Hijos del agobio

La explosión de cabreo callejero despierta nerviosismo y receptividad por doquier en la clase política pero cabe recordar quién prendió la traca hace tres meses.

Roberto Pareja

20 de mayo 2011 - 11:13

De seguir la máxima que recomienda que a la hora de casarte te fíes más de tu oído que de tu ojo -el fondo, en esto como en todo, es más importante que las formas-, el divorcio entre la clase política y parte de la población que se quita las legañas se consuma a marchas forzadas con esas elecciones encima de la mesa que el PP se tomaba por un banquete de votos y que ahora tienen más pinta de merienda de negros con hambre de justicia, para escarnio del coro que ponía de vuelta y media a esa juventud, la española, que ha puesto las pilas a la del resto de Europa -la mecha ha prendido por lo pronto en Italia y Alemania, la spanish revolution no es ninguna coña- para exigir un poco más respeto a sus derechos y denunciar las deficiencias de ese pérfido sistema que socializa pérdidas y privatiza beneficios.

La verdad, la explosión de cabreo se ha hecho de rogar en un país que roza los cinco millones de parados, con un 45% de sus jóvenes cruzados de brazos con la persiana del futuro echada hasta abajo y un 63% de los afortunados entre ellos que consiguen un empleo en calidad de mileuristas o algo peor, mientras grandes empresas y bancos amasan pasta.

Pero la bóveda electoral potencia la deflagración de indignación generalizada que está saliendo en tropel del armario de la resignación de tal modo que lo que parecía un aullido solitario en la noche se está conformando en todo un fenómeno de vocación telúrica cuyo alcance es aún impredecible pero que desde luego ya voló mucho más allá del epicentro del malestar, ese kilómetro cero donde surgió -como en otras 50 ciudades españolas- espontáneamente el 15 de mayo, San Isidro, patrón de Madrid, labrador para más señas, de un futuro algo (más) digno quizá.

Sonaba a algarada pero tenía mucho más recorrido que el de la brocha gorda de los cuatro descerebrados que sacan tajada de cualquier concentración para romper y destruir sin que no se note apenas entre la masa que son unos puñeteros cobardes que no dan para mucho más que jugar a pasar por tipos duros rompiendo cosas embriagados en las miasmas de su incapacidad, como ocurrió el lunes por la noche cuando la violencia parecía la moneda del cambio económico y social que buscaban esos -según la ya desfasada definición de la caverna- antisistema acampados en pleno corazón de Madrid.

Más de uno se pregunta si no son, al menos en rigor, más antisistema esos que cuestionan la independencia judicial y cargan sin complejos ni contención contra altas instituciones del Estado como el Tribunal Constitucional. O si no son termitas los que se presentan tan panchos a las elecciones en unas listas trufadas de tipos bajo sospecha como zorras camino del gallinero de madera. O los vendedores de humo. O los que ponen todo patas arriba con mentiras y teorías conspiroparanoicas que hacen que policías o jueces te puedan dar tanto miedo como los mismísimos terroristas.

Pueden hacerse -qué menos a dos días de unos comicios en los que van a elegirse casi 8.000 alcaldes y trece parlamentos autonómicos- todos los cálculos electorales que se quiera sobre las consecuencias de este inopinado zambombazo de cabreo popular. A priori, a la vista tanto del nerviosismo de los unos y la receptividad de los otros, ese cohete que apunta decidido a La Moncloa puede quedarse algo gripado, porque el tono de la protesta, por muy neutro que lo pinten, suena tan razonable como izquierdoso, y juraría que el líder de IU, Cayo Lara, no se planteó ni en sus mejores sueños esta coyuntura.

Alguien sí lo hizo, hace ya tres meses. "Españoles y españolas, ciudadanos hartos del paro y de la crisis económica, de la crisis de valores y de la crisis social, de la crisis política y de la depresión institucional (...) no basta con atender a los ciudadanos cada cuatro años, cuando llega el momento de votar, sino que hay que atenderlos siempre (...) desde Egipto nos están recordando que nos queda mucho para que nuestra democracia sea de verdad de calidad, el pueblo cuando quiere puede y el pueblo español quiere". Amén. Ya ven cuánta razón tenía el agobiado vicesecretario de Comunicación del PP, don Esteban González Pons.

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