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Pedro Sánchez consigue la prórroga

El presidente del Gobierno logra su última pirueta, seguirá aferrado a su manual de resistencia e intentará la permanencia

Pedro Sánchez. / Dani Rosell

El PSOE ha tenido que cargar con tres lastres en estas elecciones: Bildu, ERC y el propio candidato y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Su mejor activo y su peor pasivo, una de las paradojas inexplicadas del candidato socialista. Quien así lo explicaba a mitad de la campaña electoral es un dirigente socialista de Andalucía. Estos tres factores ensombrecían, a su juicio, una buena gestión de un Gobierno que tuvo que hacer frente a dos situaciones catastróficas de repercusiones económicas muy graves: la pandemia del Covid y la guerra de Ucrania. Y aun así, España cerró la legislatura con un récord de empleo, con 20,8 millones de afiliados a la Seguridad Social y con la segunda inflación más baja de la Unión Europea. Las pensiones han subido y el salario mínimo interprofesional se ha elevado un 45%. La Unión Europea nos regaló 70.000 millones de euros, nos vacunamos en cuatro meses y la factura eléctrica fue domeñada gracias a un invento socialista llamado la excepción ibérica.

A Inés Arrimadas, anterior líder de Ciudadanos, se le ha escuchado alguna vez decir que Pedro Sánchez no pasa el test de replicantes de Blade Runner, el sencillo examen con el que era posible distinguir a los humanos de las máquinas en esta mítica película de ciencia ficción. Madrileño de 51 años, alto y guapo, Sánchez siempre ha tenido un problema con su altivez, con cierta soberbia normal en los grandes dirigentes que en él se agrava por extraordinaria imagen. Sus poses, sus discursos impostados y su dificultad para la empatía abundan en la construcción de un personaje que cae mal, pero cuya capacidad de resistencia comienza a resultar legendaria: no ha conseguido ser el candidato más votado, pero intentará ser presidente. Y puede que lo consiga.

Sánchez no ha sido el presidente socialista más escorado a la izquierda, pero sus alianzas sí han sido las más radicales. Su biografía tampoco es la de un extremista, ni por origen ni por trayectoria. Su madre fue funcionaria de la Seguridad Social y su padre, un economista socialista que estuvo ligado al Ministerio de Agricultura. Se crio en el barrio madrileño de Tetuán, aunque en esta campaña sostuvo que era de Aluche, mucho más popular; estudió en el instituto Ramiro de Maeztu, donde coincidió con la reina Letizia, se licenció en Económicas, jugó al baloncesto en el Estudiantes, se doctoró con una tesis ayudada desde el Ministerio de Industria y a los 26 años ya trabajaba como asesor de la socialista Bárbara Dührkop en el Parlamento Europeo y más tarde del ex ministro de Exteriores Carlos Westendorp en Bosnia.

Su carrera política dio el giro en 2014, cuando Susana Díaz, que aspiraba a liderar el PSOE, le apoyó en unas elecciones internas frente a Eduardo Madina para impedir que el diputado vasco, que sí atesoraba una trayectoria sólida, se convirtiese en secretario general. El acuerdo con la entonces presidenta de la Junta no incluía que él fuese el candidato a las elecciones, sólo el secretario general, pero tan audaz como temerario decidió romperlo e ir a las generales. Obtuvo el peor resultado de la historia del PSOE, pero aquello no le impidió intentar un acuerdo con otros grupos, con tantos como hiciese falta. Ya por entonces Pedro Sánchez aseguró que estaba dispuesto a pactar en los ayuntamientos y comunidades con todos los partidos menos con el PP. ¿Incluso con Bildu? Eran las municipales de 2015. Sí, con todos menos con Bildu.

Esa radicalidad en las alianzas tendría su cénit cuando fue investido presidente en la moción de censura de 2018 con los votos de Podemos y de los independentistas vascos y catalanes. Su Gobierno posterior, después de las elecciones de 2019, en coalición con Pablo Iglesias abundó en un escoramiento que le ha impedido liderar una nueva legislatura. Su segundo puesto y la escasa mayoría de Feijóo le han dado una prórroga que quizás consiga coronar.

Su inesperada victoria en las elecciones primarias de 2016 y su apresurada moción de censura de 2018 lo vistieron de candidato talismán, de un tipo frío, pero con suerte, que hizo del Manual de resistencia una suerte de autobiografía de libro rojo del sanchismo, una recopilación de vivencias que trataba de demostrar que esa virtud es la causa de sus triunfos.

Éstos, sin embargo, son relativos: es cierto que ganó esas primarias contra Susana Díaz y es verdad que, tras la moción de censura a Mariano Rajoy, venció en las elecciones generales de 2019, pero tres años y medio después no ha conseguido ser el primero, sólo el segundo más votado, aunque eso le valga para ser presidente. Él es el mejor resistente, seguro que también está preparado para una repetición electoral.

Mientras España intenta resolver una nueva investidura, Sánchez seguirá ejerciendo la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Su perfil internacional es más apreciado que el nacional, ha aprendido a ejercer un papel en Bruselas que España no tenía desde los tiempos de González y de Aznar. Es otra de sus paradojas, un líder muy apreciado en la esfera global que tiene grandes problemas para serlo nacional.

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