Pilar Cernuda
¿Llegará Sánchez al final de la legislatura?
dietario de españa
Hace tiempo que en España se han roto muchas cosas importantes. Muchas y difíciles de reparar. Lo que vemos en torno a la crisis de Valencia es sólo la confirmación. Tener a un país tan polarizado, tan profundamente dividido, es peligroso. La razón importa menos, secuestrada por la radicalidad y el odio. La polarización política ha traspasado ya la piel de la sociedad. No caben demasiados optimismos. Quienes dicen que esto es, en realidad, cosa de los políticos, yerran. Ya opera extramuros de la política, saltó a la pantalla ciudadana. Convertir al adversario en enemigo y al pensamiento contrario en provocación es tribal. Crea grupos aislados del resto de la sociedad, resentidos y con odio acumulado: el yo y el otro, desterrado el nosotros. Es una dinámica opuesta a la convivencia, al intercambio de ideas y a la empatía. Por cierto, a los niños daneses les enseñan empatía en las escuelas desde los seis años, para que aprendan a ponerse en el lugar de los demás, lo que les ayuda a vencer sus vulnerabilidades y a desarrollar su inteligencia emocional. Están locos estos escandinavos.
Este estado de angustia es el reflejo de una situación en la que la convivencia es imposible. No hay conversación sin heridas. No hay iniciativa política sin descalificación ni debate sin insultos ni día sin sobresalto. Sin convivencia no hay diálogo, sin diálogo no hay consenso y sin consenso no hay avances. Sin avances no hay prosperidad y la democracia se resquebraja víctima de sus defectos, tanto por falta de confianza en el sistema como porque se convierte en una lengua muerta, hermosa pero poco funcional.
Cuando la democracia no resuelve los problemas de la gente –ha ocurrido en Valencia: la inoperancia, la imprevisión y los errores de gestión de la crisis han sido una cumbre– llegan otras opciones que, prescindiendo de los derechos adquiridos y desmontando la separación de poderes avanzan más rápido porque no necesitan consensos ni debates, porque evaden los procedimientos y las garantías, y convencen a muchos de que un sistema autoritario es lo que, en el fondo, le conviene a los ciudadanos, aunque ellos no lo sepan. Miren el caso de Bukele en El Salvador, que ha derrotado la violencia, pero se ha cargado la democracia: asaltó el Constitucional para presentarse de nuevo a presidente, aprobó los presupuestos con el ejército en el Congreso, mantiene un régimen de excepción que ha suspendido derechos básicos hace dos años, e impulsa juicios masivos a 900 personas sin presentación de pruebas individuales. Ha sido votado por el 85% de los salvadoreños. Miren a China. O miren a Rusia.
Los informes de Varieties of Democracy (V-Dem), una entidad con más de 5.000 expertos en todo el mundo que plantea enfoques diferentes para medir la democracia, avalan los retrocesos: en 2022 se alcanzó el récord de 42 países en la vía de la autocracia, lo que representa el 43% de la población. Desde 2004 no se ofrecía un dato de estas características: ya hay más autocracias cerradas (no hay elecciones abiertas ni mimbres democráticos básicos ni derechos) en el mundo que democracias liberales. El Índice de Transformación de la Fundación Bertelsmann de este mismo año apunta que existen 63 democracias frente a 74 autocracias.
Realmente era difícil de prever que España en 2024, un país razonablemente organizado, con un PIB digno y una economía que funciona, se encontraría en esta situación endemoniada. Un estado de cosas realmente anómalo. Es un fin de ciclo con todas las de la ley y no solo afecta a España: las democracias liberales en general están colapsando por la crisis del modelo de representación, desprestigiado por la incapacidad para acabar con las desigualdades sociales y la corrupción, por sembrar la desconfianza en las instituciones y por la irrupción de partidos y líderes que decodifican y conectan mejor con las angustias de los ciudadanos dándoles lo que quieren oír. Como nos falta la perspectiva histórica de nuestra democracia no sabemos este fin de ciclo a dónde conduce. Lo único que sabemos con veracidad es que ya no somos el mismo país confiado y esperanzado que hizo la transición. Un periodo que debe ser valorado en lo que representa respecto a que cuando un país quiere se pone de acuerdo y cuando se pone de acuerdo puede hacer cosas importantes. Siempre será, con todas las imperfecciones y pecados que quieran, un ejemplo moral.
En el ámbito político todo ha ido a peor. Se ha envilecido el comportamiento de los partidos políticos, la representación política tiende a la mediocridad, ha empeorado el comportamiento ciudadano y el trabajo periodístico incurre en el holliganismo y en muchos casos mira más a las redes que a los ciudadanos, cuyo derecho a la información administran. Faltan líderes de verdad. Es una verdadera emergencia.
Los radicales de izquierdas y derechas siempre recelan cuando los dos grandes bloques, socialdemócratas y conservadores, se acercan, dialogan, transaccionan, consensúan y pactan. Recelan porque ese proceder blinda a la democracia de los extremos y se les acaba el negocio. El pactismo es fortaleza, porque exige cesiones y entendimiento. Solo sabe y puede ceder quien de verdad lidera una organización, quien se siente fuerte y tiene una brújula. Lo fácil es andar todos los días con el bidón de gasolina en la mano. La responsabilidad de este estado de cosas no se reparte por igual, aunque entrar en señalar el quién, el cómo y el porqué solo serviría ahora para colocar esta reflexión en uno de los bandos. Las banderías, esa patología española de la que no conseguimos librarnos y que damos por buena si sirve para que ganen los nuestros.
Ser capaces de afrontar una tragedia desde la serenidad institucional y conducir este país por el sendero de la normalidad sería el mejor ejercicio al que hoy podríamos aspirar no solo para ejecutar las reformas de Estado pendientes que todos admiten que son necesarias, pero que nadie acomete. Evitaríamos que se manipule a los ciudadanos con sandeces como que España es un estado fallido o que “sólo el pueblo salva al pueblo”. Sería la única forma de seguir construyendo un país próspero y de futuro en el que nuestros hijos puedan realizar libre y confortablemente su proyecto de vida sin legarles los odios presentes.
Hoy llevamos dos brazaletes negros, uno por lo que ocurre en Valencia y el otro por la lenta extinción de una democracia moderna y funcional que nos aleje de tanta hipérbole, tanta estupidez, maldad e ignorancia. Los que juegan con fuego deberían quemarse las manos. Desear el ahorcamiento y la exhibición pública del cadáver del presidente del Gobierno no es un ejercicio del disfrute del derecho a la libertad de expresión. Es una atrocidad perversa e imprudente que nos insulta a todos los que creemos en la convivencia, sin olvidar en las consecuencias que pueden tener invitaciones tan canallas. Recordemos que ya ajusticiaron a un muñeco que representaba al presidente del Gobierno de la calle Ferraz. Ese punto violento que tenemos los españoles debería preocuparnos. Pero para eso hay un trabajo previo: encapsular acciones de ese tipo y alejarlas de interpretaciones ideológicas en función de a quien se desea la muerte. Quien no condene la violencia no tiene sitio en esta sociedad. La violencia no tiene apellidos. Se puede entender la desesperación de quienes sufren una tragedia como la de Valencia y cuatro días después no ven una reacción a la altura de la catástrofe, pero no se puede justificar reacción violenta alguna.
Importa mucho, pero ahora mismo no importa demasiado si la Generalitat tardó en activar las alteras e ignoró los avisos de la Aemet, de la Confederación del Júcar, del 112 y de los alcaldes. Importa si el presidente Mazón abandonó la gestión de la crisis para irse a un almuerzo de trabajo, que ha sido eliminado del portal de transparencia, y sobre el que su Gobierno ha empezado a mentir. Importa, pero no ahora si la consejera responsable de las emergencias se enteró aquella misma tarde que entre sus competencias figura pulsar un botoncito para activar las alertas masivas. Importa la acreditada bisoñez del gobierno valenciano y su incompetencia, que acabará con Mazón fuera de la presidencia. También importa y mucho establecer si el Gobierno de Pedro Sánchez debió actuar desde primera hora haciéndole un 155 a Mazón. Importa si Moncloa incluyó algún cálculo político en su toma de decisiones. Importa saber si el Estado autonómico complica el manejo de estas crisis. Importa volver sobre los bulos, que empeoran las tragedias aportando su propia riada de veneno. E incluso importa si los ciudadanos entienden que una alerta roja significa: quédese en su casa.
Todo importa, pero ahora mismo no es lo más importante, aunque los partidos y muchos medios parezcan creer lo contrario. Lo que importa es tratar de recuperar los cadáveres y salvar a alguna persona más si es posible. Importa reconstruir la zona. Hace cuatro años que más del 50% de los ciudadanos consideran que la política en España es un problema. Eso también importa
Sin embargo, hay quienes en esta hora están en otra derivada pidiendo un gobierno de unidad nacional. Una idea de la que tenemos pistas: la vivimos como tragedia cuando Alfonso Armada se autopostulaba para presidirlo con Tejero hollando ya el Congreso y ahora hay quienes quieren que la vivamos como comedia. El rey Felipe VI se lo dijo hace una semana a quienes le increparon: hay mucha gente interesada en crear el caos. Lo que no dijo es que los más interesados no estaban tirando bolas de barro en Paiporta.
Óscar Puente, el polémico ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, ha sido el rostro de la eficacia del Gobierno. Su comunicación directa con los ciudadanos a través del antiguo Twitter está siendo un ejemplo de transparencia y agilidad transmitiendo información en tiempo real. Marca un camino. Puente, tan justamente criticado otras veces por sus excesos verbales, es ese “embutido de ángel y bestia” que escribió Nicanor Parra en Epitafio. Igual monta una crisis con Argentina que le salva la cara al Gobierno en la peor tragedia de origen natural vivida en nuestro país en mucho tiempo.
Sabíamos que en el programa de Íker Jiménez todo era falso: los ovnis, las conspiraciones y los pseudomisterios. También era falsa la afirmación de que en el aparcamiento de Bonaire había cientos de muertos. Hasta el barro en el pantalón de sus reporteros es falso. Y este muchacho critica que se actúe contra los bulos. Lógico.
La victoria de Trump obliga a la UE a adelantar sus inversiones y mejorar su coordinación para conseguir su autonomía estratégica en materia de seguridad y defensa. Ya pasó el tiempo en el que se podía subcontratar con EEUU la defensa de nuestro territorio. España, además, alberga dos bases militares de utilización conjunta. Su industria tiene mucho que decir y oportunidades que aprovechar. Vienen curvas. Los sondeos indicaban que entre el 70% y el 80% de los españoles preferían a Kamala Harris frente a Trump. Pero ha ganado Vox, el aliado e interlocutor de Trump en España.
Lo hizo John McCain cuando perdió con Obama: un discurso de Estado animando a los suyos a colaborar con la nueva administración y con respeto al ganador: “Su éxito me inspira respeto por su capacidad y perseverancia. Es algo que admiro profundamente”. Y lo ha hecho Biden, quien ha perdido las elecciones y ha conducido a su partido a una sima profunda, pidiendo “bajar la temperatura”, hacer un traspaso de Gobierno ejemplar a la nueva administración Trump y afirmando: “Uno no puede amar a su país solo cuando gana”. Los que saben perder, que no son todos, son realmente buenos haciéndolo.
Organización criminal, tráfico de influencias, cohecho y malversación de caudales públicos. Esos son los cargos que se le imputan a José Luis Ábalos por “su papel principal” en el caso Koldo. Empieza el calvario judicial para quien fuera número dos del PSOE y ministro de Transporte, Movilidad y Agenda Urbana. El TS, al encausarlo, destaca esa doble condición de Ábalos, lo que podría estar sugiriendo que va a trabajar pensando en una conexión entre Gobierno y PSOE en relación a esos delitos. También Álvarez Cascos con el PP y José Blanco con el PSOE fueron los números dos del partido y ministros de obras públicas, que es el nombre clásico de la cartera. En Ferraz dicen estar tranquilos y seguros. Esto va a ser largo y espinoso.
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