¿Quién mató a Carrero Blanco?

El periodista Manuel Cerdán artícula en un libro la vasta trama de intereses, de izquierda a derecha, en torno al sesinato del almirante.

Una panorámica de la comitiva fúnebre de Carrero Blanco.
Una panorámica de la comitiva fúnebre de Carrero Blanco.
Sagrario Ortega (Efe) / Madrid

19 de octubre 2013 - 11:34

En 1973 ETA mató a Luis Carrero Blanco. La banda ejecutó el magnicidio, pero su muerte beneficiaba a muchos: a los terroristas, al círculo de Franco, a EEUU... Es la tesis que sostiene el periodista Manuel Cerdán en un libro sobre la "mano negra" que allanó el terreno a los autores e impidió que se investigara la verdad. Una página de la historia de España escrita con renglones torcidos, pero que permitió una transición menos lenta que la que previsiblemente hubiera habido con el almirante al frente del Gobierno de la nación.

Matar a Carrero Blanco: la conspiración es el libro, editado por Plaza & Janés, en el que Cerdán, tras dos años de trabajo, llega a la conclusión de que hubo una conspiración previa y posterior al asesinato, ocurrido hace cuarenta años. "No digo que hubiera un pacto sellado con ETA para matar al almirante, pero sí que hay una responsabilidad por la inactividad e inacción a la hora de dejar hacer a la banda" porque todos piensan "de eso nos vamos a beneficiar".

En ese todos Cerdán incluye a Estados Unidos, para quien Carrero, tal y como se refleja en los papeles desclasificados de la CIA, era un personaje "ingrato", entre otras cosas porque estaba en contra de la renovación del acuerdo de las bases americanas en España y del apoyo a ese país en la crisis de Oriente Medio. Cuando Franco nombra a Carrero presidente del Gobierno, Estados Unidos, según los documentos a los que ha accedido Cerdán, se opuso. Al cabo de unos meses, con Carrero muerto y Carlos Arias Navarro en la presidencia, España y EEUU firman el acuerdo bilateral de bases.

Insiste el autor en que la España del parkinson, la enfermedad de Franco que "se trasmite en el día a día de la política", es un país en crisis, donde "muchos clanes se mueven subterráneamente para que la figura de Carrero desapareciera". Y en ese interés Cerdán encuadra también a la extrema izquierda, que ya se quita de encima al "ogro" y que, como demuestra el autor, dio amparo en Madrid a los terroristas. "Está claro que ETA logra una infraestructura en la capital gracias a gente conectada con Moscú", explica el autor. De todos modos, en el sumario y en otros documentos consultados por Cerdán no se señala participación alguna de la entonces Unión Soviética. Para llegar a Madrid, dice el escritor en el final de su libro, "no sabemos si ETA atravesó el Atlántico o el Telón de Acero", pero a la pregunta de por cuál opta, lo tiene claro: "Me quedo con el Atlántico antes que con los Urales".

Otro protagonista beneficiado por la muerte del almirante es el propio búnker del régimen. Carrero, dice el autor, tenía un enfrentamiento visceral con el entorno familiar de Franco, incluida Carmen Polo. Fue ella, recuerda, quien nombró ministro de la Gobernación a Arias Navarro, a quien "Carrero no quería ver ni en pintura".

Y en ese conjunto de intereses, es la propia ETA la menos beneficiada por el atentado, ya que tras esa acción, perpetrada en la calle Claudio Coello de Madrid, y la posterior en la calle Correo, la banda sufre una "convulsión" interna y se divide en militar y político-militar. Solo le benefició a la banda en un supuesto prestigio internacional, ya que con el atentado ETA se da a conocer mundialmente.

La muerte de Carrero aceleró el proceso de la Transición, a juicio de Cerdán, quien se pregunta si el almirante hubiera consentido un nombramiento al frente del Gobierno como el de Adolfo Suárez. "¿Hubiera estado Carrero a favor de esa transición y apertura tan rápida? Creo que no", continúa el autor, para quien el entonces príncipe Juan Carlos "no hubiera tenido la libertad de movimiento" que tuvo con Arias Navarro. Incluso, hubiera habido momentos de tensión entre ellos porque el almirante era "más derechista" que el propio Franco.

La "chapuza" del atentado también es recogida en el libro con todo detalle. "Todo un cúmulo de despropósitos" de una ETA "incipiente y no preparada" pero que consiguió permanecer en Madrid dos años sin que la Policía se percatara de su presencia. Tanto es así que Cerdán no descarta que se hiciera la "vista gorda" y se sorprende también de que los etarras tampoco fueran detectados por los servicios secretos que el propio Carrero creó, antecesores del CNI y que después vengaron la muerte del almirante en una acción antiterrorista en Francia en la que murió el líder del comando José Miguel Beñarán, Argala.

Más de 3.000 folios con errores "bestiales" conforman el sumario del atentado, subraya Cerdán antes de resaltar la "cantidad de despropósitos" en este caso que "hacen pensar que hubo una mano negra que ha intentado primero que ETA mate y que después no se investigue la verdad". Nadie se ha sentado en el banquillo y esta parte de la historia de España, escrita con "renglones torcidos", ha dejado "grandes lagunas" que será difícil rellenar. "¿Alguna vez se sabrá toda la verdad sobre la muerte de Carrero Blanco? Creo que no", lamenta el autor.

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