Más pajarracos que pajaritos
Bird | Festival de cine de Sevilla
A Andrea Arnold se le ha quedado en la recámara ese animalismo algo tramposo con el que buscaba impactar conciencias en el documental Cow. En Bird, su nueva ficción tras American honey, lo retoma mirando al cielo para seguir el vuelo de los pájaros y bajando a ras de suelo para filmar a los insectos o los perros como seres sintientes que nos observan con perplejidad y compasión. Así arranca su fábula mágico-realista ambientada en los suburbios más desfavorecidos (del Sur de Inglaterra) y a sus (buenas) gentes del arroyo con una cierta empatía por sus destinos y, ahora ya abiertamente, una dosis de eco-fantasía que incluye a un ángel guardián con forma de hombre-pájaro al que Franz Rogowski presta su innegable y magro aspecto aviario.
Con todo, es una niña preadolescente la que mira y convoca la fantasía destinada a desanudar el drama de fregadero, una niña rodeada de adultos irresponsables y padres infantilizados que decide tomar las riendas de su vida y salvar a quien se le sume tras cruzarse con nuestro amable birdman en falda y rebequita. Bird se mueve así entre registros con ese molesto estilo nervioso que todo lo contamina, imágenes verticales de móvil, musiquillas modernas y un caprichoso montaje a fogonazos para amnésicos. Tampoco se fía la cineasta de que la ambigüedad de su personaje-pájaro vaya a confundir al respetable y decide, tarde y mal, ponerle alas, plumas y garras donde Rogowski ya había hecho por sí solo todo el trabajo. De no ser por él, la película no levantaría el pretendido vuelo lírico más allá de su posmoderno y arbitrario embellecimiento de los tics del viejo realismo social.
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