Chapa y pintura para vestir en La Moncloa

Los estilismos de los cuatro candidatos a la Presidencia del Gobierno son fiel reflejo de sus ideologías y pretensiones a la hora de hacer política y conseguir votos.

Chapa y pintura para vestir en La Moncloa
Chapa y pintura para vestir en La Moncloa
Pilar Larrondo

15 de diciembre 2015 - 06:00

Dicen que la cara es el reflejo del alma y, si el rostro es el que muestra las entrañas, la indumentaria es la que saca a relucir la verdaderas intenciones de la gente. Las pretensiones de la sociedad en general y la de los políticos en particular, porque, para qué negarlo, ahora sólo importa cómo se vistan los candidatos a la presidencia del Gobierno. El actual presidente, Mariano Rajoy, y los aspirantes, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, todos están en el punto de mira, como si estuvieran en la mismísima pasarela Cibeles. Sus programas son teóricamente sabidos por todos, pero lo que no resulta tan conocido es lo que se esconde detrás de la indumentaria de cada uno. No se puede entrar en la cabeza de los candidatos -a Dios gracias para ellos- para poder comprender qué es lo que piensan sobre moda, pero no hace falta ser un lumbrera para darse cuenta de que los cuatro tienen muy claro que la indumentaria es la mejor herramienta de comunicación. De ahí que cada uno tenga su estilo particular, que busca diferenciarse y desmarcarse del de los demás.

Agotando sus días como presidente, Mariano Rajoy es el más clásico de los cuatro. Siempre con traje de chaqueta y rara vez con pantalón de pinza y americana, Rajoy lanza un mensaje que cala en el sector más tradicional de la población. Sus chaquetas de solapas anchas y sus corbatas de nudo gordo están asociadas al conservadurismo, al electorado de edad más avanzada que ve en su forma de vestir a un señor adulto al que no le da por innovar. Rajoy no renueva su indumentaria, es decir, no tiene pensado llevar a cabo grandes medidas progresistas que supongan un antes y un después en la política (aunque los recortes de su Gobierno vayan a pasar a los anales de la historia). Él se mantiene firme en su estilo, buscando con ello aportar estabilidad visual y estética a unos años de Gobierno movidos por la crisis interna de partido. Punto fuerte del todavía presidente son sus gafas. Rajoy no ha sucumbido ante el gafapastismo -a pesar de haber recurrido a un hispter-rociero para hacer campaña- y permanece fiel a su montura al aire. Otra forma de hacer ver a los votantes su clasicismo es mantener ese tipo de lentes en su cara que, además, tienden a dulcificarle el rostro y hacer que parezca bonachón.

Sin ser peso pesado durante esta campaña, Pedro Sánchez tiene poco que aportar estilísticamente. Si bien es cierto que su forma de vestir continúa la estela de Zapatero (Rubalcaba era más de traje y corbata), con camisas blancas y americanas, Sánchez no termina de cogerle el punto a eso del fondo de armario. El candidato socialista a la Moncloa combina la chaqueta y la corbata con estilismos más desenfadados. Las camisas blancas son uno de sus fuertes y cambia el nudo ancho por la corbata estrecha, que últimamente está muy de moda. Como él, que quiere ser tendencia convirtiéndose en el Ken de la Barbie gracias a esa forma de sonreír -que piensa explotar hasta el fin de sus días- con la que busca encandilar a esos electores indecisos y a aquellos otros, socialistas convencidos, que ven que el partido ya no es lo que era. Para esos votantes, Sánchez se coloca su corbata roja (el 90% de las veces). Ese rojo que simboliza al PSOE, el que no tenía crisis interna y el que no era un barco zozobrando en alta mar. El PSOE que Sánchez quiere que vean los votantes, el de Felipe González, aunque esta vez no haya chaqueta de pana. Esta vez la chaqueta se ha transformado en coleta y es otro el que la lleva.

Pablo Iglesias ha irrumpido en la política de un modo similar al que lo hiciera González. Los medios de comunicación los colocaron en el punto de mira, uno llegó a presidente y el otro ya se verá. Por continuar con el símil, la chaqueta de González se convirtió en todo un emblema, a Iglesias ya lo apodan como "el coleta". El líder de Podemos parece tenerlo claro, nada mejor que contar con un elemento de la indumentaria con el que ser recordado. De ahí que no se corte la coleta. Además, con ella refuerza estéticamente el discurso que repite hasta la saciedad. A Iglesias le preocupa el pueblo, porque él es un político de la gente, por eso lleva ese aspecto completamente desaliñado. Él, preocupado a más no poder por la sociedad, no tiene tiempo alguno para dedicárselo a algo tan superfluo como el aspecto físico. Iglesias es un hombre luchador, por eso no le importa que en pleno debate en televisión se le vean los cercos de sudor, alguien que trabaja es alguien que transpira en exceso. En su discurso anticasta él ha sabido marcar la diferencia con su ropa. Si la casta es el traje y la corbata, él será lo más parecido a un perroflauta. De ahí que no acierte nunca cuando se trata de guardar las formas. Pero a Iglesias le da igual, para él lo importante es el contenido, no el continente.

Con continente y un no tan claro contenido, hay que reseñar al yerno de toda suegra: Albert Rivera. Su cara aniñada está en constante lucha con su aspecto de señor antiguo. El niño y el hombre, lo nuevo y lo viejo. En un continuo afán por desmarcarse de todo lo que suene, aunque sea de lejos, a derecha, el líder de Ciudadanos no encuentra chaqueta que se le ajuste al cuerpo y no le haga arrugas. Rivera, que tiene esta prenda entre sus preferidas, las utiliza con solapas muy estrechas, algo de brillo y acompañadas de una corbata estrecha. Es su forma de decir que es de centro, aunque no sea capaz de quitarse el sambenito de la derecha. De vez en cuando, Rivera luce estilismos imposibles como camisa vaquera, pantalón vaquero y cinturón a lo Pasión de Gavilanes. Rivera vende ser moderno pero no tiene un estilo con el que se le pueda identificar 100%. Usa camisas blancas, que en George Clooney quedan de lo más elegantes, pero que a él lo hacen parecer un camarero. Por no hablar de las blusas con ribetes con las que acostumbra a aparecer. Si Rivera perteneciese a otro tipo de esfera pública saldría en portadas de revistas con alguna que otra onomatopeya que recalque lo horrible del atuendo. Pero como él se dedica a la política, es probable que lo recuerden por esos trajes a caballo entre lo rancio y lo hortera, con los que intenta ser moderno, como su programa, que hace mucho ruido y puede que tenga pocas nueces.

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