Opinión
Manuel J. Lombardo
El SeFF se hace un 'zoom in'
Andrea Arnold | Directora y guionista
Andrea Arnold (Erith, Kent, 1961) es una de las cineastas que, con mayor riesgo e interés, ha modelado el cine británico actual, partiendo de modelos de generaciones anteriores, como Ken Loach, aunque ella va mucho más allá en su retrato de las clases trabajadoras. Ese compromiso con la observación de la realidad, que la consagró internacionalmente con Fish Tank (2009), estrenada en el Festival de Sevilla, tiene un sello personal aún más indeleble en la película con la que compite este año por el Giraldillo de Oro: Cow, también presentada en Cannes, un documental que sigue los pasos de Luma, una vaca lechera. Es una obra hipnótica, que conjura el previsible letargo de la pautada vida bovina con bocanadas de dolorosa verdad.
-¿Cómo se conecta Vaca con el cine social que caracteriza su carrera desde sus inicios y que la ha aupado con títulos como American Honey (2016), Premio del Jurado en Cannes?
-Para mí Vaca es una continuación de todas las cosas que siempre me han importado; incluso mi primer corto, rodado en 1998, se titulaba Milk, por lo que creo que esta obra encaja en un panorama global de mi trabajo. Llevaba mucho tiempo queriendo hacer un trabajo sobre animales de granja pero no quería filmar algo chocante, y me decidí a rodar cuando tuve la idea de mostrar una conciencia, que un animal es asimismo un ser que siente. Pero desde que la película ha empezado a proyectarse internacionalmente recibo respuestas muy diferentes y viscerales, que me confirman que este filme no trata sólo de una vaca sino que apela a cosas muy profundas que tienen que ver con las personas, con el feminismo incluso. Una estadounidense me explicó que la película le hizo reflexionar sobre lo difícil que es abortar en este momento en EEUU, que se daba cuenta de que su cuerpo no le pertenecía. Otras personas me han explicado que asociaban la película al Holocausto. Y otras, por supuesto, que pensaban en Bresson y en su largometraje Au hazard Balthazar, que yo confieso que todavía no he visto. Lo cierto es que Vaca se ha convertido en un viaje dentro de mí.
-¿Por qué necesitaba recurrir al lenguaje documental una directora tan asociada a la ficción?
-Vaca es, por supuesto, un documental porque versa sobre algo que está ahí y yo hice todo lo que pude para representar lo que veía. Pero todos los cineastas cuando hacen algo real lo muestran siempre a través de su mirada, de su visión, de su propio ángulo. Y aquí hay algo más combativo y activista, no es un mero documental sobre la naturaleza. Es un trabajo que nos demuestra que no podemos desconectarnos de ella. En gran medida hice esta película como una invitación para implicarnos con la naturaleza, con los animales de los que nos servimos. Creo que nos hemos desconectado mucho, sobre todo, en las grandes ciudades: la comida viene de grandes supermercados y la gente no está en contacto con los productores, con las granjas... Y, del mismo modo que si no riegas una planta acaba muriendo, todos nosotros dependemos unos de otros y estamos interconectados: animales, hierba, ríos, plantas...
-¿Es muy diferente rodar con actores, como en su personal versión de Cumbres borrascosas, que con una vaca?
-La vaca ciertamente tiene su propia personalidad. Si estás rodando una película dramática puedes pedirle a los actores que hagan cosas pero a la vaca no, es como es. Y Luma sin duda tenía su propia personalidad y todos los que han trabajado con vacas me lo corroboran. Yo, por supuesto, le rogué a los granjeros que me dieran una vaca con carácter para que, grabándola durante varios años, pudiéramos comprender su personalidad. Mi hija tiene un hámster y también tiene su sello propio.
-Mi abuelo tenía una granja con vacas y todo cambió cuando se industrializó el ordeño. ¿Es su película un canto a esa ganadería más pequeña y conectada?
-Mucha gente me ha comentado esta misma historia, en todos los países donde se proyecta esta película. Creo que en las granjas artesanales, donde se mantenía a los terneros con las madres más tiempo, las cosas eran diferentes y ese anhelo de una ganadería más humana está presente aquí.
-Su película, que se estrena cuando los entornos laborales y personales sufren transformaciones digitales que los están deshumanizando, nos invita a relacionarnos de otra manera.
-Toda la sociedad está inmersa en el mundo digital y, pese a ello, más desconectada que nunca. Muchos estudios científicos nos alertan de que estamos enganchados a los teléfonos. Cuando estrenamos esta cinta en Japón, me comentaban que allí la tasa de natalidad está bajando porque la gente sólo se conecta por teléfono y muchos hombres se niegan a salir de sus habitaciones y ya hay empresas que tratan de convencerlos para que salgan a conocer a chicas. Yo no tengo redes sociales e intento desconectarme todo lo que puedo porque los teléfonos están haciendo que nuestros cerebros se acostumbren a períodos de concentración muy cortitos. Por eso yo intento hacer una sola cosa y concentrarme en ella, en vez de muchas tareas a la vez: pasear a mi perro, comer con un amigo, hablar con los seres queridos...
-¿Es Andrea Arnold una cineasta revolucionaria?
-Sí pero de un modo silencioso. Yo siempre he querido propiciar el debate y mostrar las cosas para que cada uno decida por sí mismo.
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