Y se hizo la luz entre tinieblas
Lunes de Feria
Llegan los vigilantes a la caseta del Labradores, los músicos a la del Mercantil: la Feria es la primera 'fábrica' de la ciudad. En las horas previas se visualiza el protagonismo de Tussam y Lipasam.
Llegan los vigilantes a la caseta del Labradores; llegan los músicos a la del Mercantil. El centro, con esos rumbosos epítetos laboriosos que están en la génesis de la Feria, se va para Los Remedios. Lo sabe el encargado del bar Génova, en la Avenida de la Constitución, que a las diez de la noche empieza a recoger las sillas. El vacío de la Avenida se complementa con el lleno de Asunción camino del real.
Hay tantos toreros en el callejero que Reyes y Ascensión de buena gana se pondrían a cantar el duelo taurino que Sara Montiel interpreta en El último cuplé. Garbo y relicario son palabras en desuso. Reyes y Ascensión entran con sus respectivos maridos junto a la portada que poco después convertirá a Sevilla en ciudad de la Luz. Son sevillanos con caseta. "Los de la Cuesta", se presentan. Estas dos mujeres son un antídoto contra el catastrofismo, contra cierto existencialismo ferial que en las puertas de algunas casetas presenta imágenes más propias de un funeral que de una fiesta. "¿No ve usted el cielo de Sevilla?", interpela Reyes.
Tussam y Lipasam son los reyes de la logística. Los autobuses urbanos son casetas abigarradas, babeles de propios y extraños que cumplen con el ritual de pisar por primera vez el albero. En Asunción, un grupo de abuelos permanecen sentados en la terraza de los 100 Montaditos mientras los nietos juegan a la pelota en el carril-bici. Antes del alumbrado, el real parece un plató cinematográfico. Uniformes del trabajo para que no rechine el devenir de la fiesta. En una caseta suenan unas sevillanas existencialistas, una elegía del ama de casa. Viene al rescate de la alegría María del Monte con esa esdrújula que hizo furor: Cántame.
"Si te digo dónde estoy. No te lo digo para que no te mueras de la envidia. ¿No sabes lo que empieza hoy? Aquí lo que hay es mucha marcha y todo lo demás es mentira". Un hombre va radiando su conversación en el móvil por la avenida, mientras que unos japoneses ruedan imágenes en la parada del Archivo de Indias del Metrocentro. Ese tranvía va a la Feria del Prado, evocada con la portada de la plaza de España.
Carpanta, paradigma del sevillano sin caseta, colecciona direcciones de casetas. Encuentra un aliado en uno de los 34 socios de la caseta Los Cebolleta. En realidad es socio consorte, porque adquirió esa condición al casarse con Rosa, hija de Antonio García, perito agrícola, uno de los socios fundadores. "Al venirnos del Prado", dice la hija del perito, "nos pusieron junto a la calle del infierno. Tuvimos que refundar la caseta". Javier es nieto de Blas Infante e hijo de María de los Ángeles, nacida en 1930 en Isla Cristina un año antes de que su padre aceptara el traslado a la notaría de Coria.
Desde el bar Génova cuyas sillas ha terminado de recoger el encargado hasta la Feria hay veinte minutos a pie junto a uno de los lugares más hermosos del planeta. Quizás por eso elijan ese medio de locomoción el ex futbolista Antonio Biosca, el sastre Francisco O'Kean, el escritor Rafael Moreno, biógrafo de Espartaco que entraría en la Feria por Espartero, o Beltrán Pérez, el edil que sucedió a Paula Garvín en la llamada Participación Ciudadana. Vulgo los distritos. Las casetas de los que no tienen caseta. La del distrito Este está animadísima tres horas antes del alumbrado. Por el Este sale el sol antes y llegan de Sidney las primeras imágenes del Año Nuevo.
La caseta de los arquitectos se llama Al Compás jugando con la ambigüedad de esa palabra que hace de arbotante entre el duende y los ángulos rectos. De noche, la torre Pelli iluminada es un Gulliver despoblado, un gigante lápiz de labios como aquellos que diseñó el concejal Queraltó. ¿Será algún día portada? En la de este año, la policía desactivó un simulacro de escrache. Una pirueta reivindicativa de la plataforma del 15-M, que aprovecharon el tirón sociológico del 15-A.
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