El imposible tablero catalán

las claves

Desolación. Hay una expresión muy soez para definir la actitud de Sánchez ante Torra y Puigdemont; lo que salva al presidente es que no existe un líder de la oposición que ilusione

Pedro Sánchez y Quim Torra
Pedro Sánchez y Quim Torra / Andreu Dalmau, Efe
Pilar Cernuda

23 de diciembre 2018 - 10:18

Una pregunta formulada por un personaje de Vargas Llosa en su libro Conversación en la Catedral, podría plantearse ante la situación que se vive hoy en la convulsa Cataluña. "¿Cuándo se jodió Perú?", inquiere Zavalita. Hoy España entera se pregunta ¿cuándo se jodió Cataluña?

El problema independentista catalán ha estado ahí a lo largo de su historia con mayor o menor virulencia. Durante la democracia estuvo apaciguado pero latente, eran nacionalismo o catalanismo los sentimientos predominantes, mientras el independentismo sólo lo respaldaba una minoría; incluso lo rechazaban los líderes del nacionalismo. Tanto Pujol como Artur Mas hacían alarde de su espíritu no independentista aunque luego lo abrazaron con entusiasmo, lo que indica que algo se hizo mal cuando esos dos hombres que presidieron la Generalitat se pasaron a las filas secesionistas.

Es indudable que la posición de Sánchez ha influido en el descenso de votos en Andalucía

Que se incrementara el independentismo se debe a múltiples factores, y entre los principales, se podría decir que fundamental para alentar un independentismo hoy generalizado se encuentra la educación. Unos planes de estudios que iban más allá de una inmersión lingüística: se trataba de una inmersión en toda regla en una historia falseada, tergiversada, en la que España aparecía como país agresor. Cataluña, en los libros de texto, era una región permanentemente relegada en sus derechos, con una fecha marcada como un símbolo de deseos independentistas, el año 1714, cuando en realidad se trataba de una fecha que marcaba un problema sucesorio. Ya advertía el ex ministro de Justicia, de Hacienda y de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, que el sistema educativo tal como se estaba planteando se convertiría en un punto de partido para el independentismo. Y decía más: no sería tan trascendente en el País Vasco a pesar de que en aquellos años el independentismo etarra que asolaba España parecía no tener medida ni fin; a Ordóñez le preocupaba sobre todo Cataluña, ahí veía el peligro. El tiempo le dio la razón.

LA PROMESA DE ZAPATERO

Ahí podía estar el origen del actual problema catalán, que se ha convertido en el principal problema de España. Aunque hay analistas que manejan otra fecha como el principio de la desafección: el día que José Luis Rodríguez Zapatero, candidato a la Presidencia del Gobierno con escasas perspectivas de éxito, acudió a Cataluña en campaña electoral y prometió que si era elegido presidente aprobaría el Estatuto que saliera del parlamento catalán. En aquel momento ni soñaba que fuera a ganar las elecciones.

Una vez presidente, en lugar de rectificar como hizo Felipe González con la OTAN por sentido de la responsabilidad, Zapatero se empecinó en promover un nuevo Estatut, que cambió de arriba abajo el anterior, y además llevó las negociaciones con Artur Mas de una forma tan secreta y al mismo tiempo tan desleal que ZP acabó engañando a parte de su partido y Mas a su principal socio, Durán Lleida. ZP intentó peinar el texto para apaciguar la indignación de los suyos y para superar el trámite parlamentario. Sin embargo fue el Tribunal Constitucional (TC) el que condenó algunos de sus artículos. Resultado: los independentistas, a los que se habían sumado nacionalistas que mostraron ahí su verdadera cara, empezaron a sentirse agredidos por las instituciones del Estado, con el TC como punta de lanza … Y encontraron en el PP el símbolo del independentismo, ya que era el partido que había presentado el recurso ante el Alto Tribunal.

Desde entonces todo ha ido a peor. La juventud se apuntó masivamente a la causa independentista, y la burguesía, que había pasado con facilidad del españolismo al nacionalismo porque consideraban que era una seña de identidad de una Cataluña moderna y europea, no comprendió que el independentismo les aislaba del resto de España y también del mundo, con lo que peligraba su estatus privilegiado. Cuando se dieron cuenta era demasiado tarde y en Cataluña se habían hecho con el poder unos dirigentes independentistas a los que jamás habrían votado porque no representaban el seny, el progresismo y la cultura que siempre les había identificado.

Si los errores sociales han sido inmensos no le han ido a la zaga los políticos. La animadversión de Aznar al nacionalismo provocó el crecimiento imprevisto de ERC y, con ello, el republicanismo. La corrupción de la familia Pujol y del círculo empresarial más cercano al ex presidente provocó un auténtico cataclismo social y político; aparecieron partidos radicales y de republicanismo exacerbado con tanta representación parlamentaria que manejaron a conveniencia a los antiguos partidos nacionalistas, hasta el punto de que torcieron el resultado de las urnas y exigieron que Mas no fuera presidente. Llegó así Puigdemont a la presidencia de la Generalitat y ya no hubo manera de salvar los muebles de lo poco serio que quedaba en Cataluña.

PUIGDEMONT: EL MAL

Puigdemont, un político mediocre y con un ego exagerado, ha dado la puntilla a lo que los independentistas llaman el procés. Con un alarde continuo de falta de respeto a la Constitución, las leyes y la Corona, Puigdemont y sus socios de ERC proclamaron una Declaración Unilateral de Independencia que anularon tres minutos después cuando se dieron cuenta de que podían acabar en prisión. Pero el mal estaba hecho.

Rajoy se negó a sentarse con unos gobernantes que ponían como condición previa para negociar que se tratara sobre el referéndum independentista. Convocaron uno ilegal que el Gobierno dio por controlado pero que se celebró; un gol por toda la escuadra de los independentistas, que consiguieron llevar urnas a los colegios electorales y que votaran todos los que quisieron , tuvieran o no derecho a hacerlo. Ganaron la batalla internacional y la de la comunicación. Perdieron la de la Justicia, que actuó contra los rebeldes, entre los que se encontraban los máximos dirigentes de la Generalitat.

Puigdemont huyó cobardemente a Bélgica con varios de sus consejeros, lo que provocó la prisión incondicional de los que no le acompañaron en la huida. Huida que desconocían.

Se ha producido la ruptura del independentismo, el mundo podemita se define como no independentista pero defiende se celebre un referéndum de autodeterminación, y en ese agua tan revuelta, tan convulsa, el rey Felipe, a pesar de las reticencias de Rajoy, decide pronunciar un discurso que solivianta e los independentistas catalanes pero tranquiliza a quienes no lo son. El Rey se convierte así en el único elemento de estabilidad que se produce entonces en ese proceso que va a la deriva y que afecta profundamente a toda España. Son los independentistas los que se dan cuenta de que el peligro para ellos es el Rey, el único dispuesto a luchar por la unidad de España sin concesiones, el que se coloca a la cabeza de la manifestación que defiende la Constitución.

La llegada de Sánchez al Gobierno a través de una moción de censura abre un nuevo capítulo. Gana la moción gracias al apoyo de los independentistas, que lo tienen agarrado del cuello. Es indudable que la posición de Sánchez respecto a Cataluña está directamente relacionada con el descenso en votos y escaños socialistas en Andalucía.

En este nuevo capítulo, no cerrado, Sánchez decide celebrar un consejo de ministros en Barcelona. Oportunidad que aprovechan los independentistas para visualizar que ellos deciden, no Moncloa. Torra azuza la calle más rebelde mientras Puigdemont maneja los hilos desde Waterlooo. Exige, para mantener el apoyo a Sánchez, ciertos gestos que demuestren que la Generalitat habla a Moncloa de tu a tu. Moncloa se niega en un primer momentos … pero acaba cediendo.

En España hay una expresión muy soez para definir la actitud de Pedro Sánchez ante Torra y Puigdemont. Lo que salva al presidente es que no existe un líder de la oposición que ilusione. Si apareciera, se cortaría de inmediato la euforia que hoy demuestran los independentistas ante un presidente de gobierno tan condescendiente.

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