Entre leones
Alberto Grimaldi
Estado fallido, no; Gobierno indolente
Alfredo Pérez Rubalcaba se ha propuesto afrontar un nuevo reto, convertirse en el líder de un partido que atraviesa una de sus horas más bajas y quitarse la espina de la última carrera disputada, la que le ganó con holgura Mariano Rajoy.
Velocista en su juventud, no fue capaz de hacer realidad el augurio de José Luis Rodríguez Zapatero cuando le entregó el testigo como candidato a la Presidencia del Gobierno: "si fuiste capaz de correr cien metros en poco más de diez segundos, eres capaz de ganar en diez meses unas elecciones".
Quizás con los años se ha ido convirtiendo más en un corredor de fondo y ha ido cambiando metas. Ahora, la que le absorbe el tiempo está en Sevilla, donde los socialistas van a celebrar un Congreso ante el que se mantiene la incógnita de cuántos optarán al sillón de Zapatero.
Nacido hace 60 años en la localidad cántabra de Solares, Rubalcaba se afilió en 1974 al partido que ahora quiere liderar y enfocó sus estudios universitarios hacia la química, ciencia en la que se doctoró y sobre la que dio clases.
Pero pudo más su pasión política, en la que tuvo mucho que ver la muerte de su amigo y compañero de colegio Enrique Ruano tras ser detenido por la brigada político-social del régimen de Franco.
Y empezó a sumar cargos en 1985, cuando, en el Gobierno de Felipe González, se situó al frente de la Dirección General de Enseñanza Universitaria. Secretario general y secretario de Estado fueron la antesala de su primer ministerio: el de Educación y Ciencia. Después llegó el departamento de Interior, la vicepresidencia del Gobierno....
Gesticulante, de fácil oratoria, "muy amigo de sus amigos" -según aseguran personas de su entorno- y celoso de su intimidad, este ex atleta que muchos creen que ha usado tácticas maquiavélicas, se convirtió en el portavoz de los dos gobiernos socialistas que ha tenido la democracia española, el de González y el de Zapatero. Ha sobrevivido a todo y pretende seguir haciéndolo aunque en algunas ocasiones no ha estado en el lugar acertado, ya que sus apuestas por quienes se presentaban a las primarias en el PSOE no dieron en la diana.
Apoyó a Bono y ganó Zapatero; respaldó a Joaquín Almunia y ganó Josep Borrell; se volcó con Trinidad Jiménez y salió triunfante Tomás Gómez.
Ahora es su turno. Al menos es lo que cree y por lo que va a luchar aunque tenga que cargar con la losa que le achacan sus enemigos políticos de haber formado parte del Ejecutivo que ha dejado en herencia casi cinco millones de parados.
En eso no está en desventaja con la que se prevé que será su contrincante, Carme Chacón.
Diputado por varias circunscripciones a lo largo de su trayectoria parlamentaria, él, hijo de piloto (aunque no demasiado entusiasmado con eso de subirse a un avión), quiere ponerse a los mandos de la travesía del desierto que los socialistas tienen ante sí. La campaña por el liderazgo del partido se prevé dura. Él, bastante espartano, está dispuesto a afrontarla y tiene como entrenamiento los seis actos diarios que llegó a protagonizar en los días previos a los comicios del 20-N.
Fumando un puro, escuchando ópera o deleitándose con una canción de Joaquín Sabina, Rubalcaba ha podido con ese ritmo. O situándose en las tarde de los sábados y domingos ante el televisor para disfrutar con su Real Madrid. La tarea que tiene ante sí no es fácil. Primero, vencer a Chacón y, después, recuperar la química. Pero eso no significa, ni mucho menos, que piense en volver a su profesión de cabecera.
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