La reconciliación con los 'enemigos'
Balance de legislatura (i) La Política Exterior
Zapatero rompió con la herencia diplomática de Aznar abandonando la senda de EEUU y privilegiando las relaciones con Europa, América Latina y el Mediterráneo, orillados por su predecesor en su deriva atlantista
Prueba fehaciente del impacto de la política internacional en la agenda doméstica, influencia en progresión ascendente en un mundo globalizado en el que todo está interconectado, es la victoria electoral de Zapatero de hace cuatro años. La guerra de Iraq conformó el clima propicio para su inopinado triunfo. A las pocas horas de jurar su cargo, cumplía con su promesa electoral y anunciaba, entre exultante y desafiante, la retirada de las tropas de Iraq que un año antes envió el ex presidente Aznar. El repliegue, que irritó sobremanera a EEUU, pasó a ser el emblema del nuevo rumbo por el que discurrió la acción exterior a lo largo de la legislatura: reivindicación de los intereses nacionales ante EEUU, recuperación de las relaciones con Europa, América Latina y el Mediterráneo y más protagonismo del Rey. Un giro de 360 grados al legado de Aznar.
Con estas consignas, Zapatero cumplió con la tradición de años precedentes y rindió visita a Marruecos, parada habitual de los presidentes en su estreno internacional. El jefe del Ejecutivo heredó de Aznar una etapa de agrio malestar con Rabat -que llegó a su apogeo con el conflicto del Perejil-, con la que quiso acabar. El interés estratégico imponía recomponer las relaciones para la estabilización del Magreb, foco de yihadistas y cuna de los autores del 11-M, para estrechar el cerco a Al Qaeda y para contener la asfixiante presión migratoria, crítica en el verano de 2005 con el asalto masivo de inmigrantes a las vallas de Ceuta y Melilla y con la avalancha de cayucos en el verano de 2006.
La cordialidad fue la tónica general de las relaciones con el Ejecutivo marroquí hasta que la visita en noviembre del año pasado de los Reyes a Ceuta y Melilla reventó cuatro años de inédita confianza que se despeñó en una crisis diplomática. Irritado, Rabat retiró a su embajador que se reincorporó el pasado lunes a su despacho en Madrid tras 68 días de ausencia. Este incidente clarifica la máxima de Zapatero en política exterior: los conflictos, como ocurre en el caso marroquí con la reivindicación sin cuartel de Ceuta y Melilla o el contencioso del Sahara, no deben contaminar la marcha de las relaciones.
El dogma presidencial contempla también a EEUU. La salida de Iraq provocó una crisis de primer nivel -Zapatero y Bush se han rehuido mutuamente-, que se recrudeció con el acercamiento a Cuba -otro de los focos de enfrentamiento con EEUU-, pero el presidente se esforzó para que el enfriamiento de su relación personal con Bush no enturbiara las relaciones a un segundo nivel. Prueba de ello fue la instantánea que retrató a la secretaria de Estado de EEUU, Condolezza Rice, el pasado julio de visita en España.
Con la incipiente enemistad de EEUU de partida, Zapatero redibujó los márgenes de la política exterior y concentró su acción en el corazón de Europa -Francia y Alemania-, del que el anterior Ejecutivo del PP salió en una deriva atlantista que se resolvió en un apoyo sin reservas a una guerra al margen de la ONU. La victoria de Zapatero el 14-M fue la de un europeísta confeso, así que la vuelta al entendimiento con los dos colosos europeos era más una cuestión de talante que de sesudas estrategias diplomáticas.
Zapatero alcanzó pronto una sintonía cómplice con los presidentes francés, Jacques Chirac, y alemán, Gerard Schroeder, que se propagó también a sus sucesores, la alemana Angela Merkel y el francés Nicolas Sarkozy. El signo político de Merkel y Sarkozy, en las antípodas de Zapatero, presagió dificultades que no afloraron. La firme creencia en una Europa más fuerte en la que el peso político se equiparase al económico dio alas a Zapatero, que amarró el timón del proceso de referéndum de la Constitución europea asignando a los españoles un papel protagonista: España fue el primer país que sometió el Tratado al veredicto de las urnas, en febrero de 2005. Pese a la euforia inicial, los noes de Francia y Holanda hicieron descarrilar el texto, que no se reflotó hasta el mes de diciembre del año pasado en versión Tratado de Lisboa.
En el plano bilateral, el cambio en el Elíseo francés no alteró la estrecha colaboración contra ETA, máxima prioridad en la agenda de los dos países, que salió reforzada con un cuerpo policial permanente. También se sentaron las bases para las repatriaciones conjuntas en dos países azotados por la presión migratoria. El único escollo con Alemania, la OPA de EON sobre Endesa, no envileció unas relaciones fluidas. Otro de los focos que concitó la atención fueron los Presupuestos para Europa 2007-2013, en el que la aspiración española de no perder las ayudas pese a converger con la renta media europea se impuso.
Zapatero también buscó la complicidad con América Latina, contrapeso de EEUU en el continente americano. Los intereses se retroalimentan: Iberoamérica necesita atraer capital para consolidar sus proyectos y España precisa democracias fuertes para asegurar sus intereses en la zona, colonizada por las empresas españolas. La sintonía con el líder venezolano, Hugo Chávez, de fijaciones caudillistas; con el mandatario boliviano, Evo Morales, heredero del populismo chavista; y la afinidad con una Cuba convaleciente situaron a Zapatero en la diana de quienes le acusaron de "servilismo" a regímenes que levantan gruesos recelos. Esta envidiable concordia no evitó sonoras crisis con Chávez, que aún hoy perdura tras su incidente con el Rey en Chile, y con Bolivia, por la nacionalización de los hidrocarburos que amenaza los intereses empresariales españoles. Los logros fueron también notables: la sufrida liberación del periodista cubano Raúl Rivero y la creación de un instrumento de diálogo sobre derechos humanos tras el primer viaje a la isla de un ministro de Exteriores en décadas.
2006 fue el año en el que la presencia internacional de Zapatero declinó en aras del diálogo con ETA y las reformas estatutarias. El gran proyecto de la legislatura fue la Alianza de Civilizaciones, apadrinada por la ONU, y los retos serán África, que se desangra por las guerras y la pobreza, y Asia, convulsionada por el conflicto de Oriente Próximo.
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