Con el paro como arma arrojadiza
Zapatero y Rajoy protagonizan otra sesión de control de perfil bajo y sin altura de miras que hace albergar pocas esperanzas de que alcancen un acuerdo que alivie la crisis en su próxima reunión
Escuchando ayer en la sesión de control el nuevo rifirrafe entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, donde utilizaron los datos del paro de ayer, hoy y anteayer como granadas de mano, nadie en su sano juicio daría un euro por el éxito de la reunión que ambos mantendrán dentro de unos días para alumbrar un acuerdo que nos saque de Wall Street. Rajoy no quiere soltar el bocado del monotema de la crisis económica porque puede llevarle a Moncloa sin ser un convidado de piedra, y Zapatero parece poco dispuesto a bajarse del burro tras superar a la Italia de Berlusconi en renta per cápita.
Así las cosas, con el paro de agosto a punto de salir del horno de Eurostat, Rajoy le preguntó a Zapatero qué medidas iba a tomar el Gobierno para frenar el desempleo. Eso sí, para darle una dirección muy definida a su interpelación, censuró que en los Presupuestos Generales de Estado para 2009 la segunda partida más alta, con un 24,3%, sea para financiar las prestaciones de los parados (tres billones de las antiguas pesetas, según la calculadora de Rajoy), mientras que baja el gasto destinado a promover políticas activas de empleo (7.583,66 millones de euros, lo que supone un descenso del 1,3%).
Eludió, sin embargo, hurgar en uno de los puntos débiles atribuidos por los expertos a las cuentas públicas presentadas por Solbes: si el paro sube por encima del 12,5%, el Gobierno tendrá que inyectar más dinero a esta partida y el déficit público previsto se situará por encima del 1,5% fijado.
Zapatero buscó refugio en el último dato oficial de la EPA, que situó el paro en el 10,4% en el segundo trimestre del presente año. A pesar de que conocería a esas alturas de la mañana los datos de Eurostat, que reveló que el desempleo subió en agosto en España tres décimas, situándonos a la cabeza de la UE con un 11,3% de la población activa, el presidente del Gobierno peleó la primera cifra como "un matiz" que "tiene su importancia". Así es ZP.
Dicho esto, volvió de nuevo la mirada hacia atrás -un recurso efectista para encender a su bancada pero muy poco efectivo ante la opinión pública, que gusta más del hoy que del ayer y el anteayer-, y reprochó a Rajoy que ahora dramatice sobre las cifras del desempleo cuando tildaba de milagrosas tasas que superaban el 14%.
Sobre esta base, Zapatero ironizó al calificar de "gesto de sinceridad" de Rajoy el reproche por el gasto en cobertura de desempleo, y sacó del baúl de los recursos el decretazo de 2002 que "costó una huelga general" y que puso de manifiesto el interés "cero" del Ejecutivo popular por atender a los desempleados.
Y entonces sacó pecho: presumió de haber dado a los parados españoles "la máxima cobertura de la historia democrática", subrayó los casi tres millones de empleos creados bajo su mandato, con la tasa de paro más baja de la historia, y se colocó dos medallas por haber logrado que España haya superado en renta per cápita a Italia y la media de la UE.
Sus palabras provocaron el tradicional ruido parlamentario que acompaña a sus intervenciones en la Cámara: palmas, pitos e insultos, con compás de madera.
Rajoy, erre que erre, pronosticó que Solbes, objetivo prioritario del PP junto a la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, en la estrategia de desgaste de manual, dejará la tasa del paro en 2009 por encima de la de 2000. Además, situó la política económica del Gobierno entre los parámetros que definen el fracaso, y le acusó de estar creando "muchos problemas" a los españoles.
En verdad, desde que Zapatero lanzó su oferta de mano tendida a Rajoy, los sobresalientes del PSOE y el PP han estado construyendo una especie de protocolo para que la reunión sea un absoluto fracaso sí o sí. Ayer, en el Congreso, ambos líderes lo rubricaron con intervenciones de bajo perfil, sin altura de miras ante una crisis que le está tocando la cartera y las tripas a muchos españoles de todos los pelajes.
Menos mal que la vicepresidente primera, y la portavoz del Grupo Popular en el Congreso elevaron, al menos, el nivel del debate hasta el punto de que dieron la sensación de que no estaban asumiendo papeles subalternos. Se puede perdonar el exceso de referencias de De la Vega a los Gobiernos del PP, y la conversión que hizo Sáenz de Santamaría de todos los beneficiarios de los 400 euros en millonarios.
Magdalena Álvarez y Andrés Ayala también dieron juego. El diputado popular pasó al ataque y amenazó con los tribunales. Ante la rocosa reacción de la malagueña, acabó con derrotes.
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