San Miguel, 1964: La Maestranza lloró bajo la lluvia
Curro. Así cuajó la leyenda (IV)
Sesenta años de alternativa y del debut de matador de toros en la Feria es argumento sobrado para este serial
Llegó sustituyendo al Cordobés, no paró de llover en toda la tarde y toreó para los anales
ESTAMOS en un año, el de 1964, en el que pasaron muchos claroscuros en la carrera de Curro Romero, demasiadas simas y un gran número de cimas deslumbrantes que sacaron al torero de un bache con cara de socavón irremediable. Era el año que el nacional-catolicismo celebraba por todo lo alto que se cumplía el cuarto de siglo del último parte de guerra. Y aquellos 25 Años de Paz tan aireados tuvo en el mundo del toro la consagración como figura máxima al hombre que se dio trazas para llevar a las plazas a gente que ni a soñar hubiesen acudido nunca a ver una corrida de toros.
Ese hombre se llamaba, y se llama, Manuel Benítez Pérez y hasta la prestigiosa revista Life lo había llevado a primera página con su nombre de guerra, El Cordobés, a todo lujo tipográfico. El hombre que había cortado un rabo en Sevilla en su Feria y que había pasado a la leyenda con la cornada que un toro de Benítez Cubero le había infligido la tarde de su confirmación de alternativa en Las Ventas.
Paralelamente, la vida no iba igual para Curro. Ya en Feria malogró una gran faena a un toro de Urquijo, al que mató de forma insólita en él. Y es que en vista de que el murube no doblaba intentó despenarlo con la puntilla y he ahí a Curro ejerciendo de espontáneo puntillero sin demasiado éxito. Aunque esa tarde cortó oreja, la Feria no la sacó adelante con demasiado lucimiento y Canorea, siempre dispuesto a echarle una mano, lo contrató para torear en el Corpus una corrida de Santa Coloma en la que tomaría la alternativa el gitano de Albacete Manuel Amador. Y con Álvaro Domecq abriendo el cartel y el linense Carlos Corbacho de testigo aquello echó a andar. Tarde nefasta de Curro, que hasta se quitó de en medio a un cárdeno genuino de la casa con un sablazo por un costado.
Y como en Madrid repitió la faena, don José Flores Camará, su apoderado, decidió no seguir a su lado y llegaría a su carrera un hombre providencial, José Ignacio Sánchez Mejías. Tras una digna actuación con Bienvenida y Paula en la primera Corrida del Arte en Jerez, resucitó en Málaga cortando orejas y rabos en dos tardes inolvidables y ahí se mostró por vez primera que Curro estaba hecho de materia infungible. Estuvo cumbre en casi todas sus tardes con triunfos en Bilbao y San Sebastián más uno clamoroso en Jerez sustituyendo a Joselito Huertas y le llegó la oportunidad de reconciliarse con Sevilla en San Miguel. La Feria septembrina estaba cerrada y en una de sus tardes se anunciaba El Cordobés en compañía de Pedro Martínez Pedrés y del mexicano Gabino Aguilar, pero un percance sufrido por el de Palma del Río iluminó a Canorea, nuevamente Diodoro con el capote para ayudar a su admirado Curro Romero, para darle al camero esa sustitución.
Llovía aquel 29 de septiembre, pero el tirón taquillero del ausente Benítez lo palió el poder de convocatoria del que ya era unánimemente considerado como Faraón de Camas y dueño del corazón de la Sevilla torera. Se anunciaban toros de Núñez, pero sólo se lidiaron tres, completando la corrida tres bureles de Manuel Camacho Naveda. Mató Curro por delante el de Núñez y tras, un alboroto de verónicas inenarrables, cuajó un gran trasteo con la muleta. Pero cuando aquello estaba lanzado dijo el cielo agua va y Curro optó por abreviar. A pesar de eso hubo de salir al tercio a saludar a un público que aguantaba el chaparrón en la confianza de que en el quinto surgiera lo milagroso.
Y surgió, vaya si surgió. Con su terno celeste y oro empapado por una lluvia que no amainaba, otra vez levantó clamores con el capote, con aquel capote que no era tan pequeño como el que utilizó años después. Con el paso de los años y en una de las conversaciones que ambos sostuvimos, Curro me confesó que aquel toro de Manuel Camacho en San Miguel fue de los mejores, si no el mejor, de cuantos cuajó en Sevilla. "Aquella tarde llovía mucho, pero estaba tan a gusto en la cara de aquel animal que no sentía prisas para nada".
Fue una sinfonía en do mayor digna del escenario y de un intérprete que ya se movía por el albero de la Maestranza como si estuviera en el patio de su casa. Pero aquella sinfonía se torció, como tantas y tantas, a la hora de matar. Se eternizó con los aceros, pero, no obstante, el público se olvidó de los paraguas para sacar una nube blanca de pañuelos que obligaron al usía a concederle una oreja. Ha sido ésta una corrida que ha pasado como de puntillas por la vida de Curro Romero, pero sólo para el gran público, no para él.
Cincuentaicinco años después, rara es la vez que no sale a relucir en nuestras conversaciones aquel toro de Camacho, de aquel ganadero de Medina Sidonia que se proclamaba como currista de la primera hora. Aquella tarde tuve como vecino de localidad a Rafael de Paula y hay que ver cómo el del barrio de Santiago se venía arriba aplaudiendo el capote y la muleta de su amigo Curro Romero. Era martes 29 de septiembre de 1964, el año de los 25 Años de Paz, llovía y llovía sin una sola clarita, y la Maestranza lloraba y despedía a su torero con una ovación cálida, emocionante.
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