Los parlamentos inesperados
Una cafetería en el centro, una conversación seguida de manera indiscreta y de pronto algunas claves sobre lo que pueda pasar el domingo salen a la luz
UN hombre toma un café a solas en la barra de una cafetería del centro. Debe tener unos sesenta años, no se ha quitado la gabardina con la que se protegía del frío afuera a pesar de la calefacción que reina dentro y revisa un periódico arrugado sin detenerse mucho más allá de los titulares. Pide un café americano a la camarera que corre arriba y abajo con cierta familiaridad: sus maneras delatan que es un cliente habitual. Continúa pasando las hojas del periódico con cierto desdén y alguna sonrisa de medio lado, se acuerda de mesarse la barba cana de vez en cuando y, cuando la camarera le sirve el café pocos minutos después, acompañado de una pastita, el hombre deja que la taza humee mientras se detiene en la información deportiva. Entonces entra una mujer y pide una ayuda, primero entre las mesas, después en la barra, sin fortuna. Se detiene junto al hombre y le indica con extraña amabilidad que, si fuese tan amable de darle una moneda, ella la aceptaría encantada. La mujer, de cualquier edad entre los cincuenta y los setenta, viste un gorro de lluvia a cuadros, un abrigo de lana blanco y unos guantes de cuero en sus manos, lo que resulta cuanto menos chocante. Ríe con generosidad, dejando a la luz una dentadura mellada por todas partes. El hombre hurga en un bolsillo de la gabardina, extrae una moneda y la deja sobre el guante de cuero extendido. Pero la mujer sigue junto a él. Observa el pequeño dulce servido sobre el platillo. "¿Se la va a comer usted?", pregunta a su propietario. "No. Espera un momento". El hombre toma una servilleta, deposita sobre ella la pastita y se la entrega a mujer, que inclina la cabeza en un gesto antiguo sin dejar de sonreír: "Que Dios te bendiga, guapo". Después se retira mientras el hombre prueba el primer sorbo de café.
Entra otro hombre a la cafetería. También aparenta unos sesenta años, aunque quizá sea algo más joven que el anterior. Viste un jersey grueso con pantalones de pana y lleva un pequeño maletín en la mano. Es alto, calvo, algo grueso, y parece que cojea un poco. Se dirige a donde se encuentra el primer hombre, que le ha estado esperando y que deja el periódico a un lado. El recién llegado deja el maletín en el suelo, saluda al lector de prensa con un apretón de manos y pide a la misma camarera una copa de coñac. "¿Llevas mucho tiempo esperando, Pedro?" "No, Antonio, acabo de llegar" (los nombres son ficticios). "¿Qué haces?" "Pues aquí estaba, leyendo el periódico". Antonio se acerca un taburete y toma asiento, mientras Pedro continúa en pie. Entonces pregunta: "¿Y qué has visto?". "Pues nada, lo de los políticos, ahora no hay otra cosa". "¿Viste el debate ayer?". "Sí". "¿Y quién crees que ganó?". "Pues ninguno de los dos. A mí, desde luego, no me entraron ganas de votarles. Pero tampoco a los otros". "Eso mismo me pasa a mí", responde Pedro, que recibe la copa de coñac y, acomodado en el taburete, empieza a agitarla con oficio; "pero a alguien habrá que votar". "A Rajoy lo vi muy perdido". "Sí, pero el otro estuvo muy desagradable". "Pero a eso van, ¿no?, a pelearse. ¡Para eso les pagan!". "Pues los dos se pusieron a presumir de que ganaban muy poco". "Por poco que ganen, ganan mucho más que la mayoría. Eso sobró. Que quisieran quedar de buenos como si tuvieran sueldos de obrero parecía chufla". "No hay quien se los crea". "No sé, yo pienso que el Sánchez se pasó un poco con lo de la corrupción. Que no digo que en el PP no haya corrupción, pero hombre, con lo tiene en su casa pedir así explicaciones, la verdad, no lo entiendo". "Pues con todo y eso le salió bien". "¿Tú crees?". "Sí".
"No sé", dice Antonio mientras saca de otro bolsillo de su gabardina un pañuelo con el que se suena la nariz, "pero la gente está hecha un lío. Nadie sabe a quién votar. Todo el mundo está harto de los de siempre, pero luego parece que da miedo votar a los nuevos". "Yo sé lo que va a pasar", apunta Pedro copa en mano. "¿Sí? ¿Qué?" "Pues que va a ganar el PP de largo. Si no saca mayoría absoluta, poco le va a faltar". "Más o menos eso dicen las encuestas". "Es que los que votan al PP nunca lo dicen. Todos los que van diciendo lo que van a votar son de izquierdas. Los del PP se callan. Y luego, cuando el PP gana las elecciones, parece que no los ha votado nadie". "¿Y tú, a quién vas a votar". Los dos ríen fuerte.
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