El debate que llegó de 'El Ministerio del Tiempo'
La audiencia obliga a que también haya un cara a cara en 2019, pero realizado por la cadena pública
LA política fue la última en enterarse de estos tiempos renovados, más que tiempos nuevos, donde ya nada es lo que fue. Los ajustes feroces de la legislatura del PP vinieron a acelerar estos movimientos emergentes que estaban por llegar en algún momento. En los últimos treinta años hemos visto mucho y el tiempo ha pasado muy rápido, por eso la transición a veces parece que es un acontecimiento del siglo XIX. El bipartidismo se ha llegado a ver como una condena antigua y remota de la que librarse. Felipe González ha entendido que debe reaparecer para certificar su vigencia.
La televisión, como reflejo social, ha cambiado por completo en sus formas y en el tratamiento hacia el espectador en apenas un puñado de años en los que las posibilidades de internet han apretado el mundo. El televisor, recambiado en múltiples pantallas y conexiones, se mantiene como cordón íntimo con el exterior y por eso es tan importante conocer y conectar con ese espectador que en la intimidad de su visionado, en su casa, donde hace lo que le da la gana, ejerce la democracia de los índices de audiencias.
Un español de los años 80 que viajara a través del Ministerio del Tiempo se quedaría en shock con las posibilidades audiovisuales y con el propio lenguaje de las imágenes de nuestro tiempo, cuando cualquier becario puede crear un vídeo viral que da la vuelta al mundo en un par de horas y podemos seguir en el día lo que ve cualquier espectador estadounidense, británico o australiano. La Academia de Televisión tuvo este pasado lunes cierto empaque de pertenecer a otra época, a esos años 80 monolíticos y pirenaicos donde la televisión pública dictaba sobre los televisores sin mando a distancia. Con un programa, el cara a cara, que envejeció de sopetón tras el encuentro a cuatro de Atresmedia. La puesta en escena entre uno y otro dejó muy mal parado al de la Academia, que se ha excusado en el escaso margen de tiempo que tuvo para organizarlo cuando debía estar mentalizada desde hacía cuatro años.
Los cara a cara, de por sí, son tediosos, en cualquier parte del mundo. Mariano Rajoy, que los ha venido protagonizando en España desde el 2008, no venía mejorar esta fórmula. Hasta ahora había acudido como jefe de la oposición, con unos contrincantes de mentalidad más estadista, por lo que se vio sorprendido con que Pedro Sánchez le mordiera en las canillas de la decencia. El presidente lleva mal debatir a la contra y sabe manejar mejor las distancias más amplias del hemiciclo del Congreso y no tener el adjetivo a un palmo de su cara. Lo de "ruin y miserable" vino a ser el titular de un debate animado por la bronca y no por la dialéctica, lo que vino a originar un empate técnico que dio la victoria moral a los ausentes.
Casi diez millones de españoles dieron la razón al interés del cara a cara y lo habrá en 2016. No sabemos ahora con quiénes, pero sin acuerdos de asesores y sin exceso de neutralidades, sin esos fondos monótonos y la música sinfónica en sus caretas. Tal vez con dos moderadores, que encarrilen el diálogo y repregunten cada vez que sea necesario (lo que más se valoró a Vicente Vallés y Ana Pastor) incluso con varios periodistas presentes, para preguntar. Será ya un cara a cara con mujeres. Con mujeres en todos los papeles. Un debate a dos organizado en la cadena pública, en TVE, que es donde debe producirse. Nuestro dinero nos cuesta y exigimos una TVE independiente... y también respetada. Con ganas de no hacer un tostón reglamentario.
En 2019 también habrá un cara a cara y muchos otros debates, con otras fórmulas, como marca la nueva política, con un renovado modelo de gestión más responsable y transparente. Unos políticos que sí, tendrán también que fajarse en la cercanía de ir a El Hormiguero y mostrar que realmente son cercanos a la gente (con gente responsable, también) y demostrar que no sólo se acuerdan de nosotros en la campaña para jugar al futbolín y sentirse heridos con cualquier frase del rival.
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