La ventana
Luis Carlos Peris
Reventa y colas para la traca final
LA campaña electoral traspasó el ecuador y nos aventuramos en el segundo hemisferio sin que apenas se haya movido una línea del guión preestablecido, con el tiempo y el viento corriendo a favor de Mariano Rajoy, que no se conforma con ganar y quiere aplastar, mientras el incombustible Alfredo Pérez Rubalcaba asegura que "estamos recortando" y trata de espantar el fantasma de Almunia.
Quizá traicionado de nuevo por el subconsciente, como le ocurrió al candidato del PSOE en el cara a cara con el del PP al tratarlo varias veces como presidente del Gobierno de facto, quizá algo tocado por el trepidante ritmo de una campaña con dos o tres actos diarios en los que hay que dar la talla sí o sí, Pérez Rubalcaba no estuvo ayer demasiado fino en una twitterentrevista. "Estoy agotado, cuánto queda, debería haber un cronómetro como en el debate", protestó a los diez minutos, agobiado por un formato que le impedía explayarse en sus respuestas. Lo peor vino cuando un internauta le preguntó si dimitiría como hizo ipso facto Joaquín Almunia tras la catástrofe electoral de 2000, cuando el compañero se cogió del brazo de la Izquierda Unida de Francisco Frutos, imbuidos ellos por el espíritu de la izquierda, y el alma se les cayó a los pies: el PSOE perdió más de medio millón de votos y 16 escaños. "No, eso no, esa noche no me iré", contestó Pérez Rubalcaba, asumiendo implícitamente que no descarta lo peor, romper el suelo de los 125 diputados con los que tuvieron que conformarse los socialistas hace once años. En todo caso, no le faltaron del todo los reflejos y puntualizó que "estamos recortando", un optimismo que comparte el equipo electoral del candidato, que está muy satisfecho en todo caso del discurrir de la campaña.
Pérez Rubalcaba también adelantó a los internautas que si llega a La Moncloa prohibirá el pago en efectivo de las facturas de más de 3.000 euros y, además, ampliará a diez años el plazo de prescripción de los delitos fiscales, frente a los cinco actuales.
Mientras tanto, ayer por la mañana, en Vitoria, en el único mitin en tierras vascas, el flamante candidato del PP prosiguió su paseíllo triunfal en pos de esa mayoría absoluta que le daría manos libres y que siguió atornillando una encuesta del Instituto Ortega-Marañón, que eleva a 19 puntos la distancia del PP con el PSOE. Con esa jugosa presa de la economía y el empleo entre los dientes, Rajoy afirmó que una victoria rotunda "sería muy bien recibida en Europa, daría mucha tranquilidad y fortalecería al euro y a la UE".
Rajoy incide en su mensaje a esos posibles electores que dando por hecha la gran victoria del PP, opten por no molestarse en ir a votar. Aún escuece en la retina el fiasco de las generales de 2004, cuando el PP vendió la piel del oso antes de cazarlo y su candidato, el mismo que ahora, optó por una campaña de perfil bajo, que, todo hay que decirlo, no se diferencia demasiado de ésta, en la que Rajoy huye de las entrevistas como alma que lleva el diablo. Lo cierto es que la gran curva en su ruta a La Moncloa, el cara a cara, ya la sorteó. "Está más suelto y relajado desde esa noche", se ufana su entorno. Así que sólo le queda de nuevo esperar y no cometer errores mientras termina de abotonarse el traje de presidente "de todos" y martillea el mensaje de que los pilares del Estado de bienestar no corren peligro por mucho que los aldabonazos de la recesión sigan atronando a la puerta de España y nos topemos con sorpresas a la vuelta del 20N made in Germany mientras seguimos apretándonos el cinturón.
IU, la tercera fuerza de ámbito nacional, teme que con Rajoy, o Rubalcaba, tanto monta, hasta perdamos los pantalones. Cayo Lara repica con su fe laica: hay una alternativa a PSOE y PP. Y al trasvase de votos del uno al otro.
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