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Una discreta radiografía moral

Pablo Llorca, cineasta siempre singular y 'outsider' del cine español contemporáneo, propone en 'Recoletos (arriba y abajo)' una mirada a la sociedad española a través del conflicto "entre clase social e ideología".

Una discreta radiografía moral
Francisco Camero / Sevilla

07 de noviembre 2012 - 05:00

Siempre hay algo desconcertante en el cine de Pablo Llorca, cineasta marginal por obligación, conspicuo urdidor de ficciones de guerrilla -por usar la expresión del compañero Alfonso Crespo-, incansable autor de historias desnudas y esenciales hasta el mismo tuétano sobre las que aplica un sentido del humor a ratos naïf, a ratos pura mala leche, y que sea como sea no acaba nunca de aclarar qué mueca del rostro, y del pensamiento, espera suscitar exactamente. Parece imposible, y ayer se comprobó de nuevo, durante el primer pase de Recoletos (arriba y abajo) en el cine Avenida, que una película de este madrileño nacido en 1963 se permita el lujo o más bien la negligencia de dejar indiferente a uno solo de sus espectadores.

Único director español que presenta una obra a concurso en esta edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, el autor de Venecias, Jardines colgantes, Uno de los dos no puede estar equivocado o La cicatriz,todas ellas objetos de una secreta y fidelísima devoción por parte de la cinefilia más impenitente, presentó un trabajo que apunta a una cuestión (y a una parte, orillada, de una generación) que ha sido ciertamente poco o nada tratada por el cine español contemporáneo: "la contradicción que hay -señaló Llorca- entre clase social e ideología", un tema que atañe "al presente, al pasado y seguro que también al futuro", añadió. Y lo hace, como explicó en la breve presentación del autor ante la prensa, durante un distendido aperitivo, Alejandro Díaz, programador del certamen, con una película "puramente narrativa" que habla de "lo que ha sido este país y de lo que es".

Protagonizada por Jaime Pujol, Zay Nuba, Cesáreo Estébanez y Beatriz Pecker, Victoria Mora y José Ramón Rey, la cinta, que aprovecha sus 75 minutos para no dejar de dar puntada sin hilo, sitúa al público ante la vida cotidiana, corriente de una finca de vecinos en el madrileño Paseo de Recoletos, "una calle de dinero", como la definió Estébanez para no andarse por las ramas.

La trama, como dijo este actor famoso por la serie Farmacia de guardia y que podría incluirse dentro de la tan española estirpe de secundarios potentes y de físico elocuente e inconfundible, podría haberse centrado en cualquiera de los personajes que aparecen en esta historia, porque a Llorca -como aseguró- lo que le interesa y le fascina es "la vida de la gente", aunque se decanta en especial por contar la de uno de los propietarios del inmueble, un próspero empresario de mediana edad casado con una mujer hija de un magnate de toda la vida (donde de toda la vida significa desde el statu quo configurado por el franquismo), a la que es infiel con una vecina más joven que está instalada en el piso de arriba, y la del nuevo portero que contrata la comunidad de vecinos, protagonista en el pasado de un siniestro encontronazo con el primero, un tipo, por resumirlo así, que cree seguir siendo de izquierdas por mucho que su modo de vivir casi grite con frecuencia lo contrario.

"Sí pero no", responde Llorca cuando se le pregunta si quiso realizar un fresco social de la España del presente, que incluye, inevitablemente, a la España que fue hace no tanto. "Eso sería demasiado ambicioso por mi parte. Pero sí me apetecía hablar de la realidad inmediata, actual, que es muy amplia y muy rica", dice el director, que tan sólo pretende, dice, "contar historias de la vida sin mayor afán de trascendencia". "Me gusta esbozar vidas posibles de personas, pero ni juzgo ni doy explicaciones, en eso no incido porque no me toca hacerlo, ahí ya que cada cual piense en las implicaciones de la historia", añade el cineasta, quien admite que si bien ha hecho películas "herméticas y densas, más de festivales", ésta es "muy accesible".

A su lado, con botas negras nuevas compradas para el estreno, volcánico y con su voz de hombre duro y sin pamplinas, con su carisma salvaje y de vieja escuela, Estébanez no cesó de alabar a Llorca, que "cuenta como Chejov". "No está pasando nada, pero hay un sustrato de mala hostia... Pablo es un tío muy personal, y sí, todos lo somos, pero a veces trabajamos con cosas que no lo son. Pablo no. Él no dejaría que le quitara un plano ni Bill Gates. Porque no necesita dinero para hecer películas. Y por eso si me llama para hacer un papel, lo hago. Y porque no me paga. No tengo que preguntar nada".

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