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Festival de Cine de Sevilla | Película inaugural

Jacques Audiard abre el certamen con 'París, Distrito 13', una moderna comedia amorosa que retrata los nuevos usos sentimentales en una periferia diversa y sin conflictos

Jacques Audiard, en el centro, junto a los actores Jehnny Beth y Makita Samba, en el 'photocall' oficial del festival en el Paseo Marqués de Contadero. / Juan Carlos Vázquez
Francisco Camero

05 de noviembre 2021 - 19:30

Sevilla/Prometía el pasado miércoles en estas mismas páginas José Luis Cienfuegos ventanas abiertas, menos "claustrofobia" y más "diversión", y la elección de la película que inaugura este viernes en el teatro Lope de Vega esta nueva edición del Festival de Sevilla constituye un aval de dicha declaración de intenciones. París, Distrito 13 es, más que probablemente, la película más luminosa, ligera e incluso por momentos divertida que ha rodado hasta la fecha Jacques Audiard, ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2015 por Dheepan y autor de dramas tan ásperos y rotundos como De latir, mi corazón se ha parado o Un profeta, que además ha demostrado su versatilidad para conjugar distintos registros en títulos como Los hermanos Sisters, su anterior trabajo, el gran western crepuscular protagonizado por Joaquin Phoenix, John C. Reilly y Jake Gyllenhaal.

"Yo tenía desde hacía tiempo ganas de contar una historia sobre el discurso amoroso, vamos, una comedia romántica, y como la película que hice antes era un western, rodado en grandes espacios, sin mujeres y en color, quise que lo siguiente que hiciera fuera justamente lo contrario", explica Audiard tras la proyección para la prensa de París, Distrito 13. Otra cosa que le apetecía era reflejar la sensación de "estar en París sin estar en París" que se da en algunos de sus barrios, y que él conoce de primera mano; mostrar la vida cotidiana de una ciudad representada, fabulada e idealizada hasta la extenuación, hasta el punto de que con demasiada frecuencia "parece un museo, una ciudad encerrada en sí misma".

De modo que el cineasta se fue a rodar en blanco y negro –los colores en los que el cine contó "tantas historias de amor"– al barrio/distrito de Les Olympiades (que es también el título original del filme), un lugar periférico, de altas torres residenciales, gran densidad de población y diversidad étnica, pero –a diferencia de lo mostrado en cierta corriente de películas francesas sobre la furia y el malestar del extrarradio, como El odio, también en blanco y negro, que es en realidad lo único que ambas cintas comparten– sin rastro alguno de conflictividad social. El propio Audiard vivió durante un tiempo en ese barrio, construido en los 70 y convertido hoy en una zona de afluencia de población inmigrante, universitarios llegados del resto del país y jóvenes parisinos de pura cepa que estrenan allí, a un coste menos disparatado que en otros barrios, su vida emancipada del hogar familiar.

En ese escenario, y con una cámara atenta a los cuerpos y a la dimensión retratística del cine, Audiard echa a andar, a rozarse y confundirse, a saltar de una cama a otra, a ser amigos ahora, luego amantes, después todo a la vez, más tarde quién sabe qué exactamente, a cuatro jóvenes de ese París moderno ajeno a las postales: una chica de origen chino egocéntrica y caprichosa que pasa sus días entre su trabajo en un call center, raves y rollos compulsivos vía apps de ligues (interpretada por Lucie Zhang, sin experiencia previa en el cine: gran carisma en pantalla); un profesor de instituto quemado que abandona las aulas para opositar a otro puesto pero se entretiene demasiado arrastrando a su sofá a toda la que se le pone por delante (Makita Samba); una treintañera medio provinciana que llega a la Sorbona para retomar sus estudios universitarios tras un turbio episodio familiar (Noémie Merlant), a la que sus despiadados compañeros de aula confunden con una actriz de webcam porno (Jehnny Beth).

Audiard parte de tres historias breves del carveriano historietista estadounidense Adrian Tomine que adaptó junto a Céline Sciamma (directora de la espléndida Retrato de una mujer en llamas) y Léa Mysius. Y la experiencia del rodaje le sirvió para volver a abrazar un cine más artesanal y receptivo a la espontaneidad tras su anterior proyecto lleno de estrellas de Hollywood. "Los actores americanos llegan al rodaje con su papel construido y preguntando cosas como ¿sería así el acento de Boston en los años 30? Esta vez, en cambio, hubo muchos ensayos, aportaciones de todos ellos, algo más parecido a una construcción colectiva", apunta Audiard sobre este fresco de una juventud para la que el sexo es, a la vez, placer, juego y vía de escape de los problemas familiares, la estrechez del presente y la angustia de averiguar o decidir quién es uno en realidad.

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