Tribuna Económica
Carmen Pérez
T area para 2025
José Luis Cienfuegos. Director del Festival de Sevilla
Entre la inauguración de este viernes, en la que se proyecta la esperada Madre, Madrede Rodrigo Sorogoyen, y la clausura del día 16, que tendrá al sevillano Paco Cabezas y su nueva cinta, Adiós, como protagonistas, el Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF) celebra su edición número 16. El asturiano José Luis Cienfuegos José Luis Cienfuegoscoordina otro año más esta cita imprescindible en el otoño cultural de la ciudad, un encuentro que traerá los últimos trabajos de Marco Bellocchio, Bruno Dumont, Roy Andersson, Jessica Hausner o José Luis Guerin y que promete, según su responsable, una oferta tan variada y rigurosa como "disfrutable". Un avance de la segunda temporada de La peste o el reconocimiento al indispensable y pionero Pere Portabella son otras citas destacadas de este SEFF.
–El año pasado comentaba que la programación reflejaba una Europa en combustión. Por la selección que se ha hecho ahora, ¿diría que los directores siguen preocupados por lo que sucede?
–El cine europeo sigue estando ahí, en la pelea, pero no sé si lo están tanto los espectadores. Quizás el público se haya acomodado, quizás estos temas le parezcan incómodos. Dentro incluso de un contexto como un festival de cine nos cuesta que los espectadores respondan de una manera contundente y solidaria con lo que plantean algunas producciones. El año pasado fue una edición muy beligerante en este sentido, en lo formal y en las cuestiones que se trataban, y los resultados fueron discretos con respecto a ese tipo de propuestas. No sé si con las plataformas, con esa presión de estar al día de todas las series, se está creando una necesidad artificiosa de consumo, una dinámica en la que a uno no le da tiempo a pensar bien en lo que ve, y que eso esté afectando a nuestro modo de relacionarnos con las películas. En el festival va a haber una reunión de distribuidores independientes, promovida por el Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA), para debatir la situación actual de los cines. En un análisis reciente se señalaba que era el público joven el que acudía a las salas comerciales, pero que este público se limitaba más bien a un determinado tipo de cine. Queremos ver cómo nos comunicamos los programadores, los distribuidores, los exhibidores con los espectadores.
–Lleva ya siete años al frente del SEFF. ¿En qué se diferencia esta convocatoria de las anteriores?
–Si nos centramos en la Sección Oficial hablamos de grandes nombres, de grandes directores, pero también de grandes películas. Son trabajos que van a formar parte de lo mejor de la filmografía de esos cineastas, no son títulos menores. Son obras destacadas de realizadores que están sosteniendo el cine europeo. Además hay una enorme variedad estilística y temática en la oferta, la muestra de que el cine europeo es mucho más rico de lo que muchas veces se piensa. Hay comedia, animación, thriller político... Películas con una paleta de colores enorme y que son muy disfrutables por el público. En cada sesión se va a ver un filme distinto al anterior.
–Uno de los clichés que pesa sobre el cine europeo lo define como sesudo y solemne. ¿Hasta qué punto esa imagen es injusta? ¿Cómo se lleva en realidad con la comedia?
–Es verdad que es muy complicado para los programadores apostar por comedias, porque el humor que funciona en determinadas zonas no es bien entendido en otros sitios. Pero también hay un tipo de cineastas que poseen un humor más sutil, más profundo. Roy Andersson es uno de esos autores, o Elia Suleiman, que presenta De repente, el paraíso, una obra que se inspira en Jacques Tati y que destila una ternura conmovedora; o João Nicolau, que viene con Technoboss. Son películas que requieren otra actitud, pero que son gozosas a su modo. Otro ejemplo: un documental como La mafia ya no es lo que era, que arrancó carcajadas en Venecia, donde logró una ovación de cinco minutos y el Premio Especial del Jurado, y que aquí estará en Las Nuevas Olas.
–Albert Serra regresa a Sevilla con Liberté, una cinta que causó controversia en Cannes. ¿Hay muchas películas que, por su audacia y su riesgo, pueden ser incomprendidas en el SEFF este año?
–Son muy interesantes los tres cineastas españoles que están en la Sección Oficial, que han desarrollado carreras muy diferentes. En el caso de Sorogoyen, ha sido muy valiente, porque después del éxito de El reino podía haber ido a lo seguro, y con Madre ha tomado un camino lleno de riesgo, imprevisible. Su largometraje, basado en el corto del mismo título, es perturbador, y habla de la pérdida, la maternidad, con una combinación de ternura y crudeza muy insólita. Eloy Enciso, que se llevó aquí el premio de Nuevas Olas por Arraianos, continúa en esa línea tan libre, en su reivindicación de la memoria, con una obra que transcurre en la frontera entre Galicia y Portugal. Y Albert Serra es otro autor de una creatividad aplastante. Podría verse como el relevo de Pere Portabella, que recibe este año el Giraldillo de Oro.
–Uno de los atractivos de la retrospectiva de Portabella es que se recuperan de sus comienzos como productor obras maestras como Viridiana y El cochecito.
–Cuanto menos es sorprendente que fuera de Cataluña no haya tenido la repercusión que merece. Es una figura decisiva, en primer lugar a nivel político, por su contribución a la democracia o la reivindicación del diálogo, hoy tan importante. Resulta simbólico que recoja su premio este viernes, en el cierre de una campaña; va a ser un momento trascendente en la historia de este festival. Y luego está su tamaño como cineasta: su obra como realizador, su apoyo a otros creadores, su participación en proyectos como El cochecito o Viridiana, que se van a ver con copias remasterizadas.
–En el programa de mano se dice, en concreto sobre Las Nuevas Olas, que “se va abriendo la compuerta de los festivales internacionales al cine hecho por mujeres”. ¿Cómo ve usted la situación?
–A la mayoría de las cineastas que programamos en el festival les molesta el tema de las cuotas, que se cuente con sus películas por eso. Da la impresión, además, de que a todas se las intenta meter bajo un mismo paraguas, pero es una idea equivocada, ofrecen miradas muy diferentes y al mismo tiempo complementarias. Desde la más intimista Joanna Hogg, que presenta películas con cierto tinte autobiográfico, hasta la más beligerante Lene Berg, que puede llegar a incomodar con un enfoque más político y provocador.
–Este año les ha quedado, en Panorama andaluz, una representación especialmente atractiva.
–La selección revela que se está haciendo un cine de no-ficción menos encorsetado, más audaz. Por lo que vemos además en los cortos, viene una generación menos sometida a las convenciones. Los autores no están tan preocupados por las subvenciones, no plantean proyectos concebidos para que sean emitidos para televisión. Se percibe otra actitud.
–En las proyecciones especiales se estrenan los dos primeros capítulos de la segunda temporada de La peste. Los festivales se han abierto definitivamente a las series.
–En realidad, hemos estado siempre abiertos a otros formatos, hemos tenido menos prejuicios de lo que podría imaginarse, pero la atención estaba en otra parte. Yo hace años programé series como Queer as folk o Neverwhere, adaptación de relatos de Neil Gaiman. Lo que ocurre es que las series de televisión viven hoy un boom y el foco se dirige ahora a ellas. Que La peste se estrene en el festival es un homenaje a dos maestros del cine andaluz como Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, y también al espléndido trabajo que hacen los técnicos de aquí.
–En su opinión, ¿el cine puede responder de alguna manera a los extremismos que están surgiendo?
–Le diré una cosa: en los últimos años, por ejemplo, hemos percibido que algo se ha hecho bien en la educación en este país, con respecto a la normalización de la diversidad sexual. Cuando hace años programábamos para chavales una película con temática LGTBI había codazos, alboroto, cierta preocupación por si podía ofender a algunos colegios... Eso ha cambiado. Los programadores, los medios de comunicación, las series han ayudado a que se vea esa diversidad como algo normal. Eso nos satisface. Y no deberíamos olvidar que eso es algo que se ha ganado, y que no se debería perder.
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