Tranquilo tras la cesión del testigo
Don Juan Carlos celebra su condición de octogenario comprobando desde la barrera que el recuerdo de su contribución a la democracia diluye las polémicas del final de su reinado
Madrid/El rey Juan Carlos cumple 80 años con la tranquilidad de haber cedido el testigo a su hijo en un momento apropiado y de comprobar desde la barrera cómo, con el tiempo, el recuerdo de su contribución a la democracia deja atrás las polémicas que marcaron el final de su reinado.
Homenajes a su trayectoria, entregas de distinciones presididas por él y asistencias puntuales a conmemoraciones y actos económicos, culturales o deportivos componen gran parte de la agenda oficial que conserva tres años y medio después de dejar el trono, sin olvidar su vinculación a la actividad de instituciones que contribuyó personalmente a poner en marcha, especialmente la fundación Cotec.
También se ha encargado de compromisos internacionales en representación de España, sobre todo investiduras de presidentes iberoamericanos, compatibles con la condición de ex Jefe del Estado que le permite vivir esta relativa "jubilación" lejos del foco de los medios informativos.
Su actual estatus, inédito en España, por el que conserva el tratamiento de Rey sin ser ya monarca, ha permitido a don Juan Carlos simultanear sus compromisos como miembro de la Familia Real con frecuentes viajes privados dentro y fuera de España -algunos a destinos exóticos- y con la recuperación de una de sus aficiones deportivas favoritas: la competición de vela.
Así, la compra por su inseparable amigo José Cusí de una embarcación clásica avalada por un brillante historial le ha devuelto la pasión por el mar y ha hecho realidad su sueño de volver a conquistar triunfos en regatas internacionales con un nuevo Bribón, años después de que sus problemas traumatológicos lo obligaran a renunciar a la Copa del Rey de Vela en Mallorca.
Muy lejos queda ya aquel 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Francisco Franco, cuando, preocupado y agobiado por el peso de la responsabilidad, pedía a sus compatriotas desde la tribuna de las Cortes generosidad, altura de miras y unidad para abrir todos juntos "una nueva etapa en la Historia de España".
Su hijo protagonizaría 39 años después una proclamación en circunstancias muy distintas a las de aquel príncipe que juraba como Monarca ante una Cámara no democrática, recibido con sorna e incluso con rechazo por una oposición aún clandestina y consciente de los obstáculos que planearían los mandos militares afines al franquismo, como revelaría en toda su crudeza el 23-F.
En este complejo proceso, plagado de obstáculos e intentos de desestabilización, fue decisiva su intuición, espontaneidad y habilidad para sintonizar con las inquietudes y preocupaciones de los distintos actores de la vida política nacional, representantes de ideologías enfrentadas, animado por el objetivo de ser "el Rey de todos los españoles", como le había insistido su padre tantos años.
La figura paterna de don Juan marcó para siempre el carácter de aquel niño nacido en Roma en 1938, que con tres años vivió su primer traslado familiar, a Suiza, que a los ocho fue alejado de sus padres para ingresar en un internado de Friburgo y que, fruto de la educación estricta y la gran responsabilidad asumida tan pronto, conserva desde entonces esa mirada triste, que lo ha acompañado en momentos clave.
Golpeado por la traumática muerte de su hermano Alfonso en 1956, se despidió de la infancia cuando, con diez años, abandonó Estoril y pisó por primera vez suelo español en la estación de Villaverde Alto para dar paso a una etapa marcada por el pulso de don Juan con Franco y tutelada por el dictador, que lo trataba como el hijo que no había tenido y mantuvo con él una relación compleja, afectuosa pero difícil.
Tras completar su formación militar en los tres ejércitos y su preparación académica superior, comenzó una nueva vida al conocer a Sofía de Grecia, cuya forma de ser y actuar, prudente y guiada por la lógica y el sentido práctico, complementaba el carácter extravertido, intuitivo y espontáneo del joven Juan Carlos.
Cuando las Cortes aprueban la propuesta de Franco para que sea designado su sucesor a título de Rey, en julio de 1969, ya es padre de tres hijos y, a partir de ese momento y especialmente de su proclamación como soberano en 1975, su vida familiar se desarrolla de forma inseparable a sus responsabilidades institucionales y las de la Reina.
Su relación de amistad y entendimiento con Adolfo Suárez en los difíciles años de la transición fue decisiva para llevar a buen puerto aquel proceso y su actitud serena en la noche del 23-F, clave para desactivar el golpe de Estado, le otorgó un prestigio y reconocimiento nacional e internacional difícil de superar.
El recuerdo de aquel momento histórico y de su contribución a la democracia lo ha acompañado desde entonces y ha ayudado a recuperar su imagen pública desde que abdicó, después de unos años de continuo desgaste en los que a la investigación judicial de su yerno Iñaki Urdangarín y de su propia hija Cristina, finalmente absuelta, se sumaron sus frecuentes operaciones y el polémico viaje a Botsuana.
Su insólito y eficaz "lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir" abrió el camino a la etapa de transparencia con la que condujo su reinado hasta comprender que su último deber era renunciar a la corona y dar el relevo a su hijo en el momento oportuno para favorecer la supervivencia de la institución.
Desde el ya histórico 19 de junio de 2014 en un discreto segundo plano, ha participado en una quincena de actividades públicas presididas por Felipe VI y ha protagonizado más de sesenta, de ellas una veintena acompañado por la reina Sofía -la mayor parte en el último año- y 19 viajes internacionales, la mitad a Iberoamérica, donde ha revivido el orgullo de sentirse recibido como "el mejor embajador" y "salvador de la democracia" en España.
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