El largo reinado de Juan Carlos 'El Breve'
Perfil publicado con motivo del 80 cumpleaños del Rey emérito
El suyo fue un largo reinado. Durante los inicios de la Transición, en los círculos políticos de Madrid se llegó a apodar al recién proclamado rey Juan Carlos como El Breve. Con este mote de evidente mala baba cortesana, tomado de la tradición medieval de nombrar a los monarcas por un atributo personal, se pretendía significar que el Rey impuesto por la dictadura sólo sería una estrella fugaz en la vida política española del posfranquismo. Don Juan Carlos, en definitiva, al igual que su abuelo Alfonso XIII, terminaría tomando un barco en Cartagena para poner punto y final -esta vez sí- a la dinastía Borbón en España, la casa de origen francés que llegó en los albores del siglo XVIII con el melancólico a la par que reformista Felipe V.
Nunca una profecía política erró de una manera tan rotunda. Juan Carlos I, quien hoy cumple 80 años, ha reinado casi cuarenta años un país en el que, cuando accedió al trono, apenas había monárquicos más allá de algunas familias normalmente relacionadas con la más rancia nobleza. El primogénito del Conde de Barcelona, nacido en un piso de Roma el 5 de enero de 1938, en plena Guerra Civil, pasará a los libros de historia como uno de los grandes monarcas que ha tenido España, a la altura de Carlos III, el Monarca con el que más se le ha comparado en los últimos tiempos. Como afirmó el historiador Santos Juliá cuando don Juan Carlos traspasó el cetro a su hijo, Felipe VI, en junio de 2014, "la abdicación del rey Juan Carlos I cierra el mejor y más fructífero periodo de la monarquía constitucional en España". El Rey emérito fue un digno líder de una generación de españoles que decidió poner punto final al fatalismo histórico hispano para homologar al país con su entorno occidental y europeo, lo cual es sinónimo de libertad, prosperidad económica y bienestar social.
Muy distinta era la España a la que llegó el Monarca con apenas diez años, en otoño de 1950, tras unas complicadas negociaciones que se desarrollaron en el Golfo de Vizcaya entre su padre -entonces heredero legítimo del trono- y Franco. Desde ese día, don Juan Carlos tuvo que acostumbrarse a vivir en una continua tensión entre su padre y el dictador, al que se consideraba como llave necesaria para la restauración de la monarquía en España. No debió de ser fácil y le abocó a una conflicto casi permanente con el conde de Barcelona, lo que le dejó cicatrices importantes, como se evidenció con las lágrimas desconsoladas que el Rey, sin recato alguno, vertió el día que don Juan fue enterrado en El Escorial, en 1993. "Hubo un momento que las relaciones estuvieron rotas", comenta un amigo con el que el Rey compartió mesa y mantel en más de una ocasión, "y si la cosa se pudo arreglar fue gracias a la intervención de su madre". Se refiere a doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans, la más andaluza de la dinastía, la que inculcó a don Juan Carlos su afición a los toros y la responsable de que la primera boda de una hija del Rey, la de la infanta doña Elena, se celebrase en Sevilla. "Sin embargo, el Rey tenía pocos amigos en Andalucía, es una tierra que en cierta medida desconoce", asegura esta amistad. "La primera vez que probó la manzanilla fue en una cena privada en una casa de Carmona, durante una visita que hizo a la Expo 92". No obstante, conocidas son sus visitas periódicas al Botánico de Sanlúcar de Barrameda para encontrarse con sus primos los Orleans, una de las cuales relata el escritor José Manuel Caballero Bonald en su último libro, Examen de Ingenios.
De su padre, además de un profundo sentido de la responsabilidad dinástica, el rey Juan Carlos heredó su amor por el mar y los deportes náuticos. Don Juan, que había servido como oficial en la Marina Británica -herencia de lo cual eran los rotundos tatuajes de sus antebrazos- siempre lo animó a practicar un deporte que sigue siendo una pasión para el Monarca, como demuestra el que, casi con ochenta años, se haya convertido en campeón mundial de la clase 6mR. Dicen que de esta manera se quitó la espina de no haber conseguido una medalla cuando fue regatista del equipo español en los Juegos Olímpicos de Múnich 72.
Los que con él navegan destacan la capacidad de liderazgo del Rey emérito. Algo tuvo que ver sus largos años en las academias militares a partir de 1955: dos años en la del Ejército de Tierra, uno en la de la Armada y otro en la del Ejército del Aire. "Desde el principio demostró que era un excelente compañero", relata un miembro de su promoción en Zaragoza. "Una vez suspendió un examen y el profesor fue a subirle la nota hasta alcanzar el cinco. Él se negó si no se le subía también a los otros cadetes". Son muchas las voces que dicen que don Juan Carlos se considera, ante todo, un militar. Lo cierto es que su carácter, como el de tantos Borbones, está claramente marcado por esa mezcla de simpatía, autoridad -que a veces deriva en genio- y cierto casticismo que suele acompañar al oficio de las armas. Una anécdota lo ejemplifica: siendo aún Príncipe de España, durante unas maniobras en el sur de Badajoz, se habilitó un cortijo para acoger el cuartel general y las habitaciones de don Juan Carlos. Cuando se suponía que ya se había acostado, un joven oficial, responsable de la seguridad, le estaba explicando a un soldado sus funciones como guardián del sueño real. En ese momento, se abrió la puerta y apareció el futuro Juan Carlos I en calzoncillos y ante la mirada atónita del mando y la tropa exclamó: -"¿Y aquí dónde se mea?"-.
Esta espontaneidad, que acompaña de cierta campechanería, ha sido una de las claves para su éxito tanto popular como diplomático; también su presencia rotunda y rubicunda, muy admirada en un país donde predomina el tipo moreno bajo. Don Juan Carlos siempre ha mantenido unas altísimas cuotas de popularidad entre los españoles y en algunos lugares de Iberoamérica, ya incluso antes de su rotunda intervención televisiva vestido de capitán general para frenar el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que fue considerada por la izquierda escéptica en cuestiones monárquicas como la prueba definitiva que lo legitimaba como Rey. Un maduro profesional, que entonces era un niño de siete años, recuerda la primera visita de Juan Carlos I como Monarca a Sevilla, con un público enfervorecido que llenaba las calles de la ciudad con pancartas y gritos de Viva el Rey. Incluso durante el momento más complicado de su reinado, cuando la profunda crisis institucional provocada por el crack económico alcanzó a la monarquía, la valoración popular superó el aprobado con un 52%. Fue en abril 2012, su particular annus horribilis, el momento en el que trascendió, debido a un accidente de caza, que en plena debacle económica y social el Rey se encontraba de caza en Botsuana. El mismo Monarca pidió disculpas y, desde ese momento, comprendió que era el momento para ir preparando la abdicación en su hijo, el actual Felipe VI. Sin embargo, como afirma Victoria Prego en su libro Así se hizo la Transición: "Sus últimos errores no ocuparán un lugar de primer nivel en la Historia de España. Sí lo ocupará su aportación a la libertad y al bienestar de los españoles y su lucha sostenida porque la democracia en nuestro país se asentara definitivamente. Como, a pesar de todos los problemas que la aquejan en la actualidad, así ha sido".
Además de la vela, el deporte en general ha sido la gran afición de don Juan Carlos. Ya en la Academia de Zaragoza destacaba como buen jinete sobre su caballo Pie de Plata. La hípica, sin embargo, no ha estado entre sus preferencias de la madurez. Sí, en cambio, la caza mayor, con la que sigue una vieja tradición de los monarcas europeos y del poder político español en general. El Rey es un auténtico apasionado de la práctica cinegética. Un antiguo jefe de su Cuarto Militar recibió en cierta ocasión un regalo que estaba lleno de significado y afecto: dos escopetas AYA de su colección con la corona real grabada en la culata. La generosidad, según afirman los que lo conocen, es otra de las virtudes de don Juan Carlos. En el campo futbolístico , lejos del beticismo militante de su madre, es conocido por sus preferencias hacia el Real Madrid.
Junto a la alta valoración popular se encuentra también la diplomática. Juan Carlos I ha sido con diferencia el mejor embajador que ha tenido España en las últimas décadas, como dejan constancia las muestras de entusiasmo con las que era acogida su presencia en diferentes lugares del globo. Esta alta apreciación encontraba un especial eco en Iberoamérica, continente que el Rey emérito, en coordinación con los distintos gobiernos, mimó especialmente tanto con visitas oficiales a los distintos países como con su participación activa en las cumbres iberoamericanas. El cariño llegó a tal extremo que algunos mandatarios americanos solían llamarle "nuestro rey", algo insólito en unas repúblicas cuya razón de ser era el haberse independizado siglos atrás de la Corona española. Ni siquiera el desagradable encontronazo con Hugo Chávez en la cumbre de Santiago de Chile de 2007, cuando el monarca, harto de la actitud irritante del presidente venezolano, le pidió que se callase, logró separar a la monarquía del afecto de la comunidad política americana.
Cuando se habla con cualquier persona que ha tratado al Rey con una cierta cercanía siempre aparecen los mismos adjetivos: simpático, espontáneo, divertido, con carácter... También una cierta tendencia a los placeres mundanos de la vida, como el buen vino tinto (Muga y Vega Sicilia), la mesa (Casa Lucio está entre sus restaurantes favoritos) o los toros (Ponce y Curro son o han sido diestros de su gusto).
El Rey emérito cumplió ochenta años el 5 de enero de 2018 con la conciencia del deber cumplido y la Casa Real lo celebró. Ha sido un hombre que ha sabido disfrutar de la vida al mismo tiempo que lideraba el camino de España hacia la democracia y la prosperidad. Como afirma el historiador Juan Pablo Fusi: "Para la democracia española, en 1931 la monarquía había sido el problema; en 1975, la monarquía había sido la solución."
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