El malestar de las raíces

Comprender. En una época de juicios sumarísimos y condenas a priori, Saint Omer pone a su espectador, al que a veces interpela frontalmente, ante la tesitura y el complejo ejercicio de comprender el más terrible de los crímenes, el asesinato de un hijo de apenas 15 meses de manos de su propia madre.

Basada en un caso real y mediático juzgado en Francia en 2016, y con la colaboración en la escritura de la novelista de origen senegalés Marie NDiaye, la primera película de la hasta ahora prestigiosa documentalista Alice Diop (La permanence, Vers la tendresse, Nous), premiada en Venecia con el León de Plata y candidata francesa al Oscar, sienta en el banquillo las conciencias de una nación multicultural y su herencia patriarcal para indagar, a través del mito de Medea, pero también de la historia poscolonial, en las preguntas, el contexto, las motivaciones y consecuencias del más atroz de los actos humanos.

En el estrado, la acusada confesa (extraordinaria y estoica Guslagie Malanga) aguanta el plano y responde con frialdad y elocuencia a las preguntas del juez, el fiscal y su abogada defensora amparada en la amnesia, la contradicción y la brujería, también en su propio desconcierto. Entre el público, una profesora (Kayije Kagame) que prepara un libro sobre el caso y sus derivaciones míticas, proyecta su propia vida en un relato que remite a las raíces africanas y familiares, a los misterios y rincones insondables de la feminidad, a la relación conflictiva con la madre y a su propio futuro maternal.

Diop se maneja mucho mejor dentro de la sala, firme en sus bloques de tiempo, que cuando necesita airear la creciente tensión emocional de los testimonios y su escueto contraplano. La escala se cierra poco a poco sobre los rostros y el peso de la palabra se densifica. Más cuestionable es ya cierta tendencia a lo explicativo o la manera en que el filme subraya los paralelismos entre esas dos mujeres, esas salidas al exterior donde el rigor formal y el ritmo se interrumpen o en las que las referencias explícitas (la Medea de Pasolini proyectada en el ordenador) le restan potencia simbólica a lo verbalizado.