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Pablo mima a su mamá

El pego

El candidato de Podemos continúa en su estrategia de moderar el tono a la caza de votantes Su apelación a una política con estilo de mujer es la última vuelta de tuerca

Pablo Iglesias, ayer en su mitin de La Coruña.
Luis J. Pérez Bustamante

17 de diciembre 2015 - 01:00

QUIÉN es ese hombre con coleta que lidera un partido con bandera morada? ¿Dónde está el joven que menos gasta en chaquetas de la escena política mundial? ¿Ha visto usted al escuálido profesor que hizo bandera de la lucha contra la "casta" hace apenas dos años? ¿Sabe si está participando en esta campaña electoral? Necesito su ayuda, como diría Silvio Rodríguez se me ha perdido mi unicornio azul. Yo miro hacia atrás y encuentro a un joven con verbo acerado, espíritu peleón, ganas de debate y alma indómita. Así se movía en los gallineros tertulianos del sábado noche v o en su programa televisivo La Tuerka. Entonces defendía con ardor sus postulados, no dejaba títere con cabeza, hacía leña del árbol caído y atizaba el fuego allí donde veía rescoldos. Qué tiempos aquellos, era como revivir el París de los 60 pero con camisas del Alcampo. Ahora todo ha cambiado y estoy que no me hallo.

Creo que nos han cambiado a Pablo Iglesias. Lo digo en serio. Comienzo a preocuparme a medida que pasan los días porque si esto dura una semana más acaba de invitado en Lo que necesitas es amor. El líder de la nueva revolución ha rebajado tanto su tono que hasta hay días en los que parece más un confesor que un aspirante a presidente. Parece el alumno aventajado de un curso de coaching emocional. Ayer estuvo enorme en La Coruña, donde ofreció un recital de cómo cree que debe ser la nueva política. En primer lugar la cosa consiste en bajar el tono de voz, casi susurrar al auditorio. Como quien cuenta un cuento antes de dormir. Eso de gritar es propio del pasado. Después hay que poner cara de bueno, rostro angelical y comprensivo. Con la cabecita así torcida hacia el lado, que es algo que a todos nos hacían de pequeños cuando llorábamos al desollarnos la rodilla contra el suelo. Estilo oso amoroso, pero sin dibujo en la barriga. Y, por último, hay que cambiar el discurso. Hay que hablar de responsabilidad, de sentido de Estado, de futuro.

¿Y para hacer todo esto en quién hay que inspirarse? En la mujer. Sí, en la mujer. No es broma. Lo dijo el candidato en su mitin de ayer, en el que, frente al tono crispado de sus adversarios, ofreció un cambio "con un tono, estilo y actitud de mujer". Pablo apela a "un tono que escuche, que no grite y que tenga al mismo tiempo la firmeza de las madres cuando defienden a los hijos". Tremendo, el que hasta ahora se ha presentado como el mayor defensor de la igualdad tira del tópico más básico de la concepción femenina como argumento electoral. Y lo mejor es que pocas serán las voces que denuncien esta utilización del estereotipo so peligro de caer condenadas al infierno de la carcundia más casposa y retrógrada. "Lo de Pablo es amor, lo vuestro oportunismo político", les dirían.

Pero no queda todo ahí. El líder de Podemos pone de ejemplo a Ada Colau, capaz de llamar a "criminales" a las entidades financieras -debe ser que al PSOE lo considera igual- y al tiempo ser dulce con los más débiles. Algo así como mentarte a la madre pero con la sonrisa en el rostro. Que debe ser que eso está bien. Porque si te mentan a la madre pero con cara de buena gente a ti como que te tiene que dar igual. Casi que hay que dar las gracias.

Pablo ha dicho todo esto ante 600 universitarios enfervorecidos en el salón de actos de la Facultad de Economía de la Universidad de La Coruña y otros tantos que lo han seguido desde el exterior. Se nota que tiene muchos tiros dados en el trato con los jóvenes y sabe cómo tocarles la fibra. No hay que "gritar", ni "enfadarse", ni "crispar", ni "ponerse nerviosos", sentencia ante una muchachada que le mira con ojos glaucos, obnibulada. Ayer no lloró como el domingo en la Caja Mágica, pero sí dejó traslucir la emoción del momento con su napoleónica mano en el pecho.

Y luego se fue a seguir su campaña. Y, a lo mejor, cuando se metió en la cama repitió aquello de "mi mamá me mima, yo mimo a mi mamá". Y se durmió sonriente. Cuanta bondad.

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