Ecos de una guerra espectral
Tobruk. Rep. Checa, Eslovaquia, 2008, 100 min. Dirección: Václav Marhoul. Intérpretes: Jan Meduna, Petr Vanek, Krystof Rímský.
La segunda película tras la cámara del actor checo Václav Marhoul resulta ideal para sacudirse las retinas ante los delirantes extravíos de tanto supuesto artista abonado al exceso y la pirotecnia audiovisual que desfilará por esta pasarela. Tobruk tiene en su modestia su mayor virtud, y también su mayor defecto, no arriesga nada, pero tampoco comete ningún pecado de imposible redención. Adscrita al género bélico, vuelve sobre la novela La roja insignia del valor de Stephen Crane, que ya adaptara con éxito John Huston en 1951, para narrarnos la odisea de un pequeño destacamento de soldados checoslovacos perdido en las arenas del desierto, y obligado a mantener su posición ante las poco decididas acometidas de las tropas de Mussolini. Los militares centroeuropeos luchan por su patria a muchos kilómetros de ésta, ante elementos climatológicos para ellos desconocidos, y con el absoluto convencimiento de que si son tomados prisioneros serán ejecutados al pertenecer a un país que se ha anexionado militarmente el III Reich.
La trasposición que acomete Marhoul de la novela de Crane del marco de la Guerra Civil norteamericana al de la II Guerra Mundial permite a su autor una visión mucho más pesimista de la condición humana, una idea que recorre toda la cinta, y que acaba de tomar cuerpo en su desolador final. Su filme se beneficia además del gran trabajo fotográfico de Vladimír Smutný (muy especialmente en el interior de las trincheras, con un tipo de iluminación que simula fantásticamente lámparas de petróleo) que otorga una dimensión espectral a ese inmenso paisaje abstracto que son las dunas del desierto, y que multiplican la incertidumbre, los tiempos de espera y la arbitrariedad de la muerte.
Incluso la toma de conciencia por parte del protagonista (que huye adentrándose en el desierto que tiene a sus espaldas tras el primer ataque italiano para volver finalmente con su pelotón) tiene aquí un dramático y nihilista giro final, dejando su heroico y humanitario gesto (se jugará la vida para salvar la del personaje más abyecto del grupo), convertido en un acto inútil, grito de dolor mudo, que clama inútilmente ante la inmensidad desnuda del desierto por el sinsentido de todas las guerras, a partir de unas imágenes tan desoladoras como despojadas de cualquier amago de grandilocuencia. Para entendernos, nos hallamos ante la antítesis de la retórica onanista que se gastaba Oliver Stone en, por ejemplo, Platoon.
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