No sin mi hija, para el observador lejano

Esta Parte faltante nos da la medida de una sección oficial que parece hecha con títulos sobrantes o de segunda fila de otros festivales disponibles para el obligado estreno nacional exclusivo. O ni siquiera eso, porque el filme no parece tener tampoco la entidad ni las formas necesarias para una competición medianamente seria y sí más bien las de esa división complaciente del circuito comercial de versión original para películas de tema sensible.

Ese tema es aquí el de la custodia de los hijos en las parejas separadas en Japón, con una legislación lejos de los estándares occidentales que beneficia siempre a quien se ha llevado al niño consigo tras la ruptura y deja a la otra parte en una indefensión que no le permite el contacto a no ser que se llegue a un acuerdo privado. Súmenle al asunto la distinta nacionalidad de cada miembro de la pareja y tienen amplificado el conflicto.

El pernicioso influjo de Perfect days de Wenders se cierne sobre el perfil solitario, obsesivo y tristón de nuestro protagonista (Duris: mal), un taxista francés a punto de vender su casa y volver a Francia hasta que, azar mediante, reconoce y empieza a seguir a la que parece su hija, a la que ha buscado denodadamente durante años.

Con el eco de historias y personajes-muleta con traumas similares a su alrededor, la película se despliega entre subrayados continuos y quiebros forzados hacia un desenlace tan previsible como atropellado que se ha ido dejando por el camino toda complejidad en detrimento de la verosimilitud y, por descontado, de toda voluntad o decisión de estilo que no sea la de la mera ilustración del guion entre el típico anecdotario cultural para el observador distante y el uso de un puñado de canciones para rellenar el paisaje urbano de Tokio a vista de coche.