Primer día de Feria de Sevilla. Precepto de familia y gentío
Feria de Sevilla
El domingo llena por completo un Real con temperaturas idóneas para disfrutarlo
El festivo, que en 2025 podría quedar fuera de la semana de farolillos, anticipa el completo en la sobremesa
Un museo de carruajes con mucha vida sobre el albero de la Maestranza de Sevilla
Si les digo que hace 20 años que no monto en moto, no exagero. La Feria de Sevilla atesora la virtud de saber dónde empiezas pero nunca cómo acabas. Y yo lo he hecho este domingo en la trasera de uno de esos ciclomotores de alquiler mientras mi compañero de tinta y papel iba a los mandos. La verdad es que pasear estas fechas por el Paseo de Colón, cuando el mercurio se suaviza y el gentío busca el puente de San Telmo, es una auténtica delicia, aunque haya que renovar las nociones mínimas para saber cómo subirse a tal vehículo sin hacer el ridículo. Meritoria acrobacia en la que prima el equilibrio.
Todo esto lo comento mientras finiquito un domingo de Feria en el que salgo del Real con la sensación de haber dejado atrás la calle Parras una mañana de Viernes Santo. No menciono la palabra colapso porque sería caer en la hipérbole, pero de resultar difícil el tránsito, lo corroboro. Las aceras están tan colmatadas de gente que hay que ir pidiendo permiso para hacerse pasillo. Grupos de jóvenes son los protagonistas, con jarra de rebujito en mitad de la conglomeración. Hay ganas de estrenar volantes y lunares sobre un albero bien asentado. Sin olvidar esos maquillajes nada discretos que disimulan cualquier acné inoportuno.
La Caseta de la Encomienda y la Embebienda se convierte en refugio a esta hora de la sobremesa en la que el almuerzo nunca acaba. En el redondel de una mesa, Manuel Marchena, que se postula a nuevo rector de la Universidad de Sevilla (la US para los más modernos), luce un traje negro de raya diplomática con reminiscencias sicilianas. A pocos metros, el periodista José Manuel Peña habla desde los adentros, de ahí su voz rasgada.
Por la calle Asunción
Este domingo de Feria supone una incógnita. Puede que en 2025 pierda el nombre por el de pre Feria, si la fiesta recupera el formato antiguo. Lo cierto es que la masa se hace con un Real impoluto. De todos lados proceden hacia ese punto de fuga de la calle Asunción. Hasta esta perspectiva infinita acuden autobuses atestados de pasajeros. Brazos y manos que salen por las ventanas buscando el aire fresco que les niega el transporte público en esos momentos.
Cruzar el puente de San Telmo es un anticipo de la calderas del infierno. Se suda lo suyo, aunque si uno recuerda lo sufrido en la Feria de 2023, esto se queda en pañales. Mucha chaqueta blanca en este domingo de brillo aúreo. La Feria se anima en plena sobremesa. El Paseo de Caballos está lleno, aunque sin colmatarse. Se pueden contemplar los carruajes sin aglomeración.
En Chicuelo 12 se asiste al ceremonial de cada abril. Se entrega la Caseta de Oro a una personalidad destacada. Este año recae en la figura del doctor Derrick Rossi, fundador de Moderna, esa empresa farmacéutica que todos conocimos en tiempos del Covid. La caseta supone una reliquia del tiempo enquistado. La aristocracia bajo farolillos con sones de pasobobles. Ejerce de antitriona Beatriz Valdenebro, marquesa de las Torres de la Pressa. No falta tampoco Enrique Moreno de la Cova. Morrick Rossi agradece a los presentes -en inglés- el galardón. De testigos, el duque de Alba, Carlos Fitz-James Stuart, quien conversa con el arquitecto Rafael Manzano.
Lo mejor que me llevo de la cita en esa caseta de pronunciada angostura es la repentina amistad con Teresa Marqués, marquesa de Constantina, título que posee su marido, al que conoció en Mallorca, su ciudad natal y de la que afirma no gustarle el devenir que presenta. “Está muy comunista”, me confiesa entre bandejas de canapés.
Al aire libre
Salgo fuera y piso albero para hablar con el premiado. El fotógrafo hace de traductor. Morrick Rossi dice estar sorprendido con lo poco que acaba de ver de la Feria. Lo han traído del aeropuerto a la caseta. Estará en este universo de farolillos y volantes hasta el martes. La marquesa de Constantina me sigue hablando, con total sutileza, al oído. Me comenta tiempos pretéritos en Chicuelo 12 y anécdotas de los premiados años pasados. La lista es larga.
Fuera, en las calles del Real, el perfume de intenso recuerdo de los señores que acuden con chaqueta -donde la resistencia del último botón se pone a prueba-´se mezcla con el aroma a refrito que condensa el aire. La antítesis de aquellos versos cernudianos que hablaban del aire denso y suave de la primera luna de la primavera. Aquí es tan sumamente pesado que hace notar su presencia en la tráquea. Síntoma más que evidente de que hay aceites con tanta antigüedad como el que empleó Doña María Coronel para zafarse de las artes amatorias de Pedro I (el Cruel o el Justiciero, a gusto del consumidor). La Feria requiere de una buena dosis de omeprazol si se quiere disfrutar más de un día.
Doña María Coronel fue mujer empoderada (que dicen los de la corrección lingüistica) en aquella Sevilla medieval. Aunque para empoderamiento, el de quienes lucen traje de flamenca cuando el mercurio se pone a 30 grados. En esta jornada de precepto dominical supone una aventura adentrarse con volantes por estas calles colmatadas, donde apenas queda resquicio libre para moverse sobre el albero.
El domingo de Feria se consolida en el actual formato que conocimos en época de Juan Espadas. En el año sin caseta del PSOE andaluz, la celebración con dos fines de semana atrae al público más heterogéneo. Cobran especial protagonismo las familias. Es el día de acudir con pareja, hijos, parientes sanguíneos y políticos. Una Nochebuena por lo civil en este paraíso de toldos con rayas.
Mesas familiares
En las casetas hay largas mesas para dar cabida a numerosos grupos. Suegros, consuegros, abuelos y cuñados se dan cita en horas en las que todo parece estar por estrenar. Si la noche del alumbrado, por la indumentaria, tiene ecos de Nochevieja (con brillos hipnóticos en ciertos conjuntos), el domingo de Feria guarda semejanza con la fiesta navideña. Todos alrededor de una mesa con manzanilla, rebujito y algunas viandas (no demasiadas, que los precios están por las nubes). La cita alivia los roces que puedan existir entre las partes. En una de estas reuniones se escucha a una suegra, a pie de barra, elogiar a su yerno. "¡No hay otro igual!". La Feria vertebrando el hogar.
El gentío se acrecienta conforme el sol mengua. Cuesta andar contracorriente por una calle Asunción que vive sus mejores horas (con permiso de la Cabalgata de Reyes Magos). Todo el mundo acude a esta ciudad tan caduca cual líquido vertido en un catavino. Es cuestión de paladear. La vida se bebe a sorbos. Como este precepto de familia y gentío.
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