Pilar Cernuda
¿Llegará Sánchez al final de la legislatura?
El desarrollo de la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana, que a partir del 2 de diciembre amplía la entrega de documentación e información en algunos actos, vuelve a abrir un debate que, como todos los que concelebran hoy los medios, los políticos y los intelectuales, viene preñado de prejuicios y oídos sordos. A partir de ese día si usted se aloja en un establecimiento o alquila un vehículo deberá declarar si un menor le acompaña, cuántos viajeros son, su residencia, su teléfono, su mail, la forma de pago con el IBAN de su cuenta bancaria y alguna exigencia más. La polémica abunda en el estereotipo de la izquierda controladora y prohibicionista frente a la derecha liberal abanderada de un mundo sin reglas en el que supuestamente todo encaja en su sitio sin que nadie meta su sucias zarpas. Se aprovecha este lance para acusar al Estado de desbordar nuestra intimidad. Este es un debate muy interesante porque abunda en la esencia del adoctrinamiento de la sociedad por los think tanks liberales y neoliberales, que han vestido a la izquierda de liberticida con gran éxito de crítica y público. La norma que ahora se amplía apela a la razón del interés general "al perseguir la seguridad de los ciudadanos ante las amenazas terroristas y otros delitos muy graves cometidos por organizaciones criminales" y considera tal regulación "imprescindible".
La culpa no es de la derecha, sino de la izquierda, que se acompleja y se deja arrebatar sus banderas. Es paradójico que el PP y Vox patrimonialicen la idea de la libertad y desplacen al PSOE, Sumar y Podemos al rincón de los enemigos del pueblo libre. Durante la pandemia, Isabel Díaz Ayuso movió los ejes del debate hasta lograr la confrontación perfecta: libertad (cañas y tapas) contra prohibición (cilicio y penitencia recetado por la mano negra del Estado abusador, de izquierdas). Libertad, pocas palabras tan sobadas como ella.
Aquellos días morían miles de personas a diario, estábamos lejos de tener una vacuna y la comunidad científica internacional sólo tenía un remedio: la evitación del contacto. Y en Madrid, en concreto, Ayuso ya había dictado los llamados "protocolos de la vergüenza" por los que su Gobierno ordenaba que no se trasladara a los hospitales a los ancianos enfermos de Covid que vivían en residencias. El 76% de los residentes que fallecieron por Covid no fueron ni siquiera atendidos en un hospital. En total, 7.291 ancianos murieron en las residencias, alejados de sus familias y sin asistencia médica paliativa o curativa. En los cenáculos del Madrid de piedra y en los de papel no se hablaba de aquello. En las terrazas abiertas se comparaba una caña espumosa bien tirada con la entrada de De Gaulle en París.
Frente a la realidad de los mayores muriéndose a solas, la sociedad asustada y las administraciones encogidas, surgió la heroína de la derecha vermú. El Gobierno y el PSOE combatieron torpemente su revolución cañí. No se trataba de recordar las especificaciones técnicas de la crisis global que padecíamos ni de aportar mayores raciocinios, que la lideresa se pasaba por la Puerta de Alcalá, sino de haber apelado a la cuestión de ciudadanía, que no se basa en el uso de la libertad sin límites sino en la responsabilidad con la que se utiliza. Cuando las autoridades sanitarias dijeron que había que quedarse en casa no fue un robo de nuestros derechos. Nadie nos quitó la libertad, vaya falacia. Fue una cesión voluntaria de nuestra libertad (lo que hacemos cada vez que votamos) para que el Estado dispusiera de ella en aras a un bien superior : el beneficio colectivo. Eso nos convierte en ciudadanos. La libertad no es un derecho ilimitado para hacer lo que nos venga en gana. Es tener el derecho a hacerlo y la responsabilidad de saber cuándo no debemos hacerlo. O la izquierda comparece en ese combate cultural o quedará arrinconada y empequeñecida, asumiendo el rol que le han asignado. Debe decirlo y sacudirse el olor a fritanga y los miedos.
Prohibir no es de izquierdas ni de derechas, aunque lo hacen los dos, de forma distinta y con prioridades diferenciadas. Prohibir o limitar es lo lógico cuando es necesario. Para eso está la política. Desgraciadamente, en el universo todo tiende al caos, no existe un orden natural que ordene, reequilibre y lo apacigüe todo. No, cada pieza no se coloca sola en su sitio. La era que vivimos se mueve por la emoción no por la razón. Una emoción poderosa es hacer sentirse a los ciudadanos parte de un proyecto libre frente a otro cautivo. Independientes, dueños de sus decisiones, una fuerza de la naturaleza frente a los paniaguados. Eso es mucho más atractivo que ser un autómata moralista. En un mundo en el que la ultraderecha se sube a los tractores y les dice a los agricultores que los urbanitas zurdos del cambio climático están acabando con su modo de vida tiene escasas posibilidades de ser escuchada una izquierda que a los ojos de estos parece meliflua, frívola, caprichosa, lejana, radical y censora.
El afecto, el sentirse parte de un grupo, la cohesión frente al adversario (enemigo) y la anatemización del catálogo de lo que consideran mezquindades progres han construido un universo unipolar en el que la apelación al miedo –que es el vector más determinante en la construcción del discurso político– le hace un espacio de achique a la esperanza, ese otro recurso político hoy con efectos muy limitados. Daniel Innerarity lo explica en términos de recompensa: "Parece estar triunfando el relato según el cual la izquierda es moralista, prohibicionista y nos quiere infelices mientras que la derecha nos dejaría disfrutar haciendo lo que queramos".
Por lo general, tras las decisiones limitantes hay razonamientos inapelables, aunque la racional pierda ante la narrativa de la emoción. Sirvan los límites vinculados al cambio climático (temperatura máxima de los aires acondicionados, zonas reservadas en las ciudades a la circulación de coches eléctricos, restricciones de agua, recomendaciones sobre el consumo de carne de ternera vinculado a las emisiones de CO2, límites a la iluminación urbana), la prohibiciòn de fumar en espacios públicos o la limitación de acceso de menores a contenidos de adultos.
Se le reprocha a la izquierda que actúa desde una altanería moral insufrible. Es inevitable que se vea así, pero si se limita la temperatura de los aires es porque se ha comprobado que el margen autorizado es suficiente para climatizar una habitación, produce un ahorro considerable de un patrimonio común, caro y limitado como es la energía y además se hace porque está demostrado que si no se limitara por imperativo legal seguiría derrochándose energía. Y si se prohíbe fumar finalmente en los espacios públicos no será porque se considere que los que lo hacen son unos desalmados sino porque se protege, con tal decisión, la salud de otros ciudadanos. Y si se limita la circulación en las ciudades es porque está acreditado que es la forma más eficaz de recortar la contaminación del tráfico rodado en beneficio de los habitantes de la zona. Si se impide el acceso de menores a contenidos para adultos es porque los niños acceden por primera vez entre los 9 y los 11 años y 7 de cada 10 adolescentes consumen porno de forma habitual; será porque el 90% de los jóvenes confunden el porno con la sexualidad real y porque esos datos conectan con otros que tienen que ver con las agresiones sexuales entre otras cosas. El CIS de febrero ofrecía un dato: el 93,9% de los encuestados estaban a favor de “restringir o prohibir” el acceso de menores de edad a páginas porno. Por lo visto la escandalera que formaron algunos medios y partidos debe representar fielmente al 6,1% de la sociedad.
Esa es la izquierda antipática y liberticida. La que hace lo necesario pero a cambio resulta desabrida y estúpida. La derecha defiende el vermú con aceituna bajo una lluvia ácida pero gana elecciones. Ya lo dijo Aznar cuando la DGT limitó el alcohol al volante: "¿Quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber?".
Libertad, qué bonito nombre tienes, cantaba La cabra mecánica.
La retirada paulatina de las pelotas de goma como material antidisturbios va a desbloquear la Ley Mordaza, uno de los propósitos incumplidos de este Ejecutivo desde la legislatura pasada. Tanto Interior como los sindicatos policiales se negaban a esa desaparición. La desobediencia a la policía pasará a ser un delito leve, no grave. Un acuerdo con EH Bildu lo va a hacer posible y se sumarán PNV y ERC. Mal socio para este fin. Dificilísimo de explicar. El objetivo del Gobierno no es la ley, es aglutinar de nuevo al bloque de investidura para prolongar su mandato
Se acaba la reducción temporal del IVA que aprobó el gobierno en enero de 2023 para compensar la subida de la inflación, provocada entre otras cuestiones por las guerra de Ucrania y Oriente Próximo. A partir del 1 de enero de 2025 regresamos al 4% para los alimentos básicos –pan, verduras frutas, legumbres o huevos–; algunos aceites y la pasta suben hasta el 7,5% desde el 5% actual, cumpliendo las recomendaciones de la Comisión europea de ir finalizando con las ayudas anticrisis. La inflación se situó en septiembre en el 1,5%. Llegó a situarse en el 8,4% en 2022. Un poco de ducha escocesa para la economía familiar.
Ayuso, a quien nadie puede negarle la capacidad de generar debates y marcar titulares a hierro, ha adelantado su apuesta por adaptar los horarios de la hostelería de Madrid a los horarios de los turistas extranjeros. Nada que objetar. Lo que extraña es que la propia presidenta no sea consciente de que en Madrid está casi todo abierto y casi todo el día. Es dudoso que alguien se quede sin comer en Madrid a la hora que sea. Lo de reinterpretar el lema de Manuela Carmena –Welcome refugees– por Welcome tourists no deja de ser parte del juego de provocaciones y su guerra cultural. Como si Madrid no pudiera acoger refugiados y potenciar el turismo o una cosa negara a la otra. Otro debate es que como ya ocurrió con la libertad de horarios comerciales, la barra libre horaria beneficiará a los grandes frente a los pequeños negocios, a los que les es imposible sostener estructuras para competir con esos horarios.
La presidenta del congreso, Francina Armengol, convocó a un almuerzo hace unos días a los portavoces de todos los grupos parlamentarios en un intento de rebajar la tensión en la Cámara y recuperar unas formas razonables en el hemiciclo. Acudieron todos menos los del PP y Vox. No va a haber tregua. Pierdan toda esperanza.
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