En la muerte de Carrillo
L Adiós a un icono de la Transición
HA muerto Santiago Carrillo Solares, el de las tres vidas: la lucha antifascista desde los ideales comunistas, el proceso normalizador de la Transición y su adscripción a posiciones modernizadoras que, por ejemplo, lo acercaron mucho a las propuestas de ZP al principio de sus dos mandatos.
Lo conocí a mediados de los setenta en el piso de la Fundación de Investigaciones Marxistas en la calle Alameda. Preparábamos la fase final de la legalización y, algo después, las primeras elecciones generales. Su voz había vibrado hablando del ruido de sables en la reunión de Capitán Haya, donde confirmamos que no estábamos por procesos separatistas y aceptábamos la bandera como parte de un texto constitucional; después alguien añadió, pero fuera de la reunión, una aceptación de la Corona que no se discutió.
Tenía prisa. Prisa por ocupar el espacio moderado de los socialistas y sus cuarenta años de vacaciones, como repetía Tamames. Prisa por adquirir no exactamente notoriedad, sino una respetabilidad que lograra superar su imagen, la imagen que de él había labrado el franquismo. Prisa que lo llevó a adaptar el partido a través de métodos de urgencia a una desactivación que convenía a la paz social requerida por la llamada Transición.
Recuerdo uno de sus argumentos, a raíz de sus declaraciones en una de las universidades más reaccionarias de los Estados Unidos: si quitamos el leninismo, en las próximas elecciones subiremos al 25%. Aquí hay que enganchar la creación del eurocomunismo.
Y recuerdo su mantra cuando las cosas empezaron a torcerse a principios de los ochenta (nunca superó que no pasáramos del 10%): a mí no me jodáis, venía a decir, que si yo quisiera, fuera del partido, sería una personalidad de relumbrón.
Pero de todas formas, en su vida primera, Carrillo fue un dirigente con valor, que se atrevió a todo, incluso a sustituir a Dolores antes de tiempo. No debemos, en ningún caso, ocultar lo positivo: fue un luchador antifascista notable e incansable hasta el final de esta etapa.
Precisamente se va Carrillo en el momento en que la conciencia de que no fue una Transición tan modélica empieza a extenderse y cristalizar. Por una parte se habla de la necesidad de una segunda Transición; por otra, se habla de que es inevitable un periodo constituyente, dado el desgaste político, la voladura de la Constitución y la erosión multiplicadora que ha supuesto la crisis. Pero Carrillo se ha ido antes, en plena etapa de condensación de esta crisis política e ideológica.
Pero hay algo que sí ha impactado fuertemente en el ámbito de sus ideas: la crisis de la socialdemocracia. Todos los militantes que a partir de 1984 se fueron con él, acabaron en el PSOE. Él (que, por cierto, nunca fue expulsado del PCE a pesar de lo que se dice), los acompañó hasta la puerta, incluida parte de su familia, y se quedo fuera. Y lo mismo que en una etapa anterior se enamoró (era muy enamoradizo) de Suárez, tuvo el mismo flechazo político de Zapatero; y ahí se refugió. Era la idea de una nueva formación, más allá de la socialdemocracia, fresca y mediática, europeísta, que pudiera superar algo que él no dejó nunca de repetir: la política ya no es la lucha de clase contra clase. Una formación que conectara con la construcción civilizada de la Europa de los ciudadanos frente a la Europa de los mercaderes. Y este derrumbe de la modernidad, después de la caída del Muro de Berlín, sí le ha pillado de cabo a rabo. Esta orgía de los mercados sí ha llegado a conocerlo Santiago con plena intensidad. Quizás por eso, buscando siempre agarrarse a las ramas del futuro, apoyó la necesidad de crear ciertas formaciones superadoras a la vez de IU y del PCE. Aunque hay que reseñar otra de las características de Santiago: desde el principio sabía que la realidad no podría derrotarlo jamás. ¿Qué hacía entonces? Cuando la realidad, como si fuera una chaqueta, no le cabía en la maleta de su pensamiento, recortaba la chaqueta hasta que cabía. Y lo sabía. Sabía que lo estaba haciendo. Pero también sabía que era un truco necesario para cualquier superviviente, y más para él, que era un superviviente profesional.
Participamos juntos en su primera (desde los años 70) y segunda vida (casi entera). En la tercera hubo que partir peras, máxime cuando mantenía la idea que tras él ya no podía existir el PCE. Además, en cierto grado, aunque seguía su entrañable relación con los viejos camaradas, había cambiado la épica de la resistencia (Con los zapatos puestos tengo que morir, Alberti) por un supuesto discurso de inteligencia modernizadora. Nadie supo nunca esconder mejor las derrotas que él. La segunda parte del libro que estoy escribiendo empieza con la muerte de Santiago; se llama: La disciplina de la derrota.
Que la tierra te sea leve, Santiago.
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