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Zapatero subraya la solidez de sus valores frente a "los giros" de Rajoy

Advierte al PP que no intente "hacer con la lengua de todos lo que tanto tiempo ha hecho con la bandera de todos" · El optimismo se consagra como su gran reclamo electoral

Zapatero se dirige a los delegados del PSOE durante su balance de estos cuatro años.
Fede Durán / Madrid

05 de julio 2008 - 05:03

Es cierto que Madrid invita al optimismo cuando su verano aún no es del todo mesetario. Tal vez ese campo de fuerza empujara al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a exponer sus bondades por contraste con las miserias endémicas del rival. Si Valencia supuso para Mariano Rajoy el fin provisional de una dura batalla donde las cartas del partido han cambiado ligeramente de color y hasta de forma, el socialismo vende la solidez de sus valores. O, en palabras del gran líder, "la tranquilidad de decir que fuimos, somos y seremos un partido de izquierdas sin tener que dar giros y vueltas".

Es evidente que en Ferraz intetan sacar tajada de una inestabilidad que agotó pero no mató al PP. Los cuatro meses transcurridos desde las elecciones han sembrado el camino de munición y han permitido al PSOE sortear no sólo la palabra crisis sino sobre todo sus consecuencias, aún en expansión. El balance de gestión del presidente fue triunfal, como casi siempre, y reforzó el viejo vicio político del maniqueísmo. Por ejemplo, al subrayar su empeño en reforzar la igualdad. "Se ha criticado a la ministra [Bibiana Aido], pero lo que de verdad molesta a algunos es perder el poder que tienen sobre las mujeres". Arriesgada conclusión.

Si la solidez ideológica es uno de los activos más resultones, el futuro utópico completa el cuadro. "Con un partido y un país así, pensar que somos capaces de resolver los problemas es algo más que un acto de racionalidad; es una exigencia moral, un rasgo de decencia y elegancia", proclamó Zapatero. "Nadie nos ha elegido para que nos quejemos sino para resaltar el valor de nuestra sociedad y nuestros ciudadanos", remató. Vender felicidad en tiempos de hambre no es pecado por aquello de no minar la confianza interior y sobre todo exterior, pero se echó en falta algo de autocrítica o, como mínimo, un diagnóstico realista de la coyuntura. El presidente sonreía, se reía y arrancaba aplausos casi sin despeinarse. Todo gracias al simplismo de un discurso que revaloriza el antagonismo como fórmula. En el fondo, todo gracias a la famélica imagen de Rajoy.

El optimismo proclamado implica entre otras cosas respetar el sagrado eje de las políticas sociales. El Ejecutivo no prevé aligerar prestaciones ni renunciar a las subidas, a veces más simbólicas que efectivas, de las pensiones y el salario mínimo interprofesional. "No vamos a recortar el gasto social porque da igual el momento económico que tengamos", razonó el dirigente leonés. Su oferta de diálogo sin condiciones previas también se mantendrá, de forma que empresarios y sindicatos gozarán de un inusual poder de persuasión en época de crisis. El talante sigue presente en cada gesto, en cada palabra presidencial. Es otro de los valores añadidos de una táctica que se revaloriza cuando enfrente fabrican crispación pero que tendrá que reformularse ahora que Rajoy ha decidido suavizar las formas y quién sabe si también el fondo. "Es la lealtad a nuestros valores lo que nos une a la mayoría de ciudadanos de este país". Por si no quedaba claro, fidelidad a la filosofía propia.

Zapatero tocó varias teclas durante su intervención. Aburrió menos que Chaves (no es difícil) aunque divirtiese menos que el secretario de Organización, José Blanco. De entre sus labios salieron juicios más bien sumarios sobre la política exterior practicada durante su primer hospedaje en Moncloa, los matrimonios homosexuales o la receta del "diálogo y la legalidad", aparentemente dirigida al lehendakari Juan José Ibarretxe y cualquier otro émulo en potencia. En realidad, sus frases sonaron a menudo demasiado huecas. El buenismo de su ministro Moratinos, considerado virtud antes que defecto, no quedó suficientemente ilustrado con los supuestos logros obtenidos ante problemas como el que representan la Venezuela veleta de Hugo Chávez o la Bolivia indigenista de Evo Morales. Tampoco intimidó su advertencia al PNV, tan diluida que ni se notó. ¿Y la economía? Sólo sonó la parte amable de la canción.

El PSOE ha sido muy cuidadoso. La primera jornada del congreso supuso un lavado de cara concienzudo para disimular los achaques de un proyecto con intenciones más o menos loables que ahora ha perdido el empuje de una inercia positiva amasada durante años (y no sólo durante los años de Aznar). Zapatero reservó para el epílogo el trozo más sabroso: la victoria del 9-M y la obligación de "celebración y alegría" por haber obtenido el respaldo de "11 millones de ciudadanos". "Estoy convencido de que cosecharemos más victorias electorales porque confiamos en España y respetamos que España sea de todos", pronosticó. La primera legislatura de Zapatero, su sometimiento al desgaste del poder y la exigencia de la oposición no han variado un ápice su estrategia, basada en mensajes tan coloristas como etéreos.

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