Pequeños arreglos con los despechados

La última película del quebequés Philippe Lesage parte de un cansino a priori que aunque cuestionado en su cinta está ya muy trillado. La reunión en una cabaña, ubicada en un bello paraje, de dos amigos que hace años trabajaron juntos en el cine le sirve para marcar la línea roja que separa el comercio del arte. El primero de ellos, que acude con sus dos hijos y un amigo del muchacho, fue antaño el guionista del tándem y ahora se dedica a lucrativos proyectos dentro del cine comercial. El segundo, por el contrario, se ha volcado en el documental, lo que de alguna manera conecta con su pose de buen salvaje que caza, pesca, exhibe las habilidades sociales de un chacal y vive entre la naturaleza flanqueado por su pequeño séquito de pelotas que le cocina y le ríe los chistes. A este último dechado de virtudes le pone físico Arieh Worthalter, en otra actuación desencantada en su cansino registro habitual.

Aunque parezca increíble, para esta confrontación de viejas rencillas entre compadres, con familia e invitados de rehenes, Lesage va a necesitar 161 minutos, como si el aburrido desencanto de esta burguesía arty-wild nos necesitará también a nosotros de amordazados testigos mientras se tiran basura a la cara sentados a la mesa. Aunque Worthalter rellena espacio y minutos, Lessage necesita muchos más, así que abrirá una subtrama con el joven rarito y su atracción por la hija del invitado despechado. ¿Y qué hay de lo estrictamente cinematográfico? Demasiada caótica y superficial copia de aquí y de allá, ahora del arranque de Gerry, luego de El cazador, al final de Deliverance, con el marco perenne de La bête lumineuse de su querido compatriota Pierre Perrault.