El supermercado excéntrico
El votante tiene a su disposición en los comicios locales un bazar donde elegir mucho más variado que en las autonómicas y generales, pero también con ofertas estrafalarias y la fecha de caducidad vencida de antemano
Uniones, unidades, agrupaciones, iniciativas, colectivos, plataformas, mesas, asociaciones, foros, ciudadanos por esto y por aquello -principalmente por su pueblo-. Casi todos estos grupúsculos se autoproclaman independientes, los hay que hacen referencia expresa a su condición democrática (por si surgen dudas), también cristiana, rural, agrícola o costera, e incluso sagrada, los hay de jóvenes -aunque el líder esté más cerca de la prejubilación que de una beca-, la mayoría defienden por encima de todo lo autóctono, la esencia patria, el terruño, muchos con una implantación inferior a la de una comunidad de vecinos, y todos, absolutamente todos, con un mensaje común: no se puede dejar la gestión del municipio a quien se presenta bajo la sigla de los grandes partidos, esos que gobiernan o hacen oposición a nivel nacional y autonómico.
¿Ejemplos? Aquí va un rosario (la fuente es el registro de partidos del Ministerio del Interior; no todos se presentan necesariamente el 22-M, pero existen o han existido y han comparecido en otras convocatorias a las urnas): Unión Rural Jerezana, Independientes Unidos Pradenses, Jóvenes Algecireños Unidos, La Unión Sagrada de Málaga, Partido Renacimiento y Unión de España, Mesa de la Ría de Huelva, Ciudadanos por Monda, Asociación de Ciudadanos de la Mayoría Silenciosa, Partido Positivista Cristiano de Algeciras, Ciudadanos por el Río de Puerto Real, Agrupación de Maracena, Partido Social de El Ejido...
Es sólo una muestra ínfima de un catálogo del grosor de una guía telefónica: sólo los Unidos por o para y los Ciudadanos por son legión. Quieren, aunque sea con un concejal, estar después del 22-M en la Corporación Municipal. Y los hay atrevidos, como el candidato de Iniciativa Progresista Jerezana (IPJ), Antonio Conde, quien proclama sin pudor que "voy a ser el próximo alcalde de la ciudad" porque, además, parece tener la clave para fomentar el empleo en una ciudad con un Ayuntamiento al borde (o dentro) del abismo económico y financiero: "Hay que aprovechar el patrimonio cultural, eclesiástico y bodeguero". Así, como leen.
Pero lo estrámbotico o descabellado no es exclusivo de los aspirantes de estos partidos, que en el fondo no hacen sino imitar, multiplicando, los hábitos de quienes cuentan con más respaldo. Lo hacen con más desparpajo, a sabiendas de que no van a tener que responder en el futuro. A algunos no les frena ni la crisis. El candidato a la reelección en Granada, José Torres Hurtado, con una amplia trayectoria política a sus espaldas -fue delegado del Gobierno en Andalucía-, toda la maquinaria del PP a su servicio y los pronósticos de los sondeos oliendo a victoria, tiene en la cabeza, y en los planos, un ascensor para subir a la Alhambra. Ha sido su oferta estelar en esta campaña, y seguro que ha pensado que las administraciones que tendrán que echarle más de un cable a su elevador -Gobierno y Junta- estarán en el futuro en manos amigas.
El pintoresquismo de las propuestas cala en todos los partidos sin excepción. Tanto, que da la impresión de que el político tiene de la credulidad de los electores una idea rayana en la tontucia, convencido de que acuden a las urnas a elegir a quienes han hecho una campaña-espectáculo y no a los que poseen dotes para gobernar. Hace justo 16 años, el entonces candidato a la Alcaldía de Málaga por Izquierda Unida, Antonio Romero, prometió que si llegaba a alcalde se haría acompañar en todos sus actos por una banda de verdiales para promocionar el folclore local. ¿Y si tenía que acudir a un funeral oficial? No salió elegido, claro.
La recesión económica, con todo, ha hecho mella, y en esta edición la mayoría de los aspirantes al bastón de mando han cerrado la ventana antes de verse tentados a tirar la casa por ella. De manera que no se han oído, al menos tanto como en otras ocasiones, promesas de un aeropuerto sin vuelos, un centro internacional de lo que sea, un zoo para especies desprotegidas, un censo de indigentes, cheques para bebés, sueldos para amas de casa y todo gratis para los abuelos.
También las siglas imponen. Los grandes partidos -con las miras puestas no sólo en las alcaldías sino en La Moncloa y en San Telmo- tiran de las riendas para que los candidatos no se desboquen, y se nota el grado de la experiencia: ex ministros y ex consejeros que intentan mañana el asalto al poder local son más comedidos que los novatos, los advenedizos y los arribistas, ya sea en las filas de los partidos generalistas o en las de los minoritarios.
En estas elecciones municipales de mañana que las grandes formaciones han presentado como una oportunidad que trasciende el ámbito político local, parece, a tenor de los sondeos, que esa seña de identidad que poseen los comicios a los ayuntamientos de romper con el bipartidismo se ha difuminado bastante. Y así, se antoja que los ciudadanos optarán por tragar antes una piedra de molino ofrecida por cualquier badulaque auspiciado por el PSOE o el PP que la misma superchería si ésta viene de la mano de alguien que intenta convertirse en edil liderando una agrupación vecinal. Puestos a decantarse por una pamema, los electores lo harán por la del candidato que tiene a su disposición la maquinaria socialista o popular.
Se dará además la circunstancia de que el futuro disparate que tal o cual aspirante -ya proclamado alcalde- vendió a sus paisanos en aquel sonado mitin se convierta en una realidad gracias a un voto clave en el pleno municipal que aborde el asunto de marras: el del concejal perteneciente a ese partido de siglas tan desconocidas como ilegibles que acaba vampirizado por el grupo más potente o de prebenda más sustanciosa.
Como en toda norma, hay excepciones. Y sonadas. Un ejemplo: Andalucía fue el territorio en el que el partido fundado por el desaparecido Jesús Gil echó raíces, con el tiempo pútridas y apestosas. Lo hizo a base de billetes de dudoso origen que extraía de fajos atados con una goma, arremetiendo contra todo el que se le ponía por delante y agitando un catálogo de sandeces e ilegalidades que -y esto fue lo más delirante- ni las autoridades de entonces quisieron impedir. Y toda aquella verborrea llevó al GIL a varias alcaldías. Y lo que vino después.
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