20 días pendiente de Pedro Sánchez

Las claves

Estrategia. Mariano Rajoy se ha movido, pero el desinterés del líder socialista en dialogar con él y sí con el resto de partidos lo ha forzado a no presentarse ahora al debate de investidura.

Pilar Cernuda

24 de enero 2016 - 06:05

SE ha pasado un mes diciendo que la pelota estaba en el tejado de Sánchez y que no renunciaba a presentarse candidato a la presidencia del Gobierno, aunque la rumorología apuntaba a que tiraba la toalla. No era así. Estaba decidido a aceptar la invitación del Rey, si se producía, para someterse al debate de investidura.

El viernes, tras escuchar la oferta (exigencia) de Iglesias para formar gobierno con Sánchez y la respuesta de diálogo de éste, Rajoy llamó a dirigentes del partido, capitaneados por Cospedal, y se reunieron con el equipo de presidencia, entre ellos Sáenz de Santamaría y Moragas. Tras analizar la situación, rechazó la investidura ahora. Ahora. No renuncia a ser candidato, pero sabe que es el bloque de izquierdas el que cuenta con más apoyos. En la reunión de La Moncloa manejaron un dato relevante: lo que unió a la izquierda en Portugal, más que las coincidencias de proyecto, fue la suma para oponerse a Passos Coelho.

Celebradas las elecciones que han provocado un panorama tan convulso, algunos políticos y periodistas se han empeñado en transmitir la idea de que el presidente ha estado de brazos cruzados en La Moncloa a la espera de ver el resultado de las maniobras de Sánchez. Pero, Rajoy ha estado semanas "moviéndose", aunque muy pendiente de los pasos que daban los otros, pasos en los que se ha visualizado una profunda crisis interna en el PSOE y, el viernes, una estupefacción absoluta ante las ambiciones de Iglesias.

No ha ayudado a cambiar la supuesta imagen inmovilista de Rajoy la conversación que mantuvo con un periodista de la emisora FlaixBac que se hizo pasar por el president de la Generalitat, cuando el popular se mostró dispuesto a recibirlo cuanto antes porque tenía la agenda "muy libre". Eso no significaba inactividad, sino falta de citas inaplazables. Es así desde que finalizaron las vacaciones navideñas, porque la coyuntura política obliga a una disponibilidad casi absoluta por si se precipitaran los acontecimientos y tuviera que acudir a La Zarzuela o al Congreso, o concertar citas con quienes ahora tienen en su mano la llave de la gobernabilidad.

¿Por qué ha cortado los encuentros con esos dirigentes de los que depende el futuro Gobierno? Rajoy ha dicho por activa y por pasiva, antes incluso del 20-D, que aboga por un acuerdo de los constitucionalistas (PP, PSOE, Ciudadanos, los regionales y quizás PNV) para los retos inmediatos, como detener el proceso independentista de Cataluña, dialogar sobre la reforma constitucional y aprobar las medidas económicas a las que obliga Bruselas.

Tras las elecciones pensó que ese acuerdo era difícil pero posible, con él de presidente por ganar aunque reconoció que se había dejado muchos votos en el camino; pero también el PSOE, con el peor resultado de su historia. Pero, una vez que inició la ronda de conversaciones con Sánchez, Iglesias y Rivera, se quedó desagradablemente sorprendido por la actitud del socialista. "No me dejó ni hablar", explicó a uno de sus colaboradores. Tras el saludo ante los fotógrafos, Sánchez le dijo que no tenía la menor intención de apoyarlo, ni de permitir que gobernara con el apoyo de otros y su abstención. Ni siquiera dio pie para que le explicara cómo veía el futuro.

El encuentro no duró ni 20 minutos porque, según la versión de Rajoy, un Sánchez ensoberbecido y un punto maleducado se negó a dialogar. Tras la cita, el presidente decidió que lo mejor era esperar a cómo se desarrollaban las negociaciones del socialista. ¿Quieto? No. De hecho, sus conversaciones con Rivera e Iglesias fueron intensas y cordiales. Los dos negaron su apoyo, pero el primero no pronunció ninguna frase determinante, irreversible. Rajoy contaba con que no dispondría de la ayuda de Podemos, pero tampoco se planteó esa posibilidad. En su proyecto, y en su escala de valores personales y políticos, no podía haber convergencia con Podemos.

En estas semanas transcurridas desde entonces, ha conversado con personas que podían darle opinión sobre la situación de España en este proceso posterior a unas elecciones que han dado como resultado un Parlamento de composición diabólica, porque es imposible formar mayorías sin contar con partidos que buscan la eliminación de los que han gobernado en los últimos 40 años. Sólo hay una fórmula constitucionalista, la suma de PP, PSOE y Ciudadanos, con un presidente del partido más votado. Pero Sánchez se niega a cualquier opción que no pase por él sentado en La Moncloa.

Rajoy, por tanto, se ha movido, pero sin que trascendieran sus citas y conversaciones con personas de su partido y también de otros. Se rumorea que incluso algún socialista, pero ni lo confirman... ni tampoco lo desmienten. Y también ha querido el presidente en funciones conocer la opinión de personalidades de la economía, entre los que ha encontrado una profunda inquietud por la posibilidad de que un acuerdo de Sánchez con Podemos provoque un Gobierno con un presidente que pertenece a un partido con trayectoria democrática y experiencia de gestión, pero que se encontraría que uno de sus órganos -por utilizar la expresión de Emiliano García Page- estaría agarrado por un Iglesias al que no le importa la unidad de España y cuyo objetivo es hacerse con la izquierda y enviar al PSOE a los infiernos.

Por otra parte, se ha dedicado a preparar el debate de investidura. Nunca, pero nunca, se planteó renunciar, excepto en el caso de que Sánchez firmara un acuerdo con otras formaciones que le garantizaran los votos necesarios para ser investido y el Rey tuviera la certeza de que efectivamente votarían a favor del socialista y trasladara a Patxi López su decisión de que era el secretario general del PSOE quien debía pronunciar el discurso.

Rajoy no tiene listo su discurso, pero sí esbozadas sus líneas maestras, en las que quiere exponer los puntos de la Constitución que deberían ser revisados, así como expresar su disposición a dialogar con la oposición sobre los proyectos de su Gobierno que han provocado más contrariedad en el PSOE; incluida la reforma laboral, que cree que ha sido un instrumento fundamental para crear empleo en las circunstancias de España cuando accedió a la presidencia, aunque está abierto a que ahora, que han cambiado las circunstancias, podría suavizar algunos aspectos.

En la mesa del jefe de su gabinete, Moragas, se encuentran los informes que ha pedido a sus ministros sobre los proyectos acometidos en estos cuatro años, y cuáles quedan por culminar. El Gobierno que preside está en funciones, como él mismo. Pero tiene algún poder de decisión.

Por otra parte, la prórroga de los presupuestos, tan criticada por el PSOE, permite al Gobierno en funciones aprobar medidas que estarían vedadas, entre ellas las pagas de funcionarios y de pensiones, así como el pago a proveedores; como con la reforma del Tribunal Constitucional, también cuestionada, esas iniciativas son clave para actuar mientras se forma un nuevo Gobierno. Por ejemplo, si el Parlament aprueba leyes que van contra la Constitución, la reforma abre la posibilidad de que el Gobierno inste al TC para que actúe en consecuencia. O inste a la Fiscalía si no lo hace de oficio.

Rajoy no ha estado mano sobre mano. Ha tomado decisiones y convocado reuniones, pero sabiendo que la conformación del futuro Gobierno no sólo dependía de él. La pelota ha estado siempre en el tejado de Sánchez, decidido a gobernar como sea, al punto de que sigue hablando de negociar después de que Iglesias exija la vicepresidencia y sus más importantes carteras: Economía, Interior, Defensa y Asuntos Exteriores.

stats