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La sorprendente metamorfosis de Rajoy

Desde que las encuestas empezaron a vaticinar su triunfo electoral, el nuevo presidente del Gobierno ha suavizado su discurso y se ha mostrado conciliador con su antecesor.

El Rey posa junto a Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero. / EFE
Theo Peters (Dpa)

21 de diciembre 2011 - 18:15

Del enfrentamiento descarnado a la reconciliación generosa, de la descalificación sistemática a la búsqueda de consenso: el nuevo presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, asumió el cargo con una imagen radicalmente distinta a la que exhibió durante los siete años en los que lideró la oposición en el Parlamento a los dos gobiernos del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Quiere perfilarse como un hombre de Estado que pone el interés nacional por encima de los fines partidistas. Atrás ha quedado el ambiente de vehemente crispación que marcó el enfrentamiento dialéctico entre Rajoy y Zapatero. Un debate "tenso", como lo llama eufemísticamente el presidente del Partido Popular, que parece querer olvidarse de los incisivos ataques que lanzó desde la tribuna opositora a la gestión de su antecesor, que en muchas ocasiones rozaron el insulto personal.

Para el PP en la oposición todas las decisiones del Gobierno socialista eran motivo de duras críticas, desde la retirada de las tropas españolas de Iraq y el distanciamiento del gobierno estadounidense de George W. Bush hasta la legalización del matrimonio homosexual y la despenalización del aborto. Hasta los atascos causados en las carreteras por las nevadas de invierno fueron atribuidos a la "falta de previsión" del gobierno socialista.

Todo ello ya es pasado. El cambio de actitud de Rajoy ya había comenzado varios meses antes de que el PP arrasara en las elecciones legislativas del 20 de noviembre. Desde principios de año, todos los sondeos coincidían una y otra vez en pronosticar una victoria aplastante de los populares, unida a una derrota estrepitosa del PSOE y su candidato Alfredo Pérez Rubalcaba.

Cuando Rajoy comenzó a sentirse seguro de su triunfo, fue abandonando su estrategia de descalificación total de la gestión de Zapatero, consciente de la enorme responsabilidad que le esperaría como futuro jefe de Gobierno. El desenlace de las elecciones solo contribuyó a reforzar aún más la postura de prudencia y moderación adoptada por el líder del PP: su partidoconsiguió una abrumadora mayoría absoluta de los votos, el mejor resultado de su historia. Para muchísimos españoles, Rajoy se había convertido en la única esperanza capaz de sacar al país de su peor crisis de los últimos 35 años. Toda una pesada carga para quien se comprometió a no defraudar a quienes le dieron su voto de confianza.

A medida que se acercaba el momento de su toma de posesión, la euforia desbordante de la noche electoral se fue apagando para dibujar en el rostro de Rajoy las huellas de una creciente preocupación. El llamamiento al realismo y la cautela fue desplazando a las promesas de un cambio rápido. Y a la par, Rajoy fue suavizando su actitud hacia Zapatero mostrándole comprensión e incluso afecto, algo inimaginable hace un año. El presidente de Gobierno saliente y el entrante acordaron tras las elecciones garantizar un traspaso del poder ejemplar, con reuniones casi diarias para coordinar sobre todo la estrategia de defensa de los intereses españoles en el seno de la Unión Europea, por encima de las divergencias ideológicas entre sus partidos.

Un fotógrafo captó pocos días antes de la investidura del nuevo presidente de Gobierno una imagen insólita: Rajoy y Zapatero charlando animadamente en la cafetería del Congreso con unas cervezas de por medio. Y en su última intervención durante el debate de investidura, Rajoy tuvo la deferencia de dedicar sus palabras finales a quien fuera su rival de los últimos siete años: "Creo que usted acertó y se equivocó, como todos, por otra parte, pero usted ha tenido el honor de ser presidente del Gobierno, y así lo veré siempre".

Paradójicamente, la holgada mayoría absoluta del PP en el Parlamento es para Rajoy un arma de doble filo: le permitirá gobernar en solitario, sin la necesidad de forjar alianzas para la aprobación de las nuevas leyes, pero también conlleva el riesgo de que se le acuse de encabezar una especie de dictadura de partido único. Por ello, Rajoy ha dejado claro que buscará el consenso más amplio, basado en el diálogo con todas las fuerzas políticas. Y no le queda otra alternativa si pretende alcanzar la máxima legitimidad para llevar a cabo una política anticrisis que no tardará en pedir importantes sacrificios a toda la sociedad española.

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