El refugio de los descontentos
Cuando la clase política aparece cada vez más en las encuestas como un problema para los ciudadanos y mientras avanzan las protestas de los jóvenes para expresar el descontento social hacia los políticos, el voto en blanco puede contabilizarse de forma objetiva y se percibe como termómetro de este malestar.
El voto en blanco alcanzó su récord en España hace justamente cuatro años, en las anteriores elecciones municipales, con 427.061 votos y el 1,92% sobre el total.
Si estas papeletas se hubieran asignado a una fuerza política, habría sido la quinta en respaldo, tras el PP, PSOE, IU y CiU.
Pero esta tendencia, hasta entonces al alza entre los electores que optaban por no introducir papeleta alguna en los sobres, se rompió tras aquellos comicios.
Después ha habido otras elecciones de ámbito nacional, las generales de 2008 y las europeas de 2009, y los votos sin destinatario fueron cayendo: 286.182 al elegir diputados y 220.471 al designar a los representantes españoles en el Parlamento Europeo.
La incógnita que se abre ante las elecciones municipales de mañana es si las cifras de votantes descontentos confirmarán la trayectoria descendente de los últimos tres años.
Porque, pese a los intentos de algún partido muy minoritario, como Ciudadanos en Blanco (pasó de 40.208 votos en 2004 a 14.193 en 2008) o Alternativa en Blanco (2.460 papeletas), los votos en blanco siguen sin tener dueño, ni siglas, y políticamente resultan meramente testimoniales; de hecho, no se adjudican a nadie.
Ciudadanos en Blanco reclama por ello que sí cuenten al distribuir escaños o concejales y por esta razón sus candidatos se comprometen a dejarlos vacantes en caso de conseguir representación en algún ayuntamiento.
Nada han dicho de votar en blanco los activistas del movimiento No les votes o Democracia Real Ya.
Quien sí apuesta abiertamente por el voto, aunque sea sin dueño, es el obispo de Ávila, Jesús García Burillo, que a una semana vista de las elecciones invita a los ciudadanos que no estén de acuerdo con las opciones que se presentan a votar en blanco. "El voto en blanco expresa mejor la disconformidad con las propuestas presentadas que la abstención", afirma en una pastoral.
Para García Burillo, "no parece acertado elegir la abstención como el mejor medio de participar en el dinamismo democrático".
Y argumenta que la baja participación "se interpreta de muchas maneras, mientras que el voto en blanco indica expresamente la disconformidad con las propuestas". Toca así el obispo un asunto polémico, porque hay quien opina que los sobres vacíos benefician a los grandes partidos, en lo que sería un efecto colateral de la Ley d'Hondt utilizada para distribuir escaños.
En realidad, al contabilizarse como votos válidos, pueden influir en las candidaturas con menos respaldo, ya que para entrar en el reparto de escaños es necesario superar un porcentaje mínimo de sufragios válidos.
La interpretación más generalizada, muy repetida en cualquier foro de los muchos que abordan la cuestión en Internet, es que los votos blancos representan una protesta hacia los políticos pero una aceptación de la democracia, mientras que la abstención pura y dura supone un desapego total hacia el sistema, e incluso cuenta en contra de él.
Hasta el Nobel José Saramago afrontó el asunto en una de sus últimas novelas, Ensayo sobre la lucidez, un relato surgido de una inquietante pregunta: ¿Qué pasaría si en una ciudad sin nombre los ciudadanos decidieran espontáneamente votar en blanco?
Lo cierto es que, sean más o sean menos, el voto en blanco tendrá su reflejo la noche electoral en los resultados oficiales, igual que la abstención, que en las últimas municipales llegó al 36% (12.665.291 electores) y en las generales de 2008 representó el 26,15% (9.172.740 ciudadanos).
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