La izquierda planea sobre La Moncloa

La "coalición progresista" con la que sueña Sánchez ya es menos increíble al aparcar Podemos su exigencia de un referéndum catalán.

Roberto Pareja

20 de enero 2016 - 13:43

Bilbao/El todo o nada en el que se ha embarcado Pedro Sánchez con su intención de viajar al dorado del poder con esas magras alforjas de 90 diputados -la peor marca socialista en unas generales- está empezando a adquirir tintes de verosimilitud pese a la incredulidad de propios -empezando por unos cuantos barones, con Susana Díaz a la cabeza- y extraños -como esos a los que llamaba "populistas", con los que no iba a pactar "ni antes ni después de las elecciones"-. Ya.

Cuando el secretario general del PSOE anunció en Lisboa el 8 de enero su propósito de intentar una "coalición progresista" si Mariano Rajoy no lograba formar Gobierno, muchos se llevaron las manos a la cabeza. Más que nada, porque las matemáticas son tozudas y todos los caminos de la inopinada travesía pasaban por tiburones como Podemos, los "populistas" de la entente imposible, que además habían hecho bandera irrenunciable del referéndum de autodeterminación en Cataluña, todo un anatema para el PSOE, que no está por la labor de poner en riesgo la unidad de España.

Para colmo, la calculadora de Sánchez tampoco daba ni por ésas. Sus 90 escaños sumados a los 69 de Podemos eran insuficientes para forjar una alternativa al PP, con lo que esa coalición a la portuguesa que postulaba Sánchez tendría que contar con socios tan poco de fiar como los nacionalistas, que como poco deberían de abstenerse para propiciar una hipotética investidura de Sánchez por mayoría simple en una segunda votación.

Esos dos obstáculos que parecían insalvables -la temeraria consulta catalana y la unidad de acción con los sospechosos habituales de ERC, PNV o Democràcia i Llibertat (DiL), la eufemística marca electoral que se sacó Artur Mas de la manga de Convergència- están cayendo en comunión con las hojas del calendario. Y no precisamente por los designios del señor, sino mayormente por la necesidad compartida por la amalgama que comanda Sánchez de impedir que Rajoy no pase de presidente del Gobierno en funciones y haya mudanza en el Palacio de La Moncloa.

Otro imponderable que marcó Podemos y que también envenenaba su relación con el PSOE, el de dividirse en cuatro grupos en el Congreso, los de sus camaradas de Cataluña (En Comú Podem), Galicia (En Marea) y Valencia (Compromís), también se esfumó el martes pasado, cuando la formación morada aceptaba formar un solo grupo "confederal", aunque se descolgaron cuatro de los nueve diputados de Compromís.

¿Cómo se ha obrado el milagro de la evaporación de la línea roja del referéndum catalán? Dejándolo Podemos aparcado, por ahora, en favor de cosas más terrenales, como la regeneración democrática y la "agenda social", que se van a convertir en la argamasa sobre la que se pretende elevar ese "Gobierno de perdedores", según la terminología del PP, que propugnaba una gran coalición con el PSOE y Ciudadanos, un cáliz del que reniega el PSOE. "No es no", ha repicado Sánchez las últimas semanas, hasta que Odón Elorza le puso la guinda definitiva rogando al PP que "deje de dar el coñazo".

La cuarta fuerza en discordia, Ciudadanos, también ha dejado claro que esa alianza entre PSOE y Podemos sería "infumable" y que sólo darían el sí a un tripartito con PP, PSOE y ellos.

¿Y cómo es posible que los nacionalistas radicales (los catalanes, hoy por hoy, el PNV parece instalado en un pragmatismo sensato y respetuoso con la ley) puedan propiciar esa cada vez más plausible investidura de Sánchez? Algo tendrá que ver la cesión de cuatro senadores socialistas a ERC y DiL, un movimiento que Ferraz enmarcó dulcemente en la "cortesía parlamentaria" mientras muchos barones socialistas se quejaban amargamente de no entenderlo.

A estas alturas de la película ya es más que comprensible la gentileza. Con la suma de los escaños de PSOE, Podemos y los nacionalistas agradecidos, las cuentas empiezan a salirse a Sánchez. Y eso que el entendimiento con la gente de Pablo Iglesias también entró en barrena al pactar los socialistas una Mesa del Congreso que dejaba a PP y Ciudadanos con la sartén por el mango en el órgano rector de la Cámara. Iglesias mostró su "enorme decepción" con Sánchez. "Los tres del búnker han empezado a cabalgar", proclamó.

Pero el círculo sigue cuadrándose. El Rey ha iniciado esta semana la ronda de contactos de cara a la investidura y Rajoy parece un pimpampum. Casi todos los que han desfilado por La Zarzuela han hecho saber que se rechazan su investidura a Felipe VI, que recibió ayer al líder de IU, Alberto Garzón, que le trasladó su disposición a mediar entre Iglesias y Sánchez "para evitar el drama de que vuelva a gobernar la derecha". Bruselas recuerda cada semana la necesidad de que se forme Gobierno y numerosos cargos populares lamentan en privado, informa Europa Press, la "pérdida de tiempo" de que Rajoy se someta a una votación de investidura imposible en su calidad de más votado. También empieza a deslizarse el nombre de un elefante blanco del PP que suscite menos animadversión. Se trataría del ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo.

Parece un brindis al sol. Como la investidura de Rajoy. Luego llegará el turno de los otros, que parecen (casi) todos a una: la mudanza en La Moncloa.

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