El chico malo
El perfil
Alfonso Gómez de Celis llega a la cúpula de Ferraz tras su doble mortal sin red
Enviado especial a Madrid/Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, Alfonsito, para muchos, Celis para otros, tiene un archivo en su teléfono móvil donde apunta posibles salidas laborales y empresariales por las que discurrirá si un día deja la política. O la política la deja a él. El colchón, la red, un seguro, lo que quieran, pero virtual. Proyectos. Hace unos meses, el listado estuvo a punto de ser activado. Nacido en Sevilla en 1970, del populoso Polígono de San Pablo, licenciado en Derecho y actual director de Puertos de la Junta de Andalucía, cargo, por tanto, del Gobierno de Susana Díaz, tenía los días contados en el despacho. No sólo había apostado por Pedro Sánchez –era pedrista desde el principio, casi desde 2012-, sino que le había nombrado su responsable de estrategia en la campaña de las primarias. ¿Y si Pedro perdía? ¿Qué vas a hacer? Entonces, Celis, que es un tanto niño redicho, sacaba el móvil del bolsillo, y con el dedo viajaba por su archivo de salidas laborales. “Mira”. Y le mirabas la cara, y entonces decía: “Cuando he sido bueno y he sido muy bueno, nunca me ha ido bien, ahí me tienen arrumbado, como si no estuviese y yo he querido colaborar”. Y saltó. Sin red, sin seguros, sin colchón, con un listado de pantalla. Y le salió bien: Pedro Sánchez ganó las primarias y Celis, Alfonsito, es el nuevo secretario de Política Institucional del PSOE, forma parte de la almendra de Ferraz, junto a José Luis Ábalos y Adriana Lastra.
Celis dejará en algunos días la dirección de Puertos de la Junta. Susana Díaz aún no lo ha destituido ni él tampoco se ha ido, pero posiblemente tendrá que dedicarse por entero al partido. Sabe tanto de la vida orgánica del PSOE como Díaz, o más, ya que a diferencia de la presidenta, lleva ganado dos congresos federales. Éste, de Pedro Sánchez y el de Sevilla, de Alfredo Pérez Rubalcaba, en ambos tuvo a Susana Díaz en el otro lado. Como casi siempre, desde la década de los noventa.
Hubo un tiempo en que Celis y Díaz eran amigos, formaban pandilla, hasta se cuenta que fue Alfonso quien le animó a afiliarse a las Juventudes Socialistas y le dio los primeros libros sobre socialismo. Celis tenía un tío que había sido socialista en la República y a él le picó la política con las movidas estudiantiles de los años ochenta. Susana y él eran de la misma camada del PSOE sevillano, pero a finales de los años noventa, en 1999, ella entró en las listas de las municipales y Celis fue apartado. Fue la primera vez. Después, sería concejal con Alfredo Sánchez Monteseirín en varias áreas, Urbanismo, un delfín, un príncipe, un chico bueno y malo a la vez, formado, listo… Pepe Griñán se enamoró de él, lo citaba en algunos discursos, le invitaba a un aperitivo en su casa de Mairena. Una de esas tardes, con un platito de jamón de por medio, el entonces presidente le comentó que él iba a ser el candidato a la Alcaldía de Sevilla, que Monteseirín se iba, que su oportunidad había llegado. Pero algo pasó esa misma tarde, Susana Díaz y el PSOE sevillano se metieron de por medio: fue Juan Espadas. Hasta luego, Alfonso. Una vez más.
Celis fue un político errante, al que sin embargo nunca le faltó un cargo, un escaño, aunque no el que se le suponía. Después de que los rubalcabistas andaluces aupasen a Rubalcaba a la secretaría general en contra de la dirección del PSOE andaluz, el ex ministro del Interior los dejó sin cobertura, a su aire, en manos de Griñán, con quien el cántabro no quería enemistarse. Sacrificó a sus leales para acercarse a su potencial enemigo con la idea de aplacarlo. Lo mismo que le sucedió a Pedro Sánchez cuando ganó su primer congreso. Sánchez apreciaba a Susana Díaz, le consideraba su mejor publicista y a Alfonso lo arrumbó. Otra vez. Hasta que las intenciones de la presidenta fueron visibles ante todos los ojos. La Feria de Abril de 2016 puso el escenario del desencuentro. En la caseta de la Cadena Ser, Pedro Sánchez, acompañado sólo por Celis, esperaba y esperaba a la llegada de Susana Díaz, hablaba con empresarios, con Teresa Rodríguez, pero allí no había nadie del partido para recibirlo: ni el alcalde de Sevilla ni la secretaria provincial ni el presidente de la Diputación. Pedro Sánchez ya se había metamorfeado, comenzó a ser un chico malo también, fue a Sevilla casi sin avisar, a poner el pie en el albero de Susana, y ella se lo devolvió con una larga espera. Cuando llegó, seguida de un tumulto de cargos y dirigentes del partido, le soltó en sus brazos a su hijo pequeño, que iba ataviado de corto. Sánchez sólo volvió a Sevilla con Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, el último día de la campaña de las primarias. Para ganar, Celis hizo ese día de telonero. Junto al puente de Triana, icono de esa camada de jóvenes socialistas de barrio.
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