Ese oscuro objeto del museo
40 años de la muerte de Franco
Coleccionismo. Libros, postales de guerra, pósters, monedas y hasta un busto de Franco son piezas habituales en el mercadillo del Jueves, el zoco más antiguo de Europa.
Félix Bernáldez nació el 14 de septiembre de 1933. Tiene 82 años para 83. La edad con la que murió Franco. Este anticuario ya jubilado con tienda familiar en la Avenida de la Constitución pide 1.200 euros por el busto de Franco que no consigue vender en el mercadillo del Jueves. "Tiene la firma de Cosme, un escultor valenciano bastante cotizado".
¿Franco para anticuarios? "... se lo veía como un ser antediluviano", dice del dictador Javier Marías en su última novela, Así empieza lo malo, "a los seis meses la gente más dada a reflexionar se quedaba pasmada de que hubiese transcurrido tan escaso tiempo, porque se tenía la sensación de que hacía siglos de su desaparición". La calle Feria debe su nombre a este mercadillo y a él debe tanta fama como al hecho de ser la cuna de Juan Belmonte. Cualquier jueves del año pueden encontrarse en este zoco secular libros sobre Franco. Hoy, víspera de un nuevo 20-N, Ali, librero de Alhucemas, trae a petición de un cliente la biografía de Paul Preston, en la que lo compara con Hitler.
La patria chica de este librero de saldo era bien conocida por Franco en su etapa de militar africanista. A ese periodo pertenece su libro Diario de una bandera, que editó Doncel y firma el Comandante Franco. En su ascenso a general, apócope del Generalísimo, se encontraría con la demoledora Autobiografía de Manuel Vázquez Montalbán.
A los hispanistas británicos les pone el militar ferrolano. En otro de los puestos callejeros, el libro de Brian Crozier Franco. Historia y Biografía. De Cristóbal Zaragoza hay una -¿real?, ¿apócrifa?- Carta de Franco a Vizcaíno Casas. Franco en la portada del libro Sin cambiar de bandera, de José Utrera Molina, que antes de ser ministro de su Gobierno fue gobernador civil en Ciudad Real, Burgos y Sevilla. "De Franco tengo poco porque lo he vendido todo". Lo dice Luis Andújar, uno de los libreros veteranos. A dos pasos del bar Vizcaíno, frente al Archivo de Protocolos, pone su puesto de monedas Federico Valcárcel, 37 años de antigüedad ofreciendo antigüedades.
En las guerras tradicionales era fundamental la recepción de los mensajes. Federico tiene un amplio surtido de postales editadas para su uso en plena guerra civil. Unas con el yugo y las flechas, otras con proclamas Patrióticas y una tercera serie con idílicos paisajes tipo Lérida. Vista parcial y Río Segre. "Compré doscientas postales de la guerra en Barcelona, en dos paquetes de cien, y me quedan muy pocas. Las vendo a diez euros". El resto las adquirió en una Feria del Libro y a una anticuaria llamada Concha Buzón que vivía muy cerca de la plaza de Montesión.
"No encontrará en este libro una obra literaria...", escribe el comandante Franco -"Comandantín", le llama Carmen Polo-, que no iba de Churchill, en un libro que empieza donde acaba el Ulises de Joyce, en Algeciras. Incorpora una ofrenda de José Millán-Astray, el legionario que protagonizó el incidente con Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca del que el poeta y novelista salió airoso por la mediación de la esposa del dictador. El autor de Niebla murió el último día de 1936, alegato simbólico contra tanta barbarie.
Un busto. Libros. Monedas. Postales. Sellos. El año 1975 no hubo discurso de fin de año de un hombre que simboliza un fin de época. Un crepúsculo viscontiniano que aparece explícito en el título de libros como De la Semana trágica al 20-N, de Rafael Abella; o en el periodo estudiado por Raymond Carr en sus casi novecientas páginas del clásico España. 1808-1975. De Daoiz y Velarde a quien en Raza se presentó como un sosias de Churruca.
Mañana se cumplen cuarenta años de su muerte. Una palabra clave, muerte, en su propia vida. Sus últimos días son novelados por Rafael Chirbes en La caída de Madrid o por Juan Luis Cebrián en Francomoribundia, primer director de El País, un periódico que sale a la calle cinco meses y quince días después de la muerte de Franco. La prueba impresa de que, como dice Javier Marías, parecía que hacía siglos que había desaparecido. En Diario de una bandera está prohibido el juego en las trincheras y algunos matan el tiempo con el boxeo, como un negro norteamericano llamado William Brown. A ese libro "de primera juventud" pertenece la primera nota de El holocausto español, la crónica que Paul Preston hace del "odio y exterminio en la Guerra Civil y después".
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