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Benito Zambrano | Director de cine
Sevilla/Tras el triunfo de Intemperie, la versión de la novela de Jesús Carrasco con la que conquistó el Goya al mejor guión adaptado, Benito Zambrano (Lebrija, 1965) encuentra inspiración en otra novela, Pan de limón con semillas de amapola, de Cristina Campos, que aquí firma el libreto junto al cineasta andaluz. El reencuentro de dos hermanas, Anna (Eva Martín), que se había olvidado de sí misma mientras se preocupaba por mantener un estatus de lujo, y Marina (Elia Galera), doctora en una ONG y hasta entonces con miedo al compromiso en su vida personal, una historia que tiene la herencia de una panadería como telón de fondo, le sirve a Zambrano para lanzar un oportuno mensaje de esperanza y volver a esos dramas protagonizados por mujeres –Solas, La voz dormida– tan celebrados en su filmografía. El director estrena mañana en los cines su nuevo largometraje, una cinta que presentó el pasado fin de semana en el Festival de Sevilla.
–Le dedica la película a las mujeres de su "tribu".
–Sí. Me apetecía homenajear no sólo a mi familia directa, a mis hermanas, a mis sobrinas, sino también a todas esas mujeres que me rodean, a mis amigas, mis compañeras de trabajo. Hoy que nos movemos tanto, que vivimos a menudo fuera de donde nacemos, formamos tribus aquí y allá. Cuando yo estuve en Cuba [el cineasta estudió en la escuela de San Antonio de Baños] me uní a gente que sigue en mi vida, aunque ahora estén lejos geográficamente. Una tribu, dicho de manera poética, se forma de las personas que te han ayudado a crecer, a ser quien acabas siendo. Y ahí, en mi historia, tienen mucha importancia las mujeres.
–Preparar pan tiene un fuerte simbolismo: significa regresar a otras maneras de hacer, a cierta artesanía...
–La película trata de muchos temas universales, pero habla de varios relacionados con la importancia de la familia, de la hermandad, de sentir que tienes unas raíces. La historia reivindica que volvamos a ciertos valores tradicionales que no deberíamos haber perdido. Por ejemplo, comer un buen pan, o un tomate que sepa a tomate. Hay cosas que evidentemente es mejor detrás atrás, aspectos en los que sin duda es mejor que hayamos evolucionado, pero hay historias ancestrales que nos definen, que forman parte de nuestra cultura, de nuestra esencia, y creo que es un error darles la espalda.
–Asegura estar emocionado con el hecho de ambientar en África parte de su película. Que desde la playa divisamos el continente, pero no nos molestamos en saber mucho de él...
–Y yo en Lebrija tengo África 60 kilómetros más cerca. En línea recta, nosotros la tenemos ahí, a un paso. Y ya no es sólo lo próxima que está, es que la cultura árabe la llevamos en la sangre, por nuestra Historia. Por el tema religioso los hemos tenido como enemigos hasta hace nada, con todas las guerras del norte de África, pero yo los veo más como hermanos. Y me parece muy triste ese desinterés que tenemos por los vecinos, nos ocurre con Marruecos, también con Portugal. Es una pena, porque yo me identifico más con un latinoamericano o con un senegalés que con un ruso, o con un alemán, incluso.
–Se suele acusar al cine español de que recurre una y otra vez a los mismos actores. Al elegir a Elia Galera y Eva Martín no ha pesado el tirón comercial, sino el dar con las protagonistas idóneas.
–Hasta ahora he tenido la fortuna, con las películas que he hecho, las productoras con las que he trabajado, de no tener que cargar con un actor que no quisiera. He tenido intérpretes muy conocidos en mis rodajes, pienso en Luis Tosar en Intemperie, o Juan Diego en Padre Coraje, pero qué placer y qué bendición levantar un proyecto junto a ellos. A mí me importa muchísimo el reparto, para mí las herramientas más importantes para hacer una película son el guión y los actores, y si te equivocas con el casting la película falla por muy bonita que quieras rodarla. Al final el cine es plano y contraplano, y ahí no hay tu tía, el actor está solo ante el peligro. Contar con un buen equipo de casting es como tener al mejor ojeador de un club de fútbol, y encontrar a los intérpretes idóneos para los personajes te facilitará conseguir el mejor resultado. Con Elia y Eva todo casa, como ocurrió con María León e Inma Cuesta en La voz dormida, y antes con Ana Fernández y María Galiana en Solas. La verdad es que estoy muy orgulloso de los repartos a los que he dirigido.
–Usted opta por una dirección transparente. Digamos que se somete al relato y no se preocupa por dejar un sello.
–Siempre he tenido muy claro que la película tiene que fluir, que el director no debe estar llamando la atención. Y en Pan de limón... estaba más convencido de que debía desaparecer. Tú no haces una película para lucirte, ni para que los actores se luzcan, que eso se nota mucho, tú la haces para contar una historia, para emocionar, divertir. Yo prefiero la sencillez, que la gente no vea a Benito Zambrano, sino que vea a los personajes. Si alguien reparara demasiado en mi trabajo yo pensaría que he hecho algo mal.
–Pan con limón... busca dejar en el espectador un poso de esperanza. ¿Sentía que era el mensaje que necesitábamos tras la pandemia?
–Me alegra que me diga eso. No importa si la historia termina bien o mal, si has visto que los personajes se han enfrentado a un conflicto y han crecido, y tú como espectador has salido fortalecido y mejor persona que como entraste en la película... Todo eso es un valor que aporta la cultura, el construir una sociedad mejor. En la película, aunque pueda ser triste el desenlace, los personajes caminan hacia la luz, hacia la belleza del ser humano, la empatía, el cariño, o el deseo de amar, de dar amor.
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