Albert Rivera: Queredme menos, votadme más

Si yo fuese presidente

El candidato de Ciudadanos sería el presidente más andaluz de los contendientes

Albert Rivera
Albert Rivera / Rosell

De los cuatro grandes candidatos con representación parlamentaria, Albert Rivera sería el presidente más andaluz. Nació hace 39 años en Barcelona, de madre malagueña, de Cútar, y de padre obrero de la Barceloneta. Ciutadans tuvo mucho de partido charnego, dirigido a esos andaluces e hijos de emigrantes del sur que un día se rebelaron contra la hegemonía del nacionalismo catalán extendido en todas las formaciones, incluido el PSC. Aficionado al flamenco, es amigo de Miguel Poveda y su novia actual, Malú, es heredera de la estirpe de músicos de Algeciras. No es del Ensanche ni de Sant Gervasi, sino de Nou Barris y la Barceloneta. Sin embargo, Ciudadanos surgió como una respuesta de cierta intelectualidad barcelonesa al pujolismo sociológico; se cuenta que Rivera, Albert, se convirtió en su líder porque era el primero en orden alfabético.

En este sentido, Ciudadanos y Vox se parecen, Santiago Abascal no puede decirle a Rivera que viene de una derecha cobarde, él padece a diario y, en especial, sus padres. Los ataques de los independentistas al comercio de su madre y su tía son casi semanales, como las llamadas furtivas al portero automático de la casa paterna a las dos y a las tres de la madrugada.

El problema de Rivera en estas elecciones es que se ha acercado demasiado a Vox, él era consciente del riesgo que asumió al fotografiarse con Santiago Abascal en la plaza de Colón. Ciudadanos no era eso, era un partido liberal, progresista de cintura para abajo, creyente de la libre empresa, pero defensor del Estado del bienestar. Es decir, en las antípodas del populismo. Explican en su dirección que Rivera tomó esa decisión después de comprobar cómo en las encuestas el votante de Ciudadanos, que es también muy español, muy refractario a los nacionalismos, se estaba desplazando hacia Vox. Tuvo que girar, y ese giro no ha sido bien visto del todo en una parte de su formación.

A diferencia de Abascal, Rivera es el dirigente que viene gozando de mayor popularidad desde hace seis años. Es el aliado ideal, pero cabría que dijese a quien así piensa: no quererme tanto y votadme más.

Su idea de Gobierno español es como el andaluz, con Ciudadanos y PP, donde Vox sólo es una asistencia en el Parlamento. Lo ha explicado: no contempla otra opción que la azul y naranja. Pero Santiago Abascal también ha aprendido, el líder voxero querrá ser ministro de Defensa o de Interior, como la ultraderecha en Austria. Lo que ocurrió en Andalucía en diciembre es que Vox estaba tan sorprendido de su éxito que se conformó con facilitar el cambio. No pidieron nada, al menos en el Gobierno, aunque aún deben pasar por el trámite presupuestario, en el que sí necesitarán a Vox.

A pesar de su juventud como partido, Ciudadanos es un partido con buenos cuadros, tanto en el campo económico como en el constitucional. No son unos aficionados. El propio Rivera la lleva unos cuantos trienios en política, tanto en el Congreso como en el Parlamento catalán. Se licenció en Derecho a la Universidad Ramón Llull, fue jugador de waterpolo y ganó unas olimpiadas de debates en sus tiempos de estudiantes, de mano del peruano José Carlos Remotti.

Si fuese presidente, Rivera gobernaría desde un espacio de moderación, con un brillo de modernidad europea, pero refractario hacia los independentistas catalanes. Ése ha sido uno de los reproches que le ha hecho la revistas The Economist, considerada la Biblia del liberalismo. Más pragmáticos que los españoles, los británicos son más proclives a trabajar en el campo de las transacciones, al menos de puerta para afuera, porque en Irlanda se las emplearon de modo muy distinto.

El otro reproche es el de su negativa a entenderse con el PSOE. La coalición preferida por los españoles es la de Ciudadanos y los socialistas, pero a la vez que se marchó a Colón con Abascal y Casado, echó un telón de acero en su relación con Pedro Sánchez. Bueno, forma parte del mismo discurso, Rivera ha tenido que demostrar que el no es menos intransigente que Vox con los separatistas.

Y una singularidad más: de los candidatos a la Presidencia, es el único que ha compartido cartel con otro líder de su partido, con Inés Arrimadas.

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