Un hombre y el cosmos
BOGANCLOCH | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA
La ficha
*** 'Bogancloch'. Las Nuevas Olas. Documental, G.B.-Ale-Isla, 2024, 85 min. Dirección: Ben Rivers. Con: Jake Williams.
Colocar a un ser humano solo en un entorno salvaje y primitivo tiene algo profundamente cinematográfico. Es como si el vínculo primordial que se establece entre ese ser, la tierra, el planeta y el cosmos se estableciera también con el cine, especialmente con la mítica alrededor del cineasta pionero, aquel que se lanzó con su cámara y sus sueños de testimoniar lo real a la conquista del tiempo. Ben Rivers ha jugado siempre muy bien esa baza, y lo ha hecho por partida doble, a partir de lo ya expresado en estas líneas como en su suave diálogo con el cine experimental, a través del trabajo con el soporte, con su materialidad, tanto en su vertiente de cinematógrafo como en la de experimentador. De esta manera, Rivers se sirve en Bogancloch de un blanco y negro poco contrastado, de los 16 mm y de una relación de aspecto de 1:2.65 (algo bastante inusual en una obra intimista), consiguiendo su habitual imagen poco definida, algo temblorosa, orgánica, como si estuviera siempre a punto de desvanecerse tras revelar su frágil y efímera condición.
Hace trece años, en Two years at the sea, Rivers descubría a Jake Williams, una especie de eremita de larga barba blanca con el que estableció una especie de relación invisible y silenciosa que le permitía reconectarse con la naturaleza, al mismo tiempo que le ofrecía la posibilidad de desdoblarse delante y detrás de la cámara, algo así, salvando las enormes distancias, como lo que ensayaba Robert Kramer con Paul McIsaac. En Bogancloch, Rivers vuelve a poner en pantalla a Williams, quien vive desde hace cuarenta años en el bosque más grande del noreste de Escocia. Una persona, pese a todo, no tan fuera de época ni tan aislada como su aspecto y los primeros minutos de la película pudieran hacernos pensar (y ahí está ese plano cenital con dron para romper el tópico o su visita a un centro escolar para impartir una clase sobre astronomía), y al que Rivers filma queriendo atrapar gestos y rituales en perpetua conexión con la memoria flahertiana del cine y con ese sentido de poética vuelta a la naturaleza, e incluso a las estrellas, a lo Walt Whitman.
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