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Crítica 'Jauja'
Jauja. Western fantasma, Arg-Din-Fra-Ale-Bra-Méx-EEUU, 2014, 108 min. Dirección: Lisandro Alonso. Intérpretes: Viggo Mortensen, Viilbjork Malling Agger, Ghita Nørby.
Jauja, el quinto largometraje de Lisandro Alonso (La libertad, Los muertos, Fantasma, Liverpool), se suma a las películas fuera de categoría en éste y cualquier festival europeo del año. Y no porque sea esencialmente argentina, que es lo de menos, aunque tenga una portentosa fotografía en color del finlandés Timo Salminen (habitual del cine de Kaurismäki), sino por la singular división estética en la que juega, que no se pone ningún disfraz de temporada y sí las botas altas y la vieja y pesada casaca militar de aquel cine de Ford de cuerpos errantes y caballos en el desierto, horizontes a cielo abierto, conversaciones junto a la hoguera y planos cuadrados cargados de tiempo, teatralidad y elocuencia plástica que requieren, ay, una mirada.
Jauja puede verse en un principio como un western de búsqueda (la hija huida, el desarraigo), aunque poco a poco va soltando lastre para adentrarse en un territorio cada vez más alucinado, en las etapas de un trayecto que nos introduce en una noche estrellada y fantasmal, en el tiempo eterno del mito y la leyenda; un trayecto trufado de premoniciones, amenazas, cadáveres y perros flacos que apartan al capitán Dinesen (Viggo Mortensen) del impresionante paisaje cambiante de la Patagonia o la Pampa para llevarlo del lado de la bruma y los espectros fatigados, preludiados ya en el reflejo en una agua estancada, para dialogar con el espejismo de la paradoja en una caverna uterina, antes de expulsarlo de nuevo a un horizonte volcánico que se lo va tragando hasta disolver en él su silueta.
Alonso parece haberse liberado aquí de ciertas ataduras o estilemas de marca. Algunos dirán que ha suavizado y acortado los trayectos, más pendiente ahora de crear imágenes y relatos que de esconderlos en los flujos del tiempo y la mirada. Jauja ensancha la deriva de su cine de cuerpos, paisajes y fantasmas para dialogar con esa tradición clásica que es, como en Pedro Costa, la semilla de un cine del futuro.
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