Bipartidismo y sus mariachis
¿Quién ganó el debate electoral?
Si un debate tiene por objeto confrontar modelos de políticas y tratar de fijar el voto indeciso (los convencidos los ven desde el apriorismo de que el suyo siempre es el ganador, pase lo que pase), el de anoche, el único que habrá en esta campaña reducida, puso sobre el tapete que España ni ha superado el bipartidismo ni puede prescindir de él para asegurar la gobernanza. Y sus candidatos, del PSOE y del PP, sostuvieron el debate frente a la sobreactuación y hasta la ruptura del consenso constitucional.
El multipartidismo que marca la política –de bloqueo, para ser precisos– sigue articulándose en dos bloques que pivotan en el eje derecha-izquierda. Y el bipartidismo sigue liderando cada uno de esos bloques. En el debate de ayer quedó de nuevo patente.
En el bloque progresista, el candidato socialista y presidente en funciones, Pedro Sánchez, logró marcar el cruce de ideas con sus propuestas, incluso las que eran rectificaciones de libro, como las referidas a Cataluña o defender el derecho a gobernar de la lista más votada, que jamás recordó mientras defendió hasta la inmolación el no es no.
Logró, sobre todo, zafarse de ser el objetivo de todos. Contra el que todos fueron. Empezó muy tenso, con un rictus que reflejaba una enorme incomodidad, que fue superando conforme avanzaron los minutos y los bloques temáticos.
Sin gestos hacia el que llama socio preferente, Pablo Iglesias, de Unidas Podemos: siempre le presentó como único culpable de no haber podido formar Gobierno y repetir elecciones, por segunda vez en el tiempo tasado para una legislatura. Cuatro comicios en cuatro años.
Al frente del bloque de derechas, Pablo Casado, el candidato del PP, estuvo más suelto, centrado en plantear una alternativa real al actual Gobierno en solitario nacido de la moción de censura a Mariano Rajoy.
Fue selectivo en la memoria: le valen las políticas económicas del PP que –argumentó– permitieron por dos veces remontar recesiones heredadas de gobiernos socialista pero no se siente concernido con los episodios de corrupción porque lleva poco más de un año al frente del PP. Pese a esa contradicción, mantuvo una línea general de moderación, bajo dos premisas: la economía y la cohesión territorial. Logró más solvencia que el resto de candidatos de su bloque y supo contraponerse frente a Sánchez.
Puso en un verdadero aprieto al presidente en funciones cuando preguntó y repreguntó al socialista sobre el concepto de nación y la plurinacionalidad. Y volvió a pasar cuando no consiguió que respondiera si el PSOE pactará o no con el independentismo.
Pugnó con Sánchez por llevarse el debate y si lo ganó fue en una figurada photofinish porque no tuvo que rectificar para atraer al votante y supo enfatizar las debilidades de Sánchez.
Frente a un bipartidismo más solvente, más convincente, los tres partid.os nuevos –faltaba Más País para completar el sexteto que dirimirá la gobernabilidad– hicieron sobre todo de mariachis, aunque honestamente unos más que otros.
Albert Rivera, que se lo jugaba todo a una carta ante el desplome que anuncian todos los sondeos –salvo el CIS–, prefirió la sobreactuación, que tuvo su summum cuando sostuvo unos minutos un adoquín traído de los disturbios en Barcelona. Trató de llevar todo el debate al problema catalán, prácticamente se hablara de lo que se hablara.
Santiago Abascal no tuvo empacho en apostar por una ruptura del consenso constitucional al proponer un Estado centralista que acabe con el Estado de las autonomías ni en enfatizar ideas que minimizan la violencia machista que se cobra 50 vidas por año. Tanto él como Rivera se esforzaron en atacar también al PP, con quien compiten por los votos.
Iglesias procuró ser disruptor, al plantear una política distinta, pero perdió mucha energía en zafarse de la presión que supone que no apoyaran al PSOE en la legislatura anterior. Pese a todo, de los tres partidos nuevos fue el candidato que estuvo mejor.
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