La necesidad del ‘modo Andalucía’ para el PP
Sevilla/El 20º Congreso Nacional del Partido Popular (PP) ha sido un casi un trámite. Con prácticamente todo decidido, el sentido aparente del cónclave era enterrar la era Pablo Casado –y por eso quizás en buena parte de la cita el tono fue más de funeral que de bautizo– y alumbrar el tiempo nuevo del liderazgo de Alberto Núñez Feijóo. Pero además de lo aparente, había razones de fondo. La principal es transformar rápidamente la organización para reforzar su hegemonía en el espacio político del centro-derecha, que los sondeos apuntan a que ahora mismo sería mayoritario, y plantearse como única alternativa válida a un Gobierno de España que se enfrenta a un creciente malestar social por sus políticas, sus aliados y hasta la propia génesis de una coalición que está constantemente en crisis porque uno de sus integrantes parece no entender el papel de Estado que supone gobernar.
Que la cita se convocase en Sevilla no ha sido causal. Y no sólo por la referencia obligada al congreso de la refundación de 1990, el que eligió a José María Aznar por primera vez, y que tantas veces ha sido invocado. La sede hispalense, sobre todo, se explica porque el futuro del PP se juega en Andalucía.
Y eso lo explican tanto razones políticas como parte de las decisiones tomadas por el aún presidente de Galicia y, desde este sábado, del PP.
Aznar, por cierto, marcó los límites a todos. Aupar a Feijóo no es abrir otra etapa de interinidad, sino emprender una “apuesta irreversible”. Un mensaje enviado a todos, pero con acuse de recibo expreso para Isabel Díaz Ayuso.
Feijóo es presidente porque Juanma Moreno Bonilla se alió con él cuando el enfrentamiento entre Pablo Casado (por no decir Teodoro García Egea) e Isabel Díaz Ayuso se tornó en implosión del partido y las posibilidades, ciertas, de gobernar España en la próxima legislatura se diluían a una velocidad que ponían en riesgo no sólo el propio triunfo en las urnas, sino el papel vertebrador que el PP juega en la democracia española.
Moreno y Elías Bendodo, ahora número tres del partido, habían vivido muchos momentos de tensión –unas veces más evidente y otra más soterrada– con Egea y, por tanto, con Casado. Así que cuando estalló la crisis por la pésima gestión del conflicto con Ayuso, que puso a la dirección nacional que había en febrero contra las cuerdas, la cúpula andaluza no sólo se puso de perfil ante la petición de auxilio de Génova contra la lidéresa madrileña, que sólo encontró el eco del silencio, sino que activó a Feijóo para que aceptase liderar el partido, para lo que se fajaron en lograr el apoyo de todos los barones para defenestrar al presidente cuando ya había dimitido el secretario general.
Nadie entendía que las cosas hubiesen llegado tan lejos entre Casado-Egea y Ayuso, porque empecinarse en bloquear su natural ascenso a presidir el PP madrileño, prácticamente inevitable, era estéril y no suponía en realidad ningún riesgo si el PP recuperaba el Gobierno perdido en la moción de censura de 2018, y que fue inalcanzable en las dos elecciones a Cortes Generales de 2019.
Los líderes andaluces reaccionaron como lo hicieron, liderando el motín contra Casado y la entronización de Feijóo, porque se convencieron de que era la única forma de enderezar el rumbo y lograr las victorias que esperan en las autonómicas andaluzas, primero, y en las generales, después.
Eso explica también que el PP-A haya ganado peso orgánico en la dirección nacional, representada por la designación de Bendodo como coordinador general. Y, sobre todo, que el propio político malagueño convertido en número tres del partido verbalizase que “el PP se pone en modo Andalucía ya”.
Porque es en Andalucía donde ha de convertir en realidad que el PP es hegemónico frente a Vox y la única alternativa a un PSOE que no sólo comete los mismos errores que en el pasado le mandaron a la oposición –fundamentalmente una gestión económica que deteriora el bienestar de los españoles aunque pregonen lo contrario– sino que está reducido por la megalomanía del sanchismo, capaz de todo por mantener el poder.
Desde que Mariano Rajoy salió abruptamente de la Moncloa mediado 2018, el PP sólo ha tenido tres éxitos reseñables: desalojar en Andalucía al PSOE de Susana Díaz en la Junta de Andalucía (un mérito compartido con Ciudadanos y Vox), la cuarta mayoría absoluta consecutiva de Núñez Feijóo y la victoria de Ayuso en las elecciones extraordinarias que convocó para evitar la traición de Cs.
La dirección nacional no supo gestionar bien esos éxitos, en parte porque le eran totalmente ajenos, en parte porque no tuvo la inteligencia de hacerlos suyos.
En el caso andaluz, García Egea se empeñó en arrebatar el control de las ocho provincias andaluzas a la dirección andaluza de Juanma Moreno. En el caso madrileño, se obsesionaron por buscar otra victoria similar a la de Ayuso para crear la ilusión de que su éxito era por la marca PP (que encarnaba Casado) y no por la acción de la presidenta madrileña y su equipo.
De ahí nacen las presiones para que Andalucía adelantase a toda costa las elecciones. Pero Moreno nunca cedió. Así que Egea, y Casado, que erráticamente siempre le siguió, forzaron un adelanto electoral en Castilla y León extemporáneo e injustificado, lo que sin duda provocó que el resultado, aun victorioso, se alejase mucho de la expectativa de reforzar la hegemonía popular frente a Vox, al que se le regaló la posibilidad de exigir la entrada en el Gobierno regional, que ha logrado.
Al error de Castilla y León se acumuló el bochorno del voto equivocado del diputado Casero que permitió aprobar la reforma laboral del Gobierno, y en esa debilidad manifiesta estalló el escándalo del supuesto espionaje a Ayuso para tener razones para torcerle la voluntad y que desistiese de presentarse al congreso del partido en Madrid. Porque es ahí donde radica el talón de Aquiles que acabó con Casado: no se buscaba denunciar una supuesta corrupción –que si la hubo acabará con la estrella madrileña–, sino extorsionar a Ayuso para que desistiera. Un suicidio en toda regla, porque Ayuso es la única que había conseguido seguir la estela de Feijóo manteniendo a raya a Vox.
La dirección andaluza no podía permitir que el siguiente error les llevase a perder la Junta de Andalucía, tras haber trabajado con ahínco para demostrar que son un partido de Gobierno en la única comunidad en la que sólo había habido presidentes socialistas con una presidencia lograda de carambola. Y que esa pérdida, arruinase también la recuperación de la Moncloa.
El modo Andalucía al que se refirió Bendodo este viernes significa precisamente eso. Poner a todo el PP a trabajar para que mantener el Gobierno de la Junta en las mejores condiciones marque la senda que apuntale la recuperación del poder en España.
Significa buscar un equilibrio que permita entenderse con Vox sin necesidad de incluirlo en el Gobierno, como ha ocurrido en Castilla y León.
El modo Andalucía busca que el triángulo equilátero que pone sus vértices de la base en Santiago de Compostela y Sevilla, se cierre en Madrid con Núñez Feijóo como presidente del Gobierno, después de que Juanma Moreno haya renovado su mandato en el Palacio de San Telmo. Triunfar en Andalucía es la única forma de vencer en toda España.
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