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La vida sin guardaespaldas

Los políticos amenazados en el País Vasco comienzan a plantearse su existencia de otra manera desde el momento en el que puedan prescindir de sus escoltas

La ex alcaldesa de Lizarza Regina Otaola acude protegida por escoltas a un acto político.
Eladia Cuzin (Afp) / Guecho

02 de noviembre 2011 - 05:05

Convencidos del fin de la amenaza de ETA, tras el anuncio del cese de su "actividad armada", a sus 57 años Joseba Markaida y Asun Olaeta, una pareja de militantes socialistas vascos, sueñan con poder prescindir "hoy mismo" de los escoltas que los protegen desde hace ya casi una década.

"¿Lo primero que voy a hacer sin escoltas?", se interroga divertido Joseba Markaida, controlador de transporte marítimo de ojos tan azules como el agua del puerto de Guecho, cerca de Bilbao, que brilla a sus espaldas. "¡Ir a la playa! Vivimos a sólo quinientos metros del mar pero no voy a ir con un escolta y su pistola corriendo hasta el agua", afirma.

"Me encanta ir por las rocas o sentarme a escribir algo, pero con uno al lado me siento ridículo", agrega.

Pasear a su perra por los campos que rodean al caserío familiar y volver a jugar a la pelota vasca en el frontón de Guecho, su ciudad natal, sin que los otros pelotaris se aparten. Volver a tener la casa llena de todos los amigos que se fueron distanciando, asustados, desde que comenzó a pesar sobre ellos la amenaza...

Y olvidar el miedo a morir de un disparo en la nuca o de que sus hijos vuelen por los aires al encender el automóvil, si le han pegado una bomba.

Ése es el sueño de esta pareja desde que su vida cambió, en 2000, cuando Joseba entró en el concejo municipal de Guecho como representante del PSOE.

"Es al tener un cargo político cuando empiezan los problemas", explica Asun, pintora de profesión.

Las primeras amenazas fueron discretas: "nos pincharon las ruedas del coche, se quemó dos veces la cabaña de los niños en el jardín, tiraron una pelota de acero a la perra", recuerda.

Hasta una noche, en 2001, en que por primera vez el peligro entró en su casa, hasta la cocina, donde el mayor de sus hijos cenaba solo. "Oímos una explosión, primero creí que era la caldera y después vi las llamas en el suelo", relata Asun. Los tres cócteles molotov lanzados dentro de la casa desde el exterior sólo provocaron daños materiales.

Pero "entonces ves que vienen a tu casa para atacarte", subraya Joseba, fundador de Zaitu, Asociación Pro Amenazados, Perseguidos y Exiliados por causa de ETA, en la que también trabaja su mujer.

En 2005, recibieron un nuevo ataque contra la fachada exterior del caserío. Esta vez "los cócteles molotov iban acompañados de bombonas de butano, que no llegaron a explotar". "Menos mal", exclama Markaida.

Lo peor es "el olor, que no mancha pero sí que se queda, uno o dos años" después de cada explosión, afirman al unísono.

A estos ataques se suman las amenazas directas. "Markaida, PSOE, estás muerto", decían las pancartas colgadas en la zona rural de Guecho, un lugar donde el independentismo radical vasco es mayoritario.

"El único del PSOE y vasco en el barrio soy yo", señala Joseba, insistiendo en sus 36 apellidos vascos, una forma de subrayar sus profundas raíces en esta región en la que ha tenido, sin embargo, que vivir bajo protección.

"Después de todo lo que hemos pasado lo mejor que podemos decir es que estamos ilesos, tuvimos mucha suerte", concluye Asun.

Aunque la asociación española de guardaespaldas advirtió, al día siguiente del anuncio de ETA, que "las amenazas, presiones y actos violentos contra los cargos electos no acaban con el comunicado de la banda terrorista", esta pareja sueña ya con vivir sin protección.

Frente a todo el peligro corrido en el pasado, "me siento liberado", afirma Joseba.

Por indicación de las autoridades, creen que tendrán que vivir aún hasta diciembre con uno de los dos guardaespaldas. "Si fuera por nosotros", dicen, "lo dejaríamos hoy mismo".

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