No es oro todo lo que reluce

Tensiones. Cuando PSOE y PP logran un pacto de Estado (CGPJ), saltan chispas en los otros partidos en vez de celebrarlo con satisfacción.

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez / Mariscal / Efe

07 de julio 2024 - 07:00

El jueves pasado, el resultado de la votación de la reforma de la Ley de Poder Judicial fue espejo de cómo están las cosas en la política. Sólo votaron a favor PSOE y PP, en contra Junts y Vox, se abstuvieron Sumar, PNV y UPN, y no votaron Bildu, ERC y BNG. Por si no acaban de situarse: PSOE es el partido que gobierna y el PP ganó las elecciones pero ha quedado como principal partido de la oposición. Las relaciones entre Sánchez y Feijóo son inexistentes, hace siete meses que no se hablan, lo que nunca había ocurrido en la historia de la democracia española. Sin embargo, protagonizan los miércoles muy duros combates dialécticos en la sesión de control al Gobierno. Nadie del PP ni del PSOE desaprovecha la ocasión para lanzar dardos al adversario que rozan la difamación, cuando no caen abiertamente en ese delito. 

Junts gobierna con el PSOE bajo el mando de Sánchez; el PNV suele votar con el Ejecutivo, ahora del PSOE aunque en el pasado lo hizo con los del PP. Junts y ERC son socios incuestionables de Sánchez, los más seguros, los que le votan sistemáticamente porque saben muy bien que a cambio cuentan con importantes beneficios para Cataluña y también para los condenados por el procés, porque Sánchez no duda en entrar de lleno en el terreno de la Justicia, y mueve hilos para conseguir que se les perdonen los delitos y sean puestos en libertad quienes cumplen penas de prisión. 

Vox, adversario del PP, está más cerca de lo que defiende el PP que de lo que del Psoe, aunque el argumentario de Moncloa a los ministros está plagado de frases que igualan al PP con Vox, y ellos lo repiten con la disciplina propia de un soldado que no discute de su coronel. UPN no es socio pero apoya siempre al PP, como hacen Bildu y el BNG con el PSOE, aparte de los ya mencionados Junts y ERC. Y Podemos, enfrentado a Sumar, suele dar su apoyo al PSOE aunque gobierna con su enemiga mortal, Yolanda Díaz. A la que no tardaron en abandonar y crearon y grupo propio fuera de Sumar.

Algo se mueve en el PSOE

Estas votaciones del jueves describen muy bien la política española. Nada se puede dar por seguro, se han roto relaciones y alianzas que parecían indestructibles y se han creado otras nuevas en las que han tenido mucho que ver las relaciones personales, además de los intereses políticos. En ese clima, la noticia que se estaba esperando hacía años, y que parecía imposible de conseguir, se ha logrado: el acuerdo entre PSOE y PP, o más bien entre Gobierno y PP, para proceder a la renovación del Consejo General del Poder Judicial.

Los protagonistas han sido el ministro Félix Bolaños y el vicesecretario institucional del PP, Esteban González Pons, con la UE avalando el acuerdo que, sin ninguna duda, es un pacto de Estado. Sin embargo, los partidos con representación parlamentaria han decidido su voto sin tener en consideración la relevancia y las consecuencias de ese acuerdo que tanto ha costado firmar, sino que cada uno ha actuado en función de sus propios intereses. 

En el PSOE, aunque los sanchistas se encuentra unidos con absoluta lealtad al líder, se agrandan las diferencias entre ese grupo de incondicionales al presidente y secretario general del partido con quienes piensan que Sánchez y los suyos han llevado al PSOE por derroteros impropios de una formación socialdemócrata con líneas muy definidas sobre qué era aceptable y qué no lo era. Esa posición no es sólo generacional, aunque destacados miembros del llamado felipismo hace ya tiempo que se han dejado de hipocresías y confiesan abiertamente su desacuerdo con Sánchez, sus alianzas con socios que consideran política e históricamente indeseables y las cesiones que hace el presidente de gobierno. Otros sin embargo, con cargos importantes en el felipismo –Maravall, Solchaga, Escuredo, Solana y bastantes otros– lo apoyan. Entre los más críticos se encuentran Alfonso Guerra, el primero en expresar sus discrepancias con la acidez que le caracteriza, y el propio Felipe González, aunque este último confiesa sin embargo que a pesar de las discrepancias con la actual dirección se siente incapaz de no votar al PSOE. Aparte se mencionan permanentemente a García Page y a Javier Lambán, pero son muchos más los que van incrementando el grupo de críticos.

Militantes y votantes del PSOE que no ocultan su animadversión al sanchismo, siempre piden que alguien dé el primer escopetazo de salida para intentar desbancar a Sánchez, lo que sólo puede ser a través de un congreso, pues ya se ocupó él de reformar los estatutos para que no se le pueda cesar con otras fórmulas, a través del comité federal. En el último año se han celebrado cuatro elecciones y nadie se ha movido ni un milímetro, pero Sánchez sabe perfectamente que ahora sí que se advierten movimientos que tratan de que el PSOE pase página a lo que consideran la etapa más negra de su historia democrática. 

La salud de las alianzas

En el PP no se cuestiona el liderazgo de Feijóo, pero sí hay voces críticas que se expresan abiertamente contra algunas de sus decisiones. Por ejemplo, el acuerdo sobre el CGPJ. Lo sabe Feijóo y lo saben miembros de su directiva; suelen ser militantes que no ponen malos ojos a un posible acuerdo con Vox para llegar a La Moncloa, pero no lo comparte Génova, que sólo acepta ese tipo pactos para gobiernos regionales o municipales, con un acuerdo previo en el que se descarten puntos claramente xenófobos o poco respetuosos con las libertades individuales.

Vox, además, ha profundizado en cuestiones sociales muy polémicas a raíz de la aparición en escena del partido Se Acabó la Fiesta, que ha logrado tres escaños en el Parlamento Europeo. Conocen muy bien a su líder, Alvise, producto de redes sociales que utiliza para difundir auténticas noticias falsas y bulos.

Lo que podría inquietar más a Sánchez es la situación que se vive en Sumar, donde se han cumplido los pronósticos de los que le alertaban sobre Díaz. No habían pasado más que unas semanas desde que se creó Sumar con gran alarde publicitario cuando se inciaron las deserciones. Tantas, que hoy prácticamente se ha reducido a Díaz y sus colaboradores. 

Podemos fue el primero en abandonar, Compromís no lo ha hecho pero se comporta como si ya no formara parte del conglomerad; o lo mismo puede decirse de los comunes. Y de Más País. Con Errejón y Mónica García como principales figuras, marcan distancias abiertamente con Sumar y su lideresa. Siempre le quedaría a Sánchez la posibilidad de renegociar con Podemos si le hiciera falta, pero después de mirar hacia otro lado cuando Díaz empezó con el desmantelamiento de Podemos y se negó a incluir a Irene Montero en las listas al Congreso y al Parlamento Europeo, donde la ex ministra logró escaño con sus propias siglas, es difícil que el actual Podemos esté dispuesto a volver a un Gobierno de Sánchez y apoyar sus iniciativas sin poner un precio muy alto a ese retorno al pasado.

La situación de los partidos españoles no está como para tirar cohetes. Para nada. Y cuando los dos principales, PSOE y PP, logran un acuerdo de Estado, en lugar de recibir la noticia con satisfacción saltan chispas. Se visualizó el pasado jueves en la votación del Congreso de los Diputados: las alianzas gozan de muy mala salud. Muy mala. Pésima.

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