a pensar en John Boorman, pero Marais deja claro muy pronto que, en su película, el abismo cultural entre unos y otros no lo va a salvar la magia, sobre todo porque esa sospecha que tuvo siempre el inglés de que perdimos las revelaciones de los antiguos arcanos cuando nos desconectamos de la tierra requiere una buena dosis de humildad y curiosidad, algo que escasea en el cine actual. Marais opta en cambio por abrir líneas argumentales que dispersan el asunto: la verdadera identidad de la superviviente, las relaciones padre e hija, el negocio de la religión, las protestas de los indios, la violencia de los madereros. La forma en que unas y otras se interrelacionan es azarosa y torpe, como si diera un poco igual o como si sólo se tratara de pegar planos y hacer que los minutos fueran pasando. Al cierre, por supuesto, deja sin responder la pregunta más flagrante: ¿Qué une en su aventura, más allá de la buena conciencia de escaparate, a esa joven curandera de tez blanca y ojos azules y a ese niño indio de piel oscura y hermoso cabello color ala de cuervo?
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