El Tío, el Sobrino y la madre de Howard
Los planos de perfil con fondo blanco transmitían una sensación monótona a un debate renqueante en el que Rajoy evitó la pelea Los ausentes, en Atresmedia, también 'jugaban'.
SI hubiera sido un debate importante habría ido Soraya Sáenz de Santamaría. Y tenía razón. Lo dijo Pablo Iglesias, que de los cuatro fantásticos es quien está más agudo en esta campaña. Llegaba con la frase cargada en el rifle, que lanzó nada más ponerle el micrófono en Atresmedia, la empresa televisiva que ha ganado en esta transición. Albert Rivera ya andaba por allí, con Susanna Griso. Y a Iglesias le faltó tiempo para ser recibido por García Ferreras. Las voces de ambos resonaron todo el tiempo en off, como la madre de Howard, de Big Bang. Ausentes pero evidentes, en el tenso y renqueante debate de la Academia de Televisión, nacido entre llovizna y paraguas negros, con Fernando Navarrete y Campo Vidal con envarada cara de lacayos de Cenicienta. Un prime time para los dos principales partidos que no dieron sensación de aprovechar. Y para colmo TVE se incorporó casi a trompicones.
Fondo blanco roto para los dos perfiles, monotonía como el ritmo del encuentro, donde Pedro Sánchez asestaba y Mariano Rajoy optaba por sacar un paraguas acorazado y que le cayeran todas las cifras, tarjetones, réplicas e interrupciones. Con la calma (representada en su corbata azul y terno oscuro) quería investirse de razón. El candidato socialista (traje más juvenil, corbata guerrera, compensados por canas felipescas impostadas) tenía arsenal arrojadizo de sobra, pero cansaba tanta cantinela de reproche. Cuanto más "y tú más", más ganaba la madre de Howard, el eco de los salvadores, que picoteaban tortilla por los territorios de Antena 3 a la espera de saltar en las moralejas de la noche. Los indecisos quedaron más bien decepcionados. Fue otro debate de cara a los ya convencidos, más crispado y afilado que sus académicos antecesores, en el que ambos contendientes comentaron con el ceño fruncido lo que ya habían argumentado con lengua de tercipelo ante María Teresa Campos y Bertín Osborne.
Un fondo blanco, en un plató frío y un árbitro inglés: Campo Vidal dejó que los contendientes se arrearan patadas dialécticas y sobre todo fue permisivo por el flanco izquierdo. Navarrete, de linier en realización, debió optar por la pantalla partida en los momentos de cháchara simultánea.
Sánchez pasó de las cartulinas con sus estadísticas delineadas al ataque en posición aguda, inclinado sobre la mesa, frente al presidente de las manos tendidas y las muecas de asombro, que hasta rehuía lanzar basura ajena. Por ese camino, el de la corrupción, lo tenía todo perdido. Rajoy, por momentos y salvo con enumeraciones preparadas, daba una sensación algo indolente, sobrada, y con cierto punto de dejadez e improvisación en detalles como la hoja de bloc arrancada, como las que prestábamos al compañero que se le había olvidado el cuaderno de Sociales. El del PSOE, a lo Iglesias, llegaba a pedir tranquilidad a su oponente de pachorra en la estrecha mesa dispuesta para la ocasión: el detalle más acertado de este duelo de saliva, ese metro y setenta centímetros de distancia. Y la inclusión de preguntas desde periódicos, la aportación exterior de un debate casi de consumo interno.
Un debate entre agresividad primaveral y condescendencia experta, un diálogo entre el Tío y el Sobrino de aquella Radio Sevilla futbolera. Pepe Da Rosa hubiera bordado las sevillanas de los cuatro candidatos. Y al menos nos reiríamos con razón de todo esto.
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