Pilar Cernuda
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Elecciones en Cataluña
Cada mañana cuando se despierta, y antes de salir a correr, reza un padrenuestro y una oración que él mismo ha compuesto. Ora y medita antes de marchar a hacer muchos kilómetros. De un hombre así, que resistió el tipo durante el año que dirigió el Ministerio de Sanidad durante el primer año de la pandemia, se puede esperar que también tenga un lema personal y que se exprese así: "Dominarse a sí mismo es la máxima dominación". Así es Salvador Illa, el socialista que ha ganado este domingo las elecciones catalanas por segunda vez -también lo hizo en 2021-, aunque ERC logró armar un pacto con Junts que, a la postre se frustró como una cuenta más del rosario de despropósitos que la política catalana viene juntando desde 2014.
Autodominio, paciencia y tenacidad le van a hacer falta a Illa para lograr reunir los acuerdos necesarios para ser investido presidente de la Generalitat. Sería el tercer socialista, después de Pascual Maragall y José Montilla, pero a diferencia del tiempo que le tocó a ellos, Cataluña es hoy en sí misma un enredo político donde su principal pulsión es el odio mutuo que se profesan las dos fuerzas independentistas, ERC y Junts. Pero aun hay un precedente de una negociación más dificultosa, la que protagonizó José Montilla en 2006, cuando fue investido presidente con 11 diputados menos que el ganador, que entonces fue Convergencia. ERC y el resto de partidos de izquierda apoyó al cordobés frente a los votos de Convergencia y PP.
Salvador Illa nació hace 58 años en La Roca del Vallés, el mismo municipio barcelonés donde sigue viviendo y del que fue alcalde. Su padre fe un directivo de una empresa textil, él estudió Filosofía en la Universidad de Barcelona y un máster de empresas en la de Navarra, tiene una hija y vive con su esposa, con la que se casó en segundas nupcias. Corre maratones con sus amigos de siempre, lee y reza, lo máximo que se puede decir de él es que no es un político extravagante ni dado a los quiebros tácticos, es previsible.
El PSC no es una federación del PSOE, es otro partido, un partido hermano al que, históricamente, se le cedió el sitio en Cataluña, pero Salvador Illa es el candidato más cercano a Ferraz y a Moncloa que ha tenido nunca esta formación. En 2020, Pedro Sánchez le sorprendió al llamarle para proponerle como ministro de Sanidad. "No es mi campo", le respondió, sin negarse al nombramiento, y el presidente del Gobierno le recordó que otro socialista catalán, Ernest Lluch, también había ocupado ese puesto con notable resultado porque, en buena medida, el de Sanidad es un ministro que trabaja para las comunidades autónomas. Durante los meses que estuvo en este Ministerio, Illa utilizó la mesa que había comprado el ministro asesinado por ETA, un mueble de madera maciza, con tapete de cuero rojo en el que quedaban las marcas de los cigarrillos de Lluch.
En este sentido, Illa es una creación de Pedro Sánchez. Le nombró ministro para abordar la cuestión catalana después del procès y lo señaló candidato de facto a la Generalitat, a pesar de que el secretario general del PSOE no tiene esa competencia sobre el PSC. Ahora está llamado a intentar cuadrar el círculo de gobernar la Generalitat sin frustrar la legislatura de Pedro Sánchez a causa del enfado de Puigdemont. Peor hubiese sido que el ex presidente fugado hubiera ganado las elecciones, porque hubiese supuesto una impugnación de la ley de amnistía, concebida para calmar a Cataluña.
Durante esta campaña, un nacionalista histórico, también constitucionalista, Miquel Roca le ha dado su respaldo, e Illa ha anunciado el fichaje de quien fuera uno de los iconos independentistas, Josep Lluís Trapero, a quien nombraría jefe de los Mossos si logra gobernar. Su estrategia de negociación busca ahora el apoyo de todos, excepto los de Vox y Alianza Nacional. Sí parece claro, al menos tal como lo ha expresado durante la campaña, que nunca apoyaría a Puigdemont para una investidura. "Somos incompatibles", sentenció dos días antes de finalizar la campaña.
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